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Camuflaje léxico

Revolución, libreta de racionamiento, trabajo voluntario: ¿Nombrar las cosas o disimularlas?

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Vacuna contra la propensión heroica

El miedo que impone el aparato represivo cubano y la perversión del lenguaje inherente al totalitarismo son las dos caras del mismo chavito. Ambos han engendrado el hábito de vivir con temor y expresarse con duplicidad, y han originado una patología social que bien podría denominarse trizofrenia: la mayoría de los cubanos piensa una cosa, dice otra y hace una tercera, que a menudo no guarda relación alguna con lo que pensaron o dijeron.

Entre otros males, la "revolución" exige un simulacro perenne de adhesión que permite escenificar la comedia de la cohesión nacional y la obediencia inquebrantable al caudillo omnisciente y todopoderoso. Esa vida pública ficticia termina por vaciar al ser humano de autenticidad. Man is only half himself, escribió Emerson, the other half is his expression.

Cuando los pueblos viven etapas muy prolongadas de sometimiento, esa falsedad permanente de la vida social termina por afectar también a la vida privada y por corroer las más íntimas convicciones. El resultado inmediato en esos casos no es casi nunca la revuelta, sino la decepción, el cinismo y la abdicación de todo proyecto colectivo.

Pero estos períodos de inautenticidad general suelen ir seguidos de otros de renacimiento moral. Por lo general, esa recuperación empieza a manifestarse en el arte, la filosofía y la ciencia, antes de difundirse al resto de la sociedad. Desde hace algún tiempo, menudean en Cuba los síntomas de que ese rearme moral ha comenzado ya.

El primero y más enérgico de todos es el rechazo del camuflaje léxico que protagonizan las nuevas generaciones. Una urgencia de claridad y desnudez late en las obras de los jóvenes creadores que en los últimos quince años vienen revitalizando la cultura cubana. Han descartado los lugares comunes del discurso oficial y se niegan a apagar la luz para que todos los Castro parezcan pardos. Es cierto que, con demasiada frecuencia, el régimen les impone un apagón, pero ellos esperan pacientemente al nuevo día y vuelven a la obra, con mirada lúcida e instinto certero.

Este afán de verdad, esa urgencia de expresar las convicciones auténticas tal como se sienten y no como las pretenden disfrazar las consignas y los lemas del régimen, constituye uno de los síntomas más certeros de que se inicia otra era de la vida nacional. Al ser humano le resulta más fácil morir con honra que pensar con orden, afirma Ortega, y los cubanos no han sido la excepción. Pero las nuevas generaciones vienen vacunadas contra cualquier propensión heroica y, en cambio, parecen dispuestas a establecer una claridad conceptual y una higiene de ideales que acabe de una vez con la farándula crepuscular y patriotera del régimen actual. Así sea.


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