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Cuba, EEUU, Ataques

Ataque sónico de Juan Antonio Blanco

Sobre la vieja artimaña de la inferencia sin pruebas

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Desde la tribuna anticastrista Martí Noticias, Juan Antonio Blanco acaba de sonar la matraca de que el Gobierno cubano es autor o cómplice de los ataques contra 24 diplomáticos de USA y 8 de Canadá en La Habana. Además del número de víctimas, Blanco sabe que fueron atacadas con “algún mecanismo artificial creado por el hombre”. A esta primera decepción —lo bueno sería en que, siendo artificial, ese mecanismo no fuera creación humana— sigue otra más honda. Blanco busca “Decodificar la desinformación cubana“ para contrarrestar el “tsunami de propaganda” del régimen castrista, pero soslaya que, antes de propaganda política, el caso es de investigación criminal sujeta a reglas lógicas ajenas a toda bandería.

El culpable de todo

Para Blanco es incluso “irrelevante conocer los detalles sobre la identidad personal de los ejecutores directos”. El Gobierno cubano “era responsable de la protección de esos diplomáticos y por ello el único culpable del deterioro de las relaciones bilaterales”. Más o menos por la misma regla, el Gobierno estadounidense es el único culpable de los ataques terroristas en su territorio, ya que es responsable de la protección de los ciudadanos, pero vayamos al grano.

Al igual que en el resto del mundo, la embajada americana en Cuba tiene algo así como un Jefe del Área de Seguridad con la responsabilidad específica de proteger a los diplomáticos y sus familiares. Así que la culpa sería más bien compartida y con su monserga Blanco no llegará a ningún lugar —salvo a los enclaves de pa’lo que sea en contra del castrismo— sin desacreditar primero la prueba testimonial aportada por el teniente coronel Francisco Estrada Portales (Jefe de la Sección de Investigación Criminal del MININT):

“Al momento de denunciarse estos hechos por la embajada de Estados Unidos [17 de febrero de 2017], el Jefe del Departamento de Seguridad Diplomática del MININT llamó a una entrevista al Jefe del Área de Seguridad de esa sede, y al indagar con él sobre la ocurrencia de los hechos, en función de precisar datos para desarrollar nuestra investigación, resultó que este funcionario desconocía la ocurrencia de esos hechos [y luego] fue reportado como uno de los atacados”.

El Jefe del Área no ha salido todavía a desmentir a Estrada Portales y tendría que hacerlo para justificar la culpa exclusiva que alega Blanco, a riesgo de que el MININT haya tomado la precaución de grabar la conversación.

El todo del culpable

La clave de la monserga de Blanco estriba en que aquel mecanismo artificial no pudieron manejarlo otras personas que “no formasen parte del Gobierno cubano o actuasen en completa colaboración y complicidad con él”, pero esto no es conocimiento, sino creencia.

Sin saber quiénes fueron los atacantes ni qué armas usaron, Blanco concluye que el Gobierno cubano es autor o cómplice. Tal es la acusación de los senadores Marco Rubio (R/FL) y Bob Menéndez (D/NJ), que Blanco sostiene con el argumento de ser “imposible que los equipos de chequeo permanente contra las residencias de los diplomáticos no hubiesen detectado” qué pasaba desde los primeros casos, aunque tampoco los segurosos de la embajada americana detectaron ni alertaron nada al principio.

Así Blanco y los demás saltan por encima de al menos una hipótesis alternativa: los atacantes, tal como emplearon armas tan desconocidas que nadie sabe cuáles son, eran tan buenos que pasaron la mota al Departamento de Seguridad Diplomática del MININT.

Al darse la hipótesis Rubio-Menéndez como hecho, la única medida consecuente sería represalia militar, porque los ataques a diplomáticos estadounidenses y canadienses son en sí acciones terroristas (28 CFR Sección 0.85, Inciso l). Trump tendría entonces que por lo menos mandar a bombardear el cuartel del Departamento de Seguridad Diplomática del MININT y liquidar con drones al coronel Alejandro Castro Espín y demás responsables. Sin embargo, ni Rubio ni Menéndez instan a la represalia consecuente, sino que alardean para seguir esa tradición de Washington ante el problema cubano que Howard Hunt definió tan requetebién: We didn’t have the cojones to follow through [1].

