El recuerdo de este largo viaje (II)
A medida que avanza el tiempo, la tan peculiar emigración cubana a Estados Unidos ha ido cambiando
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Constantino Cavafis. Ítaca
Un colega ha hecho una curiosa observación. Después de más de sesenta años de emigración cubana tras el Big Bang Involucionario, a medida que las generaciones se alejan de ese día de triste fractura nacional, el sentido de pertenencia y referencia a Cuba como nación se desvanece. Podemos intuir que es una impresión a priori, sin sustentación estadística alguna. Lo primero sería definir que llamamos “desvanecimiento del sentido de pertenencia y referencia”. ¿Qué queremos decir con nación?
Lo último resulta relativamente fácil si acudimos a la Real Academia de la Lengua (R.A.E.) La primera significación hace referencia al lugar donde se nace, y de ahí deriva la palabra. La tercera acepción resulta más descriptiva: nación es “el conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”.
Esto nos lleva a pensar que los seres humanos encuentren en “su” nación un lugar de referencia y pertenencia común. Pertenencia son costumbres, cultura, idioma, lenguas, historia. Cada pueblo tiene sus propias anécdotas, chistes, personajes, y leyendas. No hay una prueba de ciudadanía cubana más exacta que preguntar a qué hora mataron a Lola o el cañonazo del Morro; cómo quedó el gallo de Morón y qué le pasó a Chacumbele.
La referencia pudiera estar a un nivel un poco más complejo, allí donde lo social y lo psicológico de una nación se imbrican para formar lo que se puede llamar idiosincrasia, o sea, el “modo de ser”. En esa cuerda pocos han tocado el pentagrama como Jorge Mañach, cuyo ensayo en poco cumplirá 100 años de dictado como conferencia en la Sociedad Económica de Amigos del País.
Pudiéramos adoptar un término menos ilustrado e igualmente abarcador cuando decimos “sentido de nostalgia”, o simplemente arraigo y desarraigo. Este último, el arraigo, hace referencia a la tierra, a la profundidad con las cual las raíces humanas se internan en el suelo para crecer, fortificarse, y dar frutos. El arraigo, pues, no sería otra cosa que los sentidos de pertenencia y referencia a un lugar donde se ha nacido y crecido. Luego, la observación del colega de que a medida que van sucediendo las olas migratorias cubanas el sentimiento de desarraigo es mayor, cobra sentido no solo lógico sino pragmático: en la medida que la Cuba conocida hasta hace medio siglo se desvanece en el tiempo —porque desaparece del inconsciente colectivo—, las nuevas generaciones no sienten el dolor de las ausencias ni las urgencias de los regresos.
El régimen comunista ha puesto su empeño, y lo ha admitido sin rubores, en hacer una nueva Cuba; un parteaguas entre el “antes” y el “después”. Casi todo lo “malo” pertenece al pasado como casi todo lo “bueno” al presente. Han construido y vendido una historia del “después” cuasi sublime, lineal, sin alternativas, sin un pequeño jardín donde “pasten los héroes”. El resultado está a la vista: la pérdida de referentes y pertinentes de medio siglo de vida republicana para cuatro generaciones de compatriotas. Muy pocos cubanos nacidos después del Big Bang comunista pudieran identificar ciudades, pueblos, parques, cines, teatros, y calles por sus nombres originales —nombres dados incluso por los colonizadores españoles. Tampoco conocen como fecha patria el 20 de mayo, quienes fueron los “generales y doctores”, ignoran a cientos de artistas e intelectuales, invisibles en la cultura cubana debido al pecado de sus creencias políticas y religiosas. No hay sujeción cultural, salvo la que ha creado el régimen para su propia validación.
De ese modo, las “raíces” de esas generaciones nuevas solo se pueden hundir en una materia orgánica superficial de poco más de seis décadas, sin llegar subsuelo. Casi ninguno, a no ser que se lo proponga como tarea de vida, penetra la Roca Madre-Nación como los viejos viñedos. Sus raíces quedan expuestas, a merced del trasplante ligero, de hundirse sin mucho esfuerzo en cualquier punto cardinal hacia donde las lleve el viento.
Quizás por esa razón el colega observe también menos “duelos migratorios” en los recién llegados. El duelo migratorio es un concepto introducido por el psiquiatra Joseba Achotegui quien lleva más de tres décadas trabajando este fenómeno en España. El profesor Achotegui considera que como mismo enfrentamos las pérdidas de seres queridos, los emigrantes pasan por varias etapas hasta la asimilación final.
Los clínicos dedicados al tema consideran que más allá de la nostalgia natural —extrañar— sentido por cualquier persona que se desplaza de su lugar de residencia habitual a otro desconocido, en cada emigrante hay emociones e ideas complejas, únicas, como cuanto sentido de pertenencia existe al lugar —trasmitido o no por generaciones anteriores. Para la mayoría de los emigrantes hay un derrumbe de certezas, y al mismo tiempo la necesidad, apremiante, de moverse con soltura en el ámbito social, tejer nuevos y varios lazos con un ambiente extraño.
Es dolorosa la emigración tipo huida cuando detrás queda la familia, amigos y propiedades. Pero, ¿Qué deja hoy la gente en Cuba? ¿Por qué obtener un patrocinador, ganarse una visa, o simplemente vender la casa de los abuelos, más que un dolor es una verdadera fiesta, y no lezamiana? El desarraigo de los cubanos de hoy es proporcional al desmontaje pertinaz, consiente, que ha hecho la Involución de todo el pasado, en primer lugar de las tantas luces que también tuvo la Republica, y a las cuales ellos mismos deben su formación académica, humanista, y sobre todo, verdaderamente revolucionaria.
Le digo a mi colega que los pronósticos de los platistas parecen irse cumpliendo sin remedio. Y no porque de acá se haga mucho por el anexionismo, o se luche por una cláusula que facilite la intervención en caso de otro régimen totalitario. No. La reserva anti-anexionista cubana está en Miami, no en La Habana. Ha sido La Habana, y no Miami, quien como nadie ha hecho que la Isla sea la “fruta madura” que, sin raíces fuertes, y podado el troco hasta el duramen, pueda caer por su propio peso en el jardín del Norte.
Solo habría que preguntarles a quienes llegan sin referencias ni pertenecías: nada les importa, no les interesa la “política”. Solo quieren trabajar y vivir. Y puede que en eso tengan parte de razón.
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