Virutas (4)
El autor considera estos textos unas humoradas en que ironiza y se burla de asuntos y personajes
HERENCIA. El célebre poeta ruso Velimir Jlébnikov fue testigo del estallido de felicidad que sacudió a su país en 1917. Murió de hambre en 1922. Otros, menos afortunados, demoraron más. Según su compatriota, amigo y colega Ósip Mandelstam —quien expiró años más tarde en un GULAG (siglas en ruso de Campos de Calistenia al Aire Libre)—, Jlébnikov decía: “La comisaría, ¡qué gran lugar! Es donde el Estado y yo nos citamos”. Con los hermanos Castro, en Cuba han florecido muchas costumbres de la desaparecida civilización soviética, y una de ellas es la de que el Estado y los intelectuales se vean en las comisarías. Sus tertulias, frecuentes, animadas, permiten afirmar que donde mandan los comunistas hay un diálogo permanente entre poder y cultura.
INDULTOS. En mi época de estudiante en París, vi, en un viejo cine del Barrio Latino, una película de Jacques Tati. Ha pasado mucho Sena por debajo del Pont Neuf y lo único que recuerdo de aquella comedia —Las vacaciones de M. Hulot— es una escena: un matrimonio maduro pasea por una playa y la señora va recogiendo alegremente, aquí y allá, piedrecitas que le gustan, y se las da al marido, que va detrás de ella, para que las guarde, pero él, aburrido, las va tirando a la arena. Aseguraba Oscar Wilde que la realidad imita al arte, y en España he vencido mis dudas al respecto. Aquí la realidad me permite ver casi a diario esta escena: una Justicia y un Gobierno pasean por el Estado y la Justicia va recogiendo con ceño adusto, aquí y allá, malhechores que asustan, y se los da al Gobierno, que va detrás de ella, para que los encarcele, pero el Gobierno, huevón, los va poniendo en la calle. Moraleja: Wilde era un sabio. Y Tati, un genio.
PIETÀ. En Cuba, los velorios en el campo se hacían llevaderos porque, en la densa madrugada del Trópico, se convertían en torneos de cuentos. Algunos de los mejores chistes que mantengo en repertorio para ocasiones luctuosas los coseché en Cuba a la vera de un finado corpore insepulto. No pude evitar que esos recuerdos me asaltaran mientras seguía por la tele el funeral del noble Mandela. Una voz interior me decía que allí también —la presencia de Raúl Castro en el funeral ya era un chiste— el humor brindaría alivio a los mortales. Y así fue. El aporte magistral se le debe al intérprete para sordos que evitó, compasivo y suicida, cambiando los signos de su oficio por los de la policía de tráfico en la Antártida, que llegara a su público la oratoria inane de las cancillerías. Gracias a su treta, ese público, numeroso y perplejo, se libró del hastío trocándolo en ira, que es mucho más sana. Aunque sea ira contra su benefactor. (Parodiando a Carlos III de España, sostengo que los sordos son como los niños: berrean cuando se los cuida.) Por su infinita piedad incomprendida, este virtuoso del trampantojo humanitario merece ser canonizado. Subiría a los altares como Pastor de los Ilusionistas y Mártir del Misericordioso Humor. Y Protector de los Sordos.
LEJANÍAS. Lautaro Carmona es el secretario general del Partido Comunista de Chile. De su aplomo se desprende que es un hombre conforme con su destino. (También es verdad que los humanos estamos expuestos a cosas peores. Yo, por ejemplo, soy diabético.) Hace unos días, en entrevista televisiva, me sorprendió con su humildad al confesar que no sabe casi nada de Corea del Norte. Tanto es así, que no tiene ni la menor idea de cómo se gobierna ese remoto agujero negro. De Alemania parece no saber mucho tampoco porque dijo, sin despeinarse, que en la Alemania del Este no hubo dictadura. Esto es lo que tienen las distancias: son un engorro a la hora de saber qué sucede en las antípodas. A los malpensados que deben de estar pelando al camarada Lautaro les recuerdo que Chile está muy, muy al sur. Además, aquello de la Stasi y el Muro es viejo, viejísimo. Aunque menos que Atapuerca.
RELOJES. En Moscú se han dado a conocer los premios del Gran Concurso de Relojes de Todas las Rusias, patrocinado por la fundación Antiguos Siervos del Kremlin. El tercer premio correspondió a un reloj siberiano, de madera de abedul y esfera metálica con motivos proletarios pintados al fuego, en el que, a las horas en punto, se abre una puertecita por la que asoma un cuco que repite Lenin Lenin Lenin. El segundo premio lo obtuvo un reloj de pared procedente de Novgorod en el que, como en el anterior, un cuco anuncia las horas repitiendo Lenin Lenin Lenin. Y el primer premio le fue concedido a un reloj de pie, del más clásico estilo Yeltsin, cuya maquinaria funciona con vodka. Esta joya, salida de los talleres de la famosa relojería leningradense Vremia Bolchevikov (digamos Tiempo Bolchevique), posee una ventanilla de la que, cada quince minutos, sale una cabeza de Lenin que repite cucu cucu cucu. (Cuento sacrílego ruso aliñado con virutas.)
CONCIERTO. Según una funcionaria de la Casa Blanca que quiso mantener el anonimato, lo que hacían el presidente Bill Clinton y la becaria Monica Lewinsky en el Despacho Oval (desde entonces llamado también Despacho Oral) era ensayar un concierto para instrumentos de viento que ofrecerían en la sede del Congreso. La fuente dijo que en repetidas ocasiones pudo observar cómo el presidente se concentraba en las tareas propias de su saxo mientras la señorita Lewinsky tocaba la trompeta.
NAVIDEÑA. A todos mis lectores, a todos, les deseo felicidad. Si la encuentran, avísenme.
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