Actualizado: 02/05/2024 23:14
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La oportunidad del Consejo

¿Se ocupará seriamente la ONU de los derechos humanos en la Isla?

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Aunque en ambos bandos se realizaron ejecuciones extrajudiciales de prisioneros de guerra, las del régimen superaron con creces y en muy poco tiempo las de los rebelados. Hasta el día de hoy hay familias que aún no saben dónde fueron enterrados sus seres queridos.

La guerra civil comenzó y terminó en las montañas del Escambray. Miles de campesinos, junto con sus familias, fueron trasladados a la fuerza a regiones lejanas para alejarlos de la línea de fuego de los frentes de combate, según justificó el gobierno.

La mayoría, sin embargo, fueron arrancados de sus regiones cuando la guerra ya estaba finalizando, e incluso, cuando ya había concluido. ¿No habrá sido llevado a cabo este plan porque el gobierno temía que nuevos focos rebeldes se propagaran entre el campesinado orgulloso e independiente del Escambray?

Las "comunidades", como fueron nombradas por el gobierno las nuevas relocalizaciones, resultó un nombre en extremo inapropiado para los recién construidos complejos, estrechamente vigilados, con un solo punto de entrada y salida. Los "pueblos cautivos" fue como los llamaron sus obligados residentes, con mucho más sentido común.

Podrían mencionarse otros hechos similares, pero lo mejor será preguntarse el porqué de lo sucedido. Aquellos que se encargan de desatar una furia semejante —claro que en el mundo se han visto cosas mucho peores, ya lo sabemos—, justifican cualquier cosa que pase como algo que es inevitable cuando se persigue como fin un elevado objetivo.

Los opositores fueron convertidos en "gusanos", y a partir de esto, ¿qué había de criticable en aplastarlos en nombre de la patria y la justicia social?

En aquellos tiempos, la mayoría de los revolucionarios —cubanos de buena voluntad, tal como lo eran sus opositores— no supieron, o tal vez no quisieron saber nada acerca de esas atrocidades. En una Cuba donde la libertad está ya tocando a la puerta, la verdad debe ser establecida sin discusión, de manera que esa antigua y simple máxima que dice que el fin no justifica los medios se grabe indeleblemente en nuestras conciencias.

Permitamos que la libertad toque a nuestra puerta

Si bien es cierto que tanto la oposición cubana como Estados Unidos han perseguido valiosas metas —la democracia y la libertad—, también lo es que han tratado de alcanzarlas con métodos muy poco efectivos. Esa otra cara de esta historia será el tema de mi próxima columna. Si no entonamos entre todos este "¡Nunca más!", podemos estar seguros de que la libertad no tocará en Cuba a ninguna puerta.

El intento de La Habana de ocupar un puesto en el Consejo de Derechos Humanos (CDH) brinda una oportunidad única para recordar la década de los años sesenta. No hay dudas de que la obligación del CDH es formular sus juicios a partir de los hechos del presente. Pero no debe olvidarse que los mismos cubanos responsables de aquellos hechos están aún en el poder, y de que los fines que persiguen continúan justificando, según ellos, los medios que utilizan para lograrlos.

A diferencia de cuatro décadas atrás, la defensa de los derechos humanos se ha convertido en un asunto prioritario en la agenda mundial. Lo deseable es que el nuevo Consejo se ocupe seriamente de la causa de los prisioneros políticos y de las incesantes violaciones de los derechos y la libertad individual de los ciudadanos, teniendo en cuenta que Cuba es una dictadura más. Después de todo, ¿no es eso lo que el régimen de La Habana representa hoy?


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