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La risa: un delito político

Fidel Castro convirtió el país de la rumba, del relajo, en un Estado marcial, ruso-alemán.

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Jugar con la cadena, no con el mono

La falta de sentido del humor de los redentores se sintió sobre todo en el ámbito de la caricatura. Al principio de la revolución salían caricaturas de Fidel constantemente en los periódicos y revistas. Pero de la noche a la mañana dejaron de publicarse. No hizo falta un decreto, nadie tuvo que decir nada públicamente. Sin embargo, de repente, casi por arte de magia, todos sabían que eso estaba prohibido. La imagen del Jefe era tabú.

Toda caricatura —incluso la más halagüeña— implica una deformación del retratado, una exageración de sus rasgos faciales, lo cual a su vez entraña una parodia inevitablemente burlona. ¿Cómo iba a permitirse que algo tan serio y sagrado como el rostro del ícono viviente de la Revolución o el Dios de la Historia encarnado, fuera motivo de burla o moviera a risa? Eso hubiera sido un crimen de lesa majestad.

Los humoristas, los caricaturistas, los creadores de dibujos animados, los artistas todos, se vieron obligados a sortear la censura y la autocensura. Empezaron a tratar temas patrióticos e históricos, alejados de la realidad cotidiana, temas situados en otros siglos, o en otras latitudes: las guerras contra España, los vampiros de Transilvania en el Trópico y otros argumentos descafeinados. Todo ello para no buscarse problemas con las autoridades, siempre vigilantes. Todos los artistas, y los escritores también, hemