Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Música

Canciones viejas para el hombre nuevo

Tras cuatro décadas de dogmatismo ideológico y aislamiento, ¿hacia dónde va la música cubana?

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Por esta época sucedió una explosión social que sólo puede darse en una economía de guerra (¿Pero acaso estábamos en guerra?). El sostenimiento de la libreta de abastecimiento cambió radicalmente el gusto musical de los jóvenes cubanos. A muchos núcleos familiares les tocó por la libreta un radio VEF, soviético, de cinco bandas. Algún genio del trueque cambió radios por ancas de rana. Y en la calles, en la playa, en la guagua, todo el mundo andaba con la antena parada.

Unos meses después, hasta los más jóvenes rechazaban toda la música que se hacía en Cuba: la bailable, la romántica, la nueva trova, no importaba el género. Rechazan la música cubana, como rechazaban las palmas, la bandera, el escudo, la patria y hasta la tierra. No tenían la culpa. Para ellos, patria era sinónimo de revolución. Y la revolución los obligaba a ser "el hombre nuevo", y ellos querían ser simples mortales, emborracharse y hacer el amor en la playa, junto a su radio de onda corta.

El Estado midió el peligro y, con mentalidad faraónica, creó la Orquesta Cubana de Música Moderna, donde situó ¡la crema y nata! de los músicos. Un todos estrellas gigante. Llegó a tener seis trompetas, y salió al aire la primera grabación: Pastilla de Menta. ¡Y sí que fue buena!, a chupar de la pastilla.

Una orquesta faraónica

Tremendo orquestón, pero en la radio tenía que competir con Barry White, Rolling Stones y Sangre, Sudor y Lágrimas, por un lado, y con la Fannia All Star, Willie Colón y Rubén Blades, del otro: de león a mono amarra'o.

La radio cubana, obligada a la competencia, autorizó a los cantantes cubanos a grabar canciones extranjeras en sus estudios. Y como en Cuba lo que no estaba prohibido era obligatorio, y Julio Iglesias, José Feliciano y hasta Raphael estaban prohibidos (nadie sabía por qué), sus pegajosos temas se hacían obligatorios por Beatriz Márquez y José Valladares, que aseguraba tener el millón de amigos de Roberto Carlos.

Pero las antenas seguían paradas. No sólo las radiales, también las de televisión, que algunos se las agenciaban para ver los canales americanos. Y usted veía en los techos de las casas, altas torres hechas de percheros de alambre, provistas de un motor que las hacía girar en busca de la señal. Y podía escuchar de acera a acera "Oye, vecino… no te pierdas los Grammiii". Como contrapartida surgió el Grupo Irakere, con su Bacalao con Pan, y la lucha se emparejó, por un tiempito.

¡Agárrate con Irakere! El virtuosismo de sus metales y los estribillos pegajosos movilizaron a la juventud. Irakere fue una versión viajera de la Orquesta de Música Moderna. La calidad de Irakere levantó multitudes en Cuba y en el exterior (ganaron un Premio Grammy); pero las trompetas de Sandoval, Varona y El Greco, los saxos de Paquito D'Rivera y Averoff, la flauta de El Tosco, el piano de Chucho Valdés y la percusión de Plá y Oscar Valdés, obligaban al baile.

Niurka chupa mi pirulí

El gobierno cambió de palo pa' rumba, organizó matinés bailables en los salones del Casino Deportivo, el Ferretero, el Miramar, ahora convertidos en círculos sociales. La directiva del Partido era bailar. Se bailaba hasta por cuadras, "auspiciado" por los Comités de Defensa de la Revolución. Pero aunque el baile refrescó el ambiente, las divisiones entre universitarios y cheos, de fuerte contenido racial, continuaron latentes, acentuadas por los textos populistas de algunos sones y guarachas.

Sólo había que escuchar a Yoyo (ex compiche de La Lupe en el Trío Tropicuba), recién salido de Mazorra, cantar "Niurka chupa mi pirulí, ay que me duele la cabeza, chupa mi pirulí", en el desbordado Quiosco de la Construcción, en los carnavales de 1970. ¿Qué estaba pasando?