Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Literatura, Humor, Política

Virutas (3)

La tercera entrega de lo que el autor considera unas humoradas en que ironiza y se burla de asuntos y personajes

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HUMANISMO. Mis padres y abuelos repetían que no había nada más bonito que la educación. Y el orden. A papá le gustaba aquello que dijo Benito Juárez, un indio zapoteca del siglo XIX: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. En fin, arcaísmos. Lo moderno, lo que arrebata hoy, lo mismo en bancadas del Congreso que en barullos de “indignados”, es el humanismo, que en estos tiempos consiste en dejar el cerebro en casa e ir mostrando el corazón, sangrante, como el Nazareno de las láminas que en Cuba vendían los polacos. Sin embargo, contra los humanos se atenta a mansalva en esta jungla de naciones que llamamos mundo. Véase el asunto siempre espinoso de las fronteras. Hoy el tema son las cuchillas en las cercas que separan de Marruecos a Ceuta y Melilla. Sorprendentemente, las cuchillas son inocuas para quienes no escalan esas cercas, pero no dejan de ser una amenaza al flujo migratorio. A la libertad de movimiento. El líder socialista Pérez Rubalcaba ha protestado enérgicamente contra las cuchillas en las cercas, y se me ha dicho que piensa materializar su protesta mandando al paro a su perro y suprimiendo los batientes de las puertas y ventanas de su casa, y las rejas, y las alarmas. ¡Qué ejemplo! Puesto a ser humanista de última generación, en vez de las cuchillas yo quitaría las cercas.

RETÓRICA. En un titular de primera plana de un matutino madrileño se alude a un “peronista disidente” que pugna por desbancar a la viuda Kirchner, peronista ella también, pero de otro grumo. ¿Quién, siendo peronista, no es disidente? El peronista es un partido que vino a este valle de broncas con la oposición incorporada. Lo suyo es de fábrica. Un “peronista disidente” no es un individuo, es un pleonasmo.

KAPUT. A decir verdad, me extrañó que los Castro, tan rigurosos con todo lo que tiene que ver con la cultura —en primer lugar con quienes la hacen—, renunciaran a su misión orientadora permitiendo que unos criollos desequilibrados y frívolos abrieran en sus domicilios —al socaire de la NEP (Nueva Economía Precaria) decretada por Raúl—, y como si montasen tenderetes de cachivaches en un zoco, saloncitos de proyecciones en tercera dimensión y se pusieran a pasar alegremente las películas que ellos mismos elegían. Ni que Cuba viviera en el desorden de antes, cuando una plaga de cines incontrolados aturdían a la clase obrera. No hay que asombrarse, pues, de que los pedagógicos hermanos, corrigiendo su eventual descuido, les hayan echado el cerrojo a esos antros de “subcultura” y “banalidad” —así calificados los saloncitos por el subcomisario Rojas en un flamígero arrebato de trascendencia—. Sí, no cabe duda: la revolución sigue ahí. Si alguna prueba de ello faltaba, ya la tenemos. El Partido es inmortal.

DENOMINACIONES. Mientras los barrenderos de Madrid, de vuelta a Europa después de una excursión a la selva, retiraban de las calles las carretadas de basuras que, con espartana disciplina sindical, habían esparcido, políticos y jueces comenzaron a tirar a la calle toneladas de pederastas, terroristas, violadores y otras materias orgánicas. Creo que esto es lo que los técnicos industriales llaman reciclaje y los estudiosos de la naturaleza llaman equilibrio ecológico. La cabecidura plebe, en su infalible ignorancia, lo llama Estado de Desecho.

2×2=4. Gaspar Llamazares, representante de Izquierda Unida en el Congreso de Diputados, declaró a la prensa española que el terrorismo es siempre de derecha. He aquí una afirmación, corajuda donde las haya, que muchos veníamos echando de menos en el llamazar político ibérico, y es magnífico que haya salido de la boca de un pensador ecuánime como don Gaspar, de rocosa densidad teórica. Su declaración está avalada por esto que escribió el Ché en su Diario de Bolivia: “…la base campesina sigue sin desarrollarse; aunque parece que mediante el terror planificado, lograremos la neutralidad de los más, el apoyo vendrá después.” ¿Será necesario recordar que el Ché es el santo de la derecha más venerado de los últimos tiempos?

EL RUIDO Y LAS NUECES. El telefonista de una comisaría de la ciudad de Valencia atendió la llamada: una mujer, atropellando las palabras y a punto de llorar, le dijo que en el piso de al lado estaban descuartizando a un tal Isaac y que el escándalo era insoportable. Al telefonista le chocó que la denunciante se quejara, en tan truculentas circunstancias, de que no la dejaban dormir. Cuando los policías llegaron al apartamento del crimen y derribaron la puerta, sólo encontraron a una joven tocando el piano. Eso sí, a la vista tenía, en el atril del piano, una pieza de Isaac Albéniz. Una pieza de convicción. El caso fue a los tribunales y apareció en los periódicos. La demandante acusaba a su vecina la pianista de no dejarle pegar ojo. El letrado de la acusación pedía cárcel, por ensañamiento, para la Clara Schumann levantina. Incapaz, supongo, de precisar si la demandante era una histérica iracunda, una histrionisa maliciosa o una melómana hiperestésica, el juez, cauteloso, absolvió a la pianista, pero le impuso una orden de alejamiento: acercarse a don Isaac, ni pensarlo en mucho tiempo. Así me lo contaron.

FELICIDAD. Cada vez que veo ese anuncio francés de La Vache qui Rit me acuerdo de Nicolás Maduro. Y viceversa. Es que, sin quererlo, enlazo la risa de la vaquita gabacha con el ansia de Maduro por ver reír a su pueblo. Él es un gobernante pragmático, de ahí que haya creado el Ministerio Bolivariano de la Felicidad Nacional. Me imagino que ahí no habrá ningún funcionario que no sea un yijadista del regocijo. Se especula acerca de que el edificio del Ministerio ostentará en el frontis un conjunto escultórico cinético —móvil, o sea— en el que incansablemente la Mona Lisa se inclinará ante el Buda Feliz ofreciéndole un rollo de Leyes Habilitantes. Es de esperar que de un momento a otro se expanda por todo el territorio de la república una risa estatal que ilumine la cara de los venezolanos, incluyendo la de Capriles. Hace tiempo, en La Habana, el escritor comunista Juan Marinello me dijo que no se podía hacer feliz a nadie por decreto. Eran tiempos de incredulidad. El Socialismo del Siglo XXI es otra cosa.


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