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Canciones viejas para el hombre nuevo

Tras cuatro décadas de dogmatismo ideológico y aislamiento, ¿hacia dónde va la música cubana?

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Así vivíamos. ¿La máxima aspiración de la gente? Irse, largarse de la Isla como fuera, en lo que fuera. Y mientras, hacer el sexo, que no hay más na' —el entrenamiento comenzaba en la secundaria y terminaba en la posada—, o asistir al Festival de la Canción de Varadero, donde el padre de la cantante española Massiel preguntó: ¿Cuánta gente cabe en el anfiteatro? Diez mil personas, le respondieron.

Se puso las manos en la cabeza y exclamó: "los cubanos están locos, miren que hacer un festival y no cobrar la entrada". Lo que nunca supo el comerciante español es que la mayoría de los jóvenes rockeros que venían para aplaudir a su hija, nunca llegaban a Varadero. Que apenas entraban en Matanzas, la policía los montaba en una guagua… y los regresaba a La Habana.

Por los ochenta, el gobierno dio candela contra candela, ¡tanta!, que la calle se puso malísima. Tuvo que abrir la válvula de escape para que saliera la presión. Y el éxodo masivo por el Mariel cambió el panorama. Pero el que no se fue, se quedó. Parece un trabalenguas, pero los que se quedaron trataron de adaptarse. El gobierno también hizo concesiones, invitó al Festival de Varadero a Oscar de León, que todos admiraban a través de las antenas de sus radios. Cuando el venezolano debutó, la familia completa estaba frente al televisor Y ocurrió el milagro. Lo viejos sones del Benny, con orquestaciones de los ochenta, resultaron un escándalo.

El regreso del son

Como un niño perdido que encuentra a sus padres, los cubanos volvieron al son. Oscar de León pretendió cantar en Guantánamo y hubo que suspender el concierto, porque a las puertas del estadio se amotinaron miles de orientales que se quedaron sin poder entrar. Si el Barón de Humboldt fue el segundo descubridor de Cuba, Oscar de León fue el tercero. Cuando se fue, muchas orquestas comenzaron a imitarlo.

Una mañana aterrizó en Rancho Boyeros un avión blanco, con una escalerilla blanca. Grandes parasoles blancos recibieron al Rey de los Yorubas, el Papa de la religión lucumí. Venía invitado a un Congreso de Babalawos en el Palacio de las Convenciones. ¡Puerta abierta! Adalberto Álvarez sacó su tema Y qué tu quieres que te den; la orquesta Dan Den arrasó con su guaracha San Lázaro; y Los Van Van, para no quedarse atrás, le cantaron a Orula, el adivino en la religión del tablero de Ifá. La música continuaba bailando al son de la política.

Por falta de dólares, el gobierno descubrió que la decadente música del pasado podía ser rentable. Creó empresas para comercializar el son y la guaracha. Pero sólo los filtrados salían al extranjero, y en condiciones humillantes: acompañados por un miembro de la Seguridad, con pésimos instrumentos, y sin un afiche, sin un disco que repartir o vender.

Los alojaban en hoteles de ínfima categoría, con un miserable estipendio de comida. Usted podía reconocer a los músicos cubanos en las calles de México, por su facha; dormían varios en un mismo cuarto de hotel y cocinaban en reverberos. Eran los gitanos de la música tropical. Los únicos que viajaban con condiciones eran los patriarcas de la Nueva Trova, que se presentaban en estadios, con enorme publicidad.

En 1983, el Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, me dijo en entrevista para la Revista Opina: "La música cubana que se oye en el exterior es la Nueva Trova, porque es la más difundida, la más protegida por las autoridades culturales de la revolución, la que en los sectores cultos de Cuba consideran (es) la expresión cultural de la revolución". Y añadió el escritor amigo de Castro: "los cubanos no están aprovechando un filón cultural tan importante como es su música popular, y existe el peligro de que si no se estimula el filón, empiece a extinguirse".