Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Bolivia

La novela de Evo Morales

¿Será capaz el presidente de dejar atrás el populismo de peor cuerda y asegurarse una huerta en la posteridad?

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Hace ya algún tiempo, Álvaro Mutis dijo que quería ser recordado por algún buen verso que haya escrito. Y nada más. Claro que ya tal vez soñaba a ratos con el premio Cervantes, que ganaría en 2001. Los grandes premios suelen llegar a los escritores después de años y acumulada experiencia, cuando La nieve del Almirante ha cubierto la cabellera y cuando solo, a brazadas de sensibilidad, ha triunfado sobre las aguas nada hospitalarias del arte de escribir.

Si hay dos profesiones donde el trascender ocupa sitio, esas son el arte y la política. No existe artista sin la misteriosa ambición de permanecer más allá de su tiempo, de inscribirse en lo que viene. Miguel de Unamuno añadía que hay aquí una forma de no morir, solicitud de eternidad, vana en el hombre. En caso de artista comedido, como el de Mutis, es un verso lo que anhela estampar en lo inmutable.

La mezcla del político y el escritor, por otro lado, escasamente produce consecuencias apetecibles. Sucede un desdoblamiento muy desgarrador, humano apenas. El braceo intelectual del primero en compañía de la soledad, no empalma con la pugna a toda fuerza del segundo, que insta la reverencia de la multitud. Uno trasciende a través de su obra, el otro mediante las masas.

El signo de la política

Mientras el escritor —y en particular un novelista como Mutis— selecciona en qué sitio se coloca, a quién mata o exalta, pinta alegre, meditabundo o epopéyico, el político anda generalmente sobre asuntos irremediables. Cuando Mijaíl Gorbachov tuvo que cambiar a su país y soñó pasar con su multitud a la historia, se la enajenó. Pasó a la historia como un escritor, un solitario. Pero ésta es una anécdota rara, tan rara que los anales no recuerdan otro dilema de igual signo.

Quizá algo de lo que enfrentó el ex líder soviético aparece en el camino de Evo Morales, recién investido presidente boliviano. Ya en el sillón presidencial, en cierto sentido como el escritor frente a la hoja en blanco, debe saber que los hilos de su trama son muy finos y que un paso mal dado podría enviar a Bolivia a la desintegración, al espectáculo de grandes y pequeños feudos peleados o ignorándose entre ellos. Fracaso sin duda para un fervoroso amante de la multitud, que confesó recientemente a la prensa no sentirse solo.

La díscola región de Santa Cruz de la Sierra reunió en junio de 2004 a 400 mil personas en demanda de autonomía, y al año siguiente, en cabildo abierto, aprobó la organización de un gobierno regional autónomo. Si llevan a la práctica una situación semejante, sería el fin, el fin del baño de masas y la clausura de la puerta ancha de la historia. Morales está consciente y ha prometido que negociará con estos y otros sectores en la oposición, lo cual, sin duda, es la actitud más precavida.

Si para muchos su triunfo depende de la lealtad que mantenga hacia su verba de irreverente apariencia, ella puede transmutarse en el peor enemigo. El domingo pasado no habría de escucharse a un Morales tímido, porque la diferencia hubiera creado sospechas harto tempranas en un contexto cruzado de emotividad.


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