Actualizado: 13/05/2024 11:29
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La risa: un delito político

Fidel Castro convirtió el país de la rumba, del relajo, en un Estado marcial, ruso-alemán.

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La cuadratura del círculo

Todos los iluminados —desde Hitler hasta Stalin, pasando por Mao y Pol Pot— son minuciosamente grandilocuentes, se toman demasiado en serio a sí mismos, se autosugestionan creyéndose redentores, y padecen la superstición de creer en las leyes de la historia, o en la predestinación, aunque, por ironías de la vida, el populismo de izquierdas finalmente ha producido un nuevo clown (o clon) en Venezuela. Lo cual confirma aquello que decía Marx: "la historia se repite primero como tragedia y después como comedia".

Si el pensamiento totalitario comunista dio a Carlos Marx en Alemania, el pensamiento liberal capitalista dio a los Hermanos Marx en Estados Unidos de Norteamérica. Primero tragedia; después, comedia. De Macbeth a Ubu Rey, o de Shakespeare a Alfred Jarry.

La revolución cubana —con su lucha de clases al rojo vivo— no estaba para bromas. Por eso marcharon al exilio tantos humoristas. Era como si reír estuviera mal visto. La risa: un delito político. O como cantaba Richard Egües, de la Orquesta Aragón: "Señor Juez, señor Juez, señor Juez… mi delito es por bailar el chachachá".

Un par de imitadores que al principio de la revolución salían por televisión disfrazados de Fidel, remedando sus gestos y su forma de hablar, inmediatamente fueron borrados del mapa.

Ejercitar el sentido del humor se convirtió en un oficio peligroso. Y no era un caso exclusivamente cubano, sino de todos los países comunistas. Lo sabe cualquiera que haya leído La Broma, del escritor checo Milán Kundera. Un chiste puede costar muy caro en un país socialista.

Un rotundo fracaso

Fidel Castro se empeñó en materializar un designio absurdo, quijotesco y kafkiano a la vez: convertir el país de la rumba, el país de la risa, el país del relajo, en un estado marcial, marxista-leninista, o sea ruso-alemán. La cuadratura del círculo.

¿Lo consiguió? Sólo en parte, y más bien en apariencia. Pero sobre todo hay que preguntarse, ¿a qué precio lo consiguió si es que lo consiguió?

Con un sexta parte de la población en el exilio (sin derecho a regresar), no se puede hablar de éxito en política nacional. Con las otras cinco partes de la población que permanece en la Isla fingiendo por temor a represalias, no se puede hablar de éxito.

El experimento utopista ha sido, pues, un rotundo fracaso. Y no ha conseguido cambiar ni un ápice la esencia de la nación. Lo único que ha conseguido el primer laboratorio socialista en América Latina es que la mayoría de los jóvenes cubanos sueñe con emigrar, y que digan una cosa en voz alta (más aún frente a periodistas extranjeros) mientras piensan otra.

A pesar de los pesares, el humor en Cuba —el más crítico— no se acabó. Sólo que circula clandestinamente. El otro —el oficial— se difunde ampliamente en los medios de comunicación, pero más que humor es una especie de pus, un humor sin aliento, mejor dicho, con mal aliento.

El verdadero humor cubano —el que se burla de todo— sigue latente en la idiosincrasia de la nación. Nadie puede cambiar la naturaleza intrínseca de una cultura, como no sea devastándola a cañonazos. La gente hace chistes en los círculos más privados, entre familiares y personas de absoluta confianza. Por ejemplo, a Fidel Castro le llaman Michael Jackson. ¿Por qué? Porque camina para atrás. También le llaman "Comediante en Jefe" o "Coma andante", etcétera.


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