Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Artes Plásticas

Un evento histórico casi postcastrista

La exposición 'Killing Time' en Nueva York: Una insurrección del arte cubano en las narices de la izquierda norteña. Ver galería.

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Ilustrando el 'Renacimiento cubano'

Obras como Pirámide Roja (1989), de Alonso Mateo; Ritual Art DE, Iman Project (1989), de Juan-Si González; La Historia Reconstruye la Imagen (1987), de Consuelo Castañeda; o Jornada de la Cultura Cubana (1989-2007), de Rafael López Ramos, por citar algunas, aportaron al espacio una auténtica atmósfera ochentosa, ilustrando el espectro temático y los niveles de tensión ética que caracterizaron el llamado "Renacimiento cubano".


Esto estuvo reforzado y enriquecido por otras resonancias derivadas o convergentes, y menciono ejemplos como la instalación Mezclilla (2001), del dúo Enema; Calendario (2007), de Rigoberto Quintana; o Heart Art Attack (2002), de Ramón Williams, que marcan una línea sucesoria y actualizada en la más joven vanguardia, la cual sigue manteniéndose cercana al presupuesto conceptual y problematizador, aunque sin descartar las opciones del mercado.

Por otra parte, la presencia de obras de César Trasobares, George Sánchez y Maritza Molina, cuyos quehaceres artísticos han crecido fuera de la Isla, pero que están conectados por concepción e idiosincrasia estética a las novísimas tendencias de sus coterráneos insulares, vincula al suceso expositor con la noción transterritorial que la diáspora le ha conferido a nuestra cultura.

El proyecto de montaje de la exposición se subordinó al perfil galerístico del espacio, aunque estaba bajo la atención de Elvis Fuentes, que es museólogo; pero pareció primar más bien el criterio de Glexis Novoa a la hora de disponer a los exponentes con la intención de evocar las reminiscencias de espontaneidad e irreverencia que caracterizaron muchos de los proyectos independientes de los ochenta.

El programa del segundo día de Killing Time presentó un panel integrado por Novoa, Adrián Soca, Rafael López Ramos, Rubén Torres Llorca y César Trasobares, con la moderación de Fuentes. El panel se propuso dilucidar el transcurrir del arte cubano desde el segundo lustro de los ochenta en adelante y concluyó con la intervención de Trasobares, un exiliado que ya cultivaba fuera de Cuba el performance como género en los momentos de su auge en el interior de la Isla, añadiéndose la coincidencia de que sus temas se movían en una sintonía próxima a la crítica vernáculo-social de la bohemia habanera.

Salvo la breve perspectiva histórica aportada por Torres Llorca, uno de los miembros de Volumen I, los puntuales comentarios emitidos por López Ramos —quien en su doble condición de crítico y artista ha jugado un activo papel cívico en el nuevo arte cubano— y la pintoresca charla de Trasobares, el panel fluyó oscilante entre la torpeza y la franqueza sobreabundando en lo anecdótico. Evidencia de la necesidad de abordar determinados tópicos en tono más académico, sin dejar tanto margen a la improvisación.

Ciertamente, se sintió la falta de las contribuciones discernientes de Gerardo Mosquera, Orlando Hernández, Tonel, Osvaldo Sánchez o Iván de la Nuez.

Casi…

Ese segundo día también se apreciaron los performances de Alejandro López, Alonso Mateo, Juan-Si González, Fernando García, Fabián y Soca, ex miembros de Enema, y Maritza Molina. Los dos últimos muy logrados; el de la Molina, una metáfora mordaz de la "formación del hombre nuevo", fue sencillamente impactante por su limpia ejecución y por el histrionismo convincente.

La decrepitud del dictador satirizada por un montaje bufo de Glexis Novoa y Asael Rosales (quien caracterizó a Castro) amenizó el opening y sirvió de paso como guión explicativo de muchos pormenores del enfrentamiento entre el poder y el movimiento creativo en las últimas dos décadas. Desafortunadamente, algunas deficiencias en la organización conspiraron en contra de una ordenada secuencia de las acciones de los artistas, al no tenerse en cuenta que la simultaneidad de los performances provocaría cierta confusión y fragmentaría la atención del espectador.

Killing Time se exhibirá hasta el 28 de julio. Su concreción es un resultado feliz de la cultura cubana de ultramar y podría ser el exordio de proyectos de mayor rigor. A pesar de sus defectos y limitaciones inclusivas, ha sido puente de reencuentros insospechados, de reconsideraciones indispensables, y es punto de partida para la documentación de una etapa determinante de la historia reciente del arte cubano.

Un testimonio importante de que el margen para el rescate patrimonial por momentos se estrecha. Quienes tengan la oportunidad de visitarla estarán asistiendo a un evento histórico casi postcastrista. Las nuevas expectativas hacia el poder en Cuba, tras la enfermedad de Castro, han sido una de las circunstancias que posibilitaron expedientar esta insurrección del arte cubano contra el caudillo en las narices de la izquierda norteña. Pero la sugerencia adverbial persiste: casi… hasta no estar convencidos que la pesadilla transcurre en pretérito verbal.


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Performance de Maritza MolinaFoto

Performance de Maritza Molina. (PEDRO PORTAL)

'Killing Time'