Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Literatura

Más puro que un cordero sin uniforme

«Jamás hubiera abandonado la revolución si el Partido no hubiera asumido la dirección de la cultura». Entrevista al escritor Edmundo Desnoes.

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Sin embargo, cuando la traducción al inglés fue celebrada en The New York Times, y la película fue aplaudida tanto en Europa como en Estados Unidos, la dirección política decidió que la buena propaganda borraba la debilidad ideológica de la novela. Durante 40 años, la novela no se reeditó en Cuba, y los escasos ejemplares que sobrevivieron circulaban desencuadernados, especialmente entre la juventud.

En 2004, reapareció, publicada por Letras Cubanas. La apertura cultural en la Isla, primero bajo Armando Hart como ministro, y ahora con Abel Prieto, hizo posible mi viaje a Venecia en 1979, invitado por la Bienal, donde decidí exiliarme, y, años más tarde, la publicación de Memorias. Algo es algo.

Su novela no se inserta, obviamente, en el realismo mágico de Carpentier, ni en el barroco lezamiano o la estética católica de los origenistas. Tampoco forma parte de un discurso literario militante, muy frecuente en los sesenta, o en la llamada narrativa de la violencia. ¿Ha considerado todos los puentes que la unen con la narrativa norteamericana, aunque siempre se refiera a Camus como pariente más cercano? ¿Usted siente alguna comunión estética con Heberto Padilla?

Los puentes que me unen a la narrativa norteamericana no son formales. A la literatura anglosajona me unen la duda, la ambigüedad y la búsqueda de interioridad. Mis raíces literarias están en El Lazarillo de Tormes, en San Juan de la Cruz, en Antonio Machado y, por encima de todo, en El árbol de la ciencia, de Pío Baroja.

Andrés Hurtado fue el primer personaje literario con el cual me identifiqué al final de mi adolescencia. Sí, siento una comunión estética con Padilla, aunque nunca me sentí tan seguro de mi prosa polémica como Padilla de su poesía rebelde. En su lamentable confesión, Heberto hablaba de los buenos consejos que yo, entre otros, le ofrecí cuando él daba rienda suelta a sus agudas opiniones.

Jamás le aconsejé que se callara, aunque siempre me asaltaban dudas cuando me decía: "No nos pueden tocar, Fidel necesita el apoyo de la intelectualidad europea. Estamos protegidos por el prestigio de nuestra obra", en esas o en otras palabras muy parecidas. Siempre pensé que si atacaban la política de la revolución, Fidel se enfrentaría, sin vacilaciones, a los intelectuales de Europa, de Estados Unidos y de América Latina que cuestionaran su obra de arte: la revolución.

El escepticismo de Sergio, contrastante en un momento de entusiasmo colectivo ante la revolución, se ha mantenido incólume en 'Memorias del desarrollo', desde otra realidad y en un tiempo postrevolucionario. ¿Es el nihilismo como una forma de conocimiento?

No tengo la menor duda: somos mortales, nada es permanente. Piensa mal y acertarás. Nuestros sueños siempre se estrellan contra la realidad, pero estrellarse es también brillar.

Al Sergio de 'Memorias del subdesarrollo' lo abandonan "todos los que lo querían y lo estuvieron jodiendo hasta el último minuto". En 'Memorias del desarrollo', él los abandona a todos. ¿Hay una búsqueda de la verdad individual, intransferible, una suerte de huida de lo gregario, del pueblo, incluso de la familia como entidad colectiva?

Me alegra la pregunta. Mi contacto con el otro es siempre doloroso. El otro me interesa tanto que le tengo miedo. Además, creo que la cultura es una actividad aristocrática, pero con una enorme responsabilidad hacia los demás, hacia los muchos. Nunca el bien y el mal están de un solo lado, los opuestos se tocan, como dijo Gide.

Usted ha declarado que 'Memorias del desarrollo' se propone, en cierta medida, explicar el mundo norteamericano desde la psicología, la sensibilidad y la lengua latinoamericanas. Sin embargo, quien lea la conversación de Sergio con Fiddle (apodo que endilgó Santos Traficante a Fidel Castro), la cabeza de perro que corona su bastón, detectará inmediatamente una suerte de ajuste de cuentas con el pasado…

Sí, tienes razón, ese capítulo es un ajuste de cuentas con el pasado. Yo escribo por deficiencia, no por desbordamiento como Dostoievski; escribo, como Kafka, para decir lo que no siempre digo cuando ando entre los hombres y las mujeres, lo que no me atrevo a expresar, o lo que no me sale.