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Canciones viejas para el hombre nuevo

Tras cuatro décadas de dogmatismo ideológico y aislamiento, ¿hacia dónde va la música cubana?

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Las orquestas que no podían enardecer al público con metales circenses —como el Irakere para "consumo interno" (en el exterior tocaban jazz)—, lo hacían con estribillos "rompecocos". ¡Pobres músicos!… desprovistos de mercados reales, expuestos a los vaivenes de la política, sin grabaciones, sin retroalimentación, en desleal competencia con los grupos extranjeros, trataban de ganarse al público… como fuera.

La radiodifusión pretendió compulsar a los autores a componer música bailable y creó festivales con premios. El resultado fue una híbrida mezcla de culturanismo y folklore, con letras muy picúas ( kitsch), y una música desprovista de sabor. Pero los burócratas insistían. Aprobaron la plantilla salarial de nuevas orquestas, como La 440, Los Karachi y Son 14 que, a decir verdad, se defendían. Y hasta repartieron teclados sintetizadores entre algunas charangas como Maravillas de Florida y la Original de Manzanillo, y fue simpático, porque (en un inicio) los hacían sonar como pianos: habían estado divorciados del rock.

Mientras, Irakere apretaba la rosca, sus metales competían consigo mismo, en un circo de tonalidades altas. Dondequiera que sonaban sus metales del terror, terminaba como la fiesta del Guatao, uno muerto y dos esposados. A uno de sus temas, Fiebre, el gobierno le cambio el nombre por 38 y medio, para disimular. Las demás orquestas imitaron a Irakere y midieron el éxito de un baile por el número de broncas y gente presa. Podrán imaginar las consecuencias. El baile, a poco más de un año de ser rescatado, volvió a ser una actividad marginal.

No pisen al muerto

Una anécdota ilustra el desastre: en un baile en Guantánamo, con la Orquesta Revé, le dieron una puñalada a un tipo, que cayó muerto al piso. Pero la orquesta no paró de tocar y los bailadores frenéticos, continuaron bailando pisoteando al muerto. Revé contaba el cuento, con orgullo. Elio Revé era líder de una charanga que tocaba changüí, el son de las montañas de Oriente, y tuvo la suerte de encontrar al joven bajista y compositor Juan Formell. La Revé estuvo en los primeros lugares de popularidad, hasta que el joven le hizo una raya y creó Los Van Van.

Los Van Van fueron un campanazo de alegría. Sus primeros temas, La Candela, Pastorita, Seis Semanas, arrebataron a los dos bandos: los cheos de La Tropical y los universitarios amantes de la trova. ¿Por qué? Porque Formell venía del rock y logró hacer una música más directa, más moderna, con influencias de Los Beatles y de ritmos caribeños como el reggae. Mientras otros autores entraban con una melodía cantable, la desarrollaban y luego pasaban a los estribillos y al mambo, Formell, con la inmediatez del rock, entraba con fuerza, y apoyado en su bajo roquero, agarraba al bailador. Y sus textos, verdaderas crónicas urbanas, no eran muy sumisos que digamos y más de una vez fueron prohibidos en la radio.

Soy de esta isla, soy del Caribe

La fuerte sonoridad Van Van excedió su nombre (los 10 millones de toneladas de azúcar que no fueron), y provocó que los universitarios comenzaran a aburrirse de la Nueva Trova. Y claro, fue la guerra. Silvio Rodríguez habló pestes de Formell y la juventud comunista arremetió contra Los Van Van, acusándolos de mal gusto, que era peor que una acusación por brujería; pero el gobierno intervino y los hizo fumar la pipa de la paz. Silvio grabaría con Los Van Van el tema Imaginada, que la radio trasmitía 50 veces al día… Y Pablo Milanés compondría el son del oportunismo: "Soy de esta isla, soy del Caribe, jamás voy a pisar tierra firme porque me inhibe…". Mientras, no salía de cumplir contratos en Madrid y Buenos Aires, que no eran precisamente islas.

Ya La Habana estaba lenta, apagada y atrincherada, pero los habaneros inventaban. Los jóvenes se resistían a ir a los círculos sociales, donde les exigían carné de identidad; preferían los arrecifes de Miramar o del Malecón, que ir a las playas con arena habilitadas por el gobierno. Era un acto de rebeldía. En los arrecifes no había ni agua potable, pero mezclaban naranjas agrias y alcohol de farmacia, y bailaban con la onda corta, antes de correr a ver, en blanco y negro, la película del sábado o tomar un helado en Coppelia, donde tres horas de cola eran lo más natural del mundo.

Y la gente se vestía a como podía. Un sábado, en el estelar programa de televisión Juntos a las 9, una popular cancionera llegó al estudio, con un vestido de lamé azul con hilos de plata. ¿De dónde lo habrá sacado?, fue el comentario de los músicos. La respuesta llegó cuando un camarógrafo descorrió tras ella la nueva cortina de boca del estudio, hecha de lamé azul con hilos de plata.