Virutas (2)
La segunda entrega (la primera ocurrió a principios de julio de este año), de lo que el autor considera unas humoradas en que ironiza y se burla de asuntos y personajes
EL SILVIO VULNERADO. ¿Qué quieren ustedes que les diga? Me da lástima Silvio Berlusconi. Sus conciudadanos no paran de elegirlo. Por eso este hombre está siempre braceando en las aguas, mayores o menores, de algún conflicto, cuando lo mejor para él y para todos sería que no abandonara jamás esas albercas cuajadas de ninfas que los periódicos han hecho famosas. Parece mentira que en la Unión Europea no exista una ley que proteja a los ancianos de los entreveros partidistas. Ni siquiera un aviso humanitario que desaconseje elegirlos. Si sus vecinos no lo obligasen, hoy sí y mañana también, a ser jefe de Gobierno, senador y esto y lo otro, el Cavaliere podría dedicar los arrestos (no judiciales) que le quedan a ser feliz en compañía de esas atentas amigas suyas, heredadas de Don Hilarión, que se desviven por verlo contento. Ahora anuncia la vox populi, que suele ser vox dei, que ha comprado un senador. ¡Qué capricho! Sólo a una persona con el cerebro pocho -gaje de la edad y el uso inclemente de la política- se le ocurre comprar un senador. Un hombre joven y sano habría invertido la plata, digo yo, en un chalet con vista al mar o en un coche de alta gama. Es verdad que al chalet se lo puede tragar un tsunami y que un Rolls Royce puede conducir a un desastre de carretera. Pero ni los chalets ni los automóviles tienen el hábito de hablar. Los senadores, sí. Y lo hacen en los hemiciclos, y en las comisarías, y en los mítines, y en los juzgados, y según en qué lugar dicen qué cosas. Así lo acredita Su Señoría Sergio de Gregorio, el Prodigioso infiel. Soy tan añejo como Berlusconi, pero, aunque tengo la casa llena de tarecos, seguramente porque no soy político nunca se me ocurriría adquirir un senador. Ni gratis me apetece tener uno. Otra cosa es una piscina con ninfas.
FIAT LUX. Cuando el Hacedor hizo lo que hizo, se le ocurrió, a fin de tenernos siempre ocupados, que los seres vivos tuviéramos necesidad de alimentarnos para no perecer. Y entonces a algunos nos hizo herbívoros y a otros carnívoros. Como al hombre lo diseñó a su imagen y semejanza (casualmente Él tenía aspecto humano), lo privilegió (así nació el nepotismo) haciéndolo herbívoro y carnívoro, o sea, ampliando sus posibilidades de pervivencia. No han faltado personas arriesgadas y de buenos sentimientos que han intentado que los carnívoros dejemos de ser depredadores. (Un camarada de la etnia marxista de Cuba experimentó con sus perros prohibiéndoles cazar y obligándolos a vivir sin comer carne y, cuando estaba a punto de enmendarle la plana al Hacedor y con ello darle una alegría al Primer Secretario de su tribu, uno de los chuchos se le murió y el otro se hizo anfibio en el Estrecho de la Florida.) Comprobado está que es ley inexorable de vida que unos animales devoremos a otros. Pero el Gran Arquitecto —de nuevo el nepotismo fundacional— dotó de pensamiento abstracto al hombre. Mal hecho. Nada más parecido al pensamiento abstracto es una pista de patinaje. Gracias a esta pifia del Gran Arquitecto, por poner un ejemplo, para mucha gente adorable matar un toro para comer da licencia para convertirlo en hamburguesa cuando está vivo. La diferencia es de tiempo.
COHERENCIA. Recuerdo que, para resumir su concepto de la coherencia en la dramaturgia, Antón Chéjov dijo que si en el primer acto de una obra de teatro aparece un fusil, en el último debe disparar. Esto me vino a la mente mientras me informaba del recién celebrado Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), organización ésta muy coherente como servidora de la revolución. Ya son nueve los congresos de la UPEC y parecen uno solo. Diríase, por la coherencia que los engavilla, que son escenas de un único libreto. Escenas en las que siempre se empieza y termina disparando el mismo fusil, cargado del mismo futuro, contra los relapsos que en Cuba, a pesar de palizas patrióticas y calabozos para la reflexión, insisten una y otra vez en romper la disciplina social opinando de aquello y de lo de más allá sin pedir el nihil obstat.
DEPRECACIÓN. Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia de España, ha declarado que abandonará la política tan pronto como cese en su cargo. Hace días, en radio y televisión, chuscos y descreídos comentaban con sorna injusta esta noticia. Recordaban que es la enésima vez que el ex alcalde de Madrid y ahora Justicia Mayor del Reino anuncia que hace mutis. Los ciudadanos hemos sentido (en toda la extensión del término) el inmensurable apego de este hombre a la cosa pública. A mí no me extraña, pues, que le cueste dejar el poder, que es como dejar el tabaco. Sólo quienes lo han ejercido in extenso, como él, saben que para dar la espalda a las candilejas y “pasar íntegro a la sombra”, que diría el poeta, hay que estar preparado. Por eso don Alberto lleva tanto tiempo entrenándose. Imploro al Altísimo que lo anime ya.
URBI ET ORBI. Un señor Cochez, antiguo embajador de Panamá en la Organización de Estados Americanos, asegura haber descubierto que Nicolás Maduro, esa materia parlante moldeada por Chávez, nació en Colombia. Dice que en Cúcuta. El líder opositor venezolano Henrique Capriles se enteró de tal descubrimiento y, sin pensarlo dos veces, agarró el micrófono que siempre lo acompaña y dijo: “Yo te pregunto, Nicolás, ¿dónde naciste tú? El pueblo venezolano quiere saber si de verdad naciste en nuestro país porque si eso es mentira no puedes ser Presidente de la República”. Ésta es una interpelación vana e hija del oportunismo. Desde todo punto de vista impropia de Capriles. Por supuesto que Maduro puede ser presidente de cualquier república que lo soporte. La imbecilidad no tiene patria, ni fronteras, ni escudo, ni bandera. Ni aforo limitado.
LIMPIA, FIJA Y DA ESPLENDOR. Los aficionados a las corridas de toros están convencidos de que ese espectáculo, que al cascarrabias de Pío Baroja le parecía “estúpido y sangriento”, es arte y lidera la tradición cultural de España. A mí me parece que llamar cultura a la crueldad es sobradamente aceptable. ¿Acaso los sacrificios de muchachos en las pirámides de Teotihuacán no son distintivos de la cultura azteca? ¿Acaso no es parte de la cultura del Imperio Romano la lucha de gladiadores, en la que estos bravos se abrían mutuamente las entrañas para emocionar a su público? Asimismo es sobradamente aceptable relacionar el arte con la tortura. Recordemos que durante la Inquisición floreció un arte de la tortura. La destreza de los verdugos de la Santa Congregación al aplicar el tormento era un secreto a gritos. Por consiguiente, no debería chirriar que se repute de arte a la tauromaquia y se la emplace entre los bienes culturales, aunque los toros, pretendiendo afear con su primitivismo la galanura del diestro y su cuadrilla, en las plazas berreen doloridos, se caguen impúdicamente, quieran empitonar a todo quisque y con sus hemorragias pringuen el albero y los trajes de luces, extravagancias sobrevenidas de las que se libran las otras artes. Es que, si vamos a andarnos con melindres de beatas a la hora de hablar, empobrecemos el idioma.
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