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Literatura cubana, Literatura policial, Padura

Las «pauras»* de Padura (IV)

Cuarto de una serie

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No se puede olvidar que el origen literario de Padura (con una perspicaz tesis de licenciatura sobre el Inca Garcilaso de la Vega, y después un macizo estudio sobre la evolución de lo real maravilloso en la obra de Carpentier), aparte de su periodismo, es ser un autor del género policíaco, el cual fue durante mucho tiempo menospreciado (y violentamente anatematizado al principio de la dictadura castrista, como “subliteratura comercial”, un producto chatarra del capitalismo decadente), pero luego fue aceptado, tolerado y hasta promovido, a partir de los juicios de algunos críticos como el mexicano Alfonso Reyes[1], el búlgaro Bogomil Rainov[2], y el cubano José Antonio Portuondo[3]. Desde su origen —con Edgar Allan Poe y Los crímenes de la calle Morgue— su objetivo ha sido descarnadamente vender: lo demás, es adorno y vanidad.

La novela policíaca contemporánea cubana comenzó realmente… en la televisión[4]: las epopeyas de los defensores de la patria afuera (Sector 40, En silencio ha tenido que ser), o de la patria adentro (Móvil 8), series como Los comandos del silencio (sobre los terroristas Tupamaros de Uruguay, con un tema musical muy recordado, que se atribuye indistintamente a Silvio Rodríguez o Daniel Viglietti), fueron los sustitutos impuestos para una generación forjada en el canon del realismo socialista transitorio.

Fue esa misma época cuando se prohibió la transmisión de toda la “música extranjerizante”, y por la radio sólo se escuchaban puntos guajiros y danzas koljosianas; de Ana Lasalle, la terrible “Doña Perfecta” (“¡Mátalo, Caballuco!”), plantada con sus amenazadoras tijeras en La Rampa, como si fuera una trinchera del Ebro, cortando melenas y pitusas, o descosiendo los dobladillos de las minifaldas… De agotadoras zafras (la maldita circunstanciade la caña quemada por todas partes y el ceniciento corte australiano), y extenuantes siembras del aromático café, la frondosa pangola y el amargo gandul, vestidos todos parejos con camisas de caqui y botas cañeras, de una tímida y balbuceante Nueva Trova que todavía era “nueva” y “trova”, y un avasallante y omnipresente mozambique, Los Papines y Pello el Afrokán, Los Zafiros y Bellecita, Tata Güines y El perico está llorando… La cheada a la enésima potencia. La horteridad sublimada. La naquez galopante. De ahí para acá, no hay más pueblo que ese: ahora es el reguetón.

En medio de ese deprimente escenario, Padura se acomoda entre los límites que lo encasillan y lo sostienen: por un lado, sus editores extranjeros, y por otro, los policías insulares de la cultura. Padura, como aquel Vizconde de Italo Calvino, vive con su otro yo, cohabita su cuerpo con “el compañero que lo atiende” (y hasta lo entiende), en una suerte de sorprendente y asombrosa autofagia de sobrevivencia. Y creo que está muy bien que lo haya decidido así: legítimamente quiere vivir e incluso morir en la casa donde nació, y que construyeron su padre, su abuelo y su bisabuelo. Es muy dueño de hacerlo, en el pleno ejercicio de su libre albedrío, sobre todo después de viajar por todo el mundo, con sus alas portátiles y postizas de Ícaro levemente descarriado pero que siempre vuelve al nido.

En realidad, Padura nunca ha sido un escritor con altas pretensiones literarias, como ha dicho él mismo, cuando se refirió a esos “herméticos juegos posmodernos”, para explicar por contraste su definición de la novela neopolicial cubana. Asegura, por otra parte, que en sus novelas no hay ninguna mentira, lo cual debemos aceptar como cierto, aunque muchos le recriminan que más bien faltan muchas verdades.

Debe señalarse que, al menos en Cuba, la novela policial es tanto o más oficial que la simple novela. En ésta, todavía se permite cierta contenida audacia ideológica y estética, aunque profusamente cubierta por una fronda espesa (“herméticos juegos posmodernos”, re-dixit Padura), pero en la otra, eso se explica por su mismo origen: ningún certamen “literario” cubano (ni los de la UNEAC), exhibe entre sus jurados explícitamente a miembros del tenebroso Ministerio del Interior, como sí lo hace el Concurso “Aniversario de la Revolución”, con una primera versión en 1973: más que déspotas, son “policías ilustrados”.

Agreguemos, entre otras acciones por omisión, que Padura nunca concursó en este certamen, y tampoco ha aparecido su firma en documentos tan comprometedores como la famosa carta donde altas “personalidades” de la cultura cubana apoyaron categórica y explícitamente el cruel fusilamiento de tres jóvenes negros prófugos por el incruento secuestro de la Lanchita de Regla, que en otra época de la historia cubana sólo habría sido tema para una obra del teatro bufo en el Teatro Blanquita. Tampoco se le ha visto en ningún “acto de repudio” de los que abundan en la isla, ni consta testimonial o documentalmente que haya chivateado (delatado) a algún colega. Es más, ni siquiera se sabe si hace guardia en su CDR. El astuto autor guarda su peculiar y personal distancia, y marca su raya. Por supuesto que en otras condiciones su vida sería un poco más sencilla, pero ya no sería Padura. Si hubiera querido, ya no viviría en su casita de Mantilla, sino que, como a otros, el régimen le hubiera obsequiado una mansión (o siquiera “una mínima pieza”) en Miramar, El Vedado o La Coronela. Algunos, con mucha menos obra, han tenido y tienen mucho más… Y nadie puede dudar que hoy cuenta con los medios suficientes para comprar un ático en La Gran Vía, o un piso en el Paseo de La Castellana.


* Paura, del italiano: Espanto, pavor, miedo.

[1] “Sobre la novela policial”, incluida en Los trabajos y los días, 1946.

[2]La novela negra (La Habana, Arte y Literatura, 1978), que tanto influyó en los cubanos de nuestra generación.

[3]Astrolabio (La Habana, Arte y Literatura, 1973).

[4] Me acota sabiamente mi buen amigo Rafael Saumell, auténtico conocedor del tema, que debo agregar, “y en la radio, donde tenían programas diarios. Por ejemplo, Abelardo Rodríguez, co-guionista de En silencio ha tenido que ser, fue empleado de Radio Rebelde y luego del Ministerio del Interior.” Y me actualiza: “Hoy siguen en la TV cubana las series Tras la huella y U.N.O (Unidad Nacional Operativa)”. Y hasta me pregunta: “¿Recuerdas el personaje de Secundino Tracy, el detective gallego en Nueva York, de Alberto Luberta? Esos mini-episodios los incluía en el programa “Alegrías de Sobremesa” en Radio Progreso.” Gracias, Rafa: qué generosa memoria la tuya…


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