Carta a Anselmo Suárez y Romero
Era tan cuidadoso en su falta de importancia que sospecho se hizo todo un profesional. Los especialistas en esa rama suelen desplegar ingeniosas variantes. En el socorrido caso de las fotos de grupo, tras el esfuerzo del fotógrafo por componer la manada a golpes de "los de la esquina que entren un poco más", "péguense un tin más, caballero", o "apurrúñense, mi gente", y a pesar del "miren al pajarito", sale una mancha en el lugar que ocupaban, o un fogonazo de la cámara que les deforma los rasgos. En su caso no. Simplemente quedaba un espacio dolorosamente vacío, una especie de vacante en el molote de imbéciles con expresiones diversas y unánimemente complacidas. Hizo usted del hueco todo un arte.
Pero no siempre fue así. Prometía llegar a algo, o al menos a alguna parte. Abrigado por aquella familia armónica, que le puso maestros notables, casi siempre dominicos. Puede que esa haya sido la causa de su anonimato posterior, o su transcurrir invisible. El domingo es un día bastante laxo, soso, zanguango hacia el mediodía y ardientemente líquido en el crepúsculo, donde va perdiendo hasta el acento. Ya noche, el domingo se hace inquietud y temor, y padece de una insulsez totalmente gástrica.
Había nacido en La Habana un 21 de abril de 1818. Como ese día no hubo otro, al menos para usted. Imagino los comentarios familiares esa apacible jornada de abril, tras la movedera de la comadrona, el trasiego de palanganas con cataplasmas diversas, las coladas para invitados, familiares y curiosos que no se pierden una, y a su señor padre contemplando la consumación de su obra, atusándose el espeso bigote —reconstruyo la época prácticamente de memoria con varias coplas de uso—, observando a aquel frondoso varón en la cuna, y musitando —en aquella época la gente bien no gritaba, sino que musitaba. Fue un tiempo lleno de murmullos, donde lo gutural no había pasado aún a primer plano político— estas palabras:
"Hum, hombre, no está mal para nacer en una familia armónica y capitalina. Se le ve poco espíritu. Le llamaremos Anselmo, y de ñapa le colgaremos un Suárez y Romero que le dará peso específico al esqueleto. El mozo promete, voto a Dios; será un hombre recto, anodino y poseerá una espléndida escoliosis. Terminará escribiendo un libro y eso lo convertirá en un perfecto inútil, por Belcebú".
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