Actualizado: 07/05/2024 1:47
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Sociedad

La nueva muralla de La Habana

¿Puede tomarse partido en el debate migratorio de Estados Unidos y a la vez deportar a miles de orientales como 'criminales extranjeros'?

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Ante este cuadro, las autoridades cubanas, que desde su llegada al poder hace ya mucho tiempo se dedicaron a traer orientales hacia la capital, lejos de tomar medidas para equilibrar el desarrollo económico y la estabilidad social en todo el país prefieren recorrer el camino corto y fallido de la represión pura y dura.

Esta vía, que pasa por el desprecio de sus propias leyes y de la dignidad de los ciudadanos, termina con el triste espectáculo que protagonizan jóvenes policías orientales deportando a jóvenes "indocumentados" orientales, muchos de los cuales regresarán de inmediato a la capital para dar continuidad a una saga de persecuciones que parece no tener fin.

Las deportaciones internas niegan arbitrariamente el derecho constitucionalmente establecido de todo cubano a domiciliarse en cualquier lugar del territorio nacional. Éstas son ilegales, puesto que la deportación interna sólo está contemplada en las leyes penales vigentes como sanción subsidiaria que debe ser dictada por un tribunal competente.

Estado represor

Una vez más, como sucedió con el forzoso confinamiento a que fueron sometidos durante varios años los enfermos de sida, o el ilegal encarcelamiento de muchas jóvenes acusadas de ejercer la prostitución (esa práctica no está tipificada, prevista y sancionada en el Código Penal vigente), con la deportación de orientales, el Estado, que debe ser el principal protector de los individuos más vulnerables, se erige como represor inmisericorde. No reconoce su responsabilidad, se desentiende de las soluciones políticas consecuentes generalmente complejas, pero a la larga mucho más producentes, y sienta un mal precedente que hace preguntarse a quién le tocará mañana.

Mientras en las provincias orientales las condiciones de vida y las oportunidades económicas sean en extremo limitadas, las migraciones internas serán un reto permanente para la sociedad cubana. La represión y las deportaciones no lograrán detener las oleadas hacia la capital, ni mucho menos cambiar las condiciones que las provocan.

Las migraciones constituyen uno de los más complejos problemas que enfrenta la humanidad en el siglo que comienza. Ésta ya motiva encendidos debates, cruentos enfrentamientos, peligrosos brotes de xenofobia y, por suerte, también la sensibilidad de muchos; pero sólo en Cuba los nacionales son tratados como extranjeros indeseables.

Ciertamente en Estados Unidos y en otros países los inmigrantes pueden ser víctimas de excesos e injusticias, pero también existen espacios, voces y mecanismos para combatirlos. La búsqueda de equilibrio entre los más diversos intereses y el respeto por la dignidad de los individuos, vengan de donde vengan, es ahora mismo el centro y la esencia de esos enconados debates y multitudinarias manifestaciones que podemos ver cada día por los medios informativos nacionales.

Mientras eso sucede en los más diversos rincones del planeta, en esta sociedad, enferma de abusos, miedo, simulación y demagogia, cientos de personas pueden ver a jóvenes —que mañana podrían ser sus hijos— deportados en su país como criminales extranjeros, sin que nadie manifieste repulsa ante el lamentable espectáculo, lo cual viene a ser tan grave como la deportación misma.

Un gobierno que ha elaborado las leyes en estricta consonancia con sus criterios e intereses, debe violarlas cotidianamente para garantizar sus poderes y dominios. Y un pueblo siempre "dispuesto" a manifestar su altruismo y solidaridad en todo el orbe, es incapaz de mostrar abierto rechazo hacia una práctica represiva que amenaza a todos por igual.


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