Además de volarse hipótesis de investigación criminal, Blanco pierde ese paso tan chévere que la ciencia criminalística exige marcar: motivo, medio y oportunidad [2]. Se cae de la mata que el Gobierno cubano tuvo la oportunidad, porque las víctimas estaban en su territorio, pero no se sabe de dónde salió un medio tan sofisticado y mucho menos qué motivación habría tenido el Gobierno cubano para entorpecer o dejar que entorpecieran, con la sordera de diplomáticos del montón, el normal desarrollo de las relaciones diplomáticas con USA y de pasada con Canadá, la fuente primera de turismo a la Isla y la cuarta de sus importaciones.

El cuento de Pascual Angulo y viceversa

Como no cabe otra hipótesis de motivación que perjudicar esas relaciones, Blanco pasa por alto Canadá y se concentra en que Raúl Castro es de línea tan dura que no tenía tanto interés en las relaciones con USA, como si nadie supiera que saca verde provecho de ellas. Blanco sugiere hasta que Castro prefirió —en vez de darles pita, ponerles honey traps, grabarlos y filmarlos como siempre—, dejar sordos a los diplomáticos sospechosos de “misiones de inteligencia”.

Para ejemplificar el desinterés de Castro, Blanco entresaca cuestiones ajenas al marco bilateral, como el incremento de la represión en Cuba y Venezuela, el embarque de misiles garapiñados a Corea del Norte y aun el hilarante absurdo de que las autoridades cubanas “se apoderaron de un misil Hellfire”, como si nadie supiera que fue enviado desde Europa a Cuba por equivocación y Washington elogió a La Habana por devolverlo.

Blanco da vueltas a la misma matraca, como reza la filosofía de esquina habanera, esto es: razona en círculo o con petición de principio, como acuñó Aristóteles en sus Primeros analíticos. En virtud de que nada puede escapársele al MININT, “es imposible que un tercer actor independiente” pudiera ejecutar los ataques sin haber sido detectado y sin que el coronel Castro Espín se enterara. Por esto último, Castro Ruz no puede “fabricar chivos expiatorios, ni reconocer que el MININT, actuando de manera institucional, afectó la salud de los diplomáticos. De ahí la necesidad de negarlo todo”.

Así lo dice Blanco, como si Castro Espín y Castro Ruz no tuvieran seso para entender que se arriesgaban a represalias de Washington por la acción terrorista de dejar sordos a unos cuantos en la embajada americana más descuidada, pues a pesar del riesgo de que quedaran sordos solicitó 158 visas para familiares y amigos de sus diplomáticos entre febrero y junio de 2017.

La monserga de Blanco entusiasma a la bandería del anticastrismo tardío, pero el Gobierno cubano tiene otra que anima a la bandería contraria: detrás de estos hechos, está la CIA, o al menos ciertos agentes díscolos suyos. Esto nos lleva a que las hipótesis se discriminan con pruebas y Blanco no tiene ninguna mejor que aquella de Estrada Portales. Lo único que tiene es la inferencia sin pruebas de que, como los hechos ocurrieron en La Habana, el Gobierno cubano es responsable por donde quiera que se vire.

Coda

El mismo día que Blanco se subió a la tribuna anticastrista para sonar su matraca de ataques de Cuba contra ciudadanos de Estados Unidos, delegaciones de ambos países subieron la parada de la realidad al celebrar un encuentro técnico en Washington sobre prevención y enfrentamiento del terrorismo.

Notas

[1] “Plotter of Bay of Pigs, Watergate conspirator: ‘File and forget’ Castro”, The Miami Herald, 28 de junio de 2001.

[2] Brandl, Steven G.: Criminal Investigation, SAGE Publications, 2018, 460.


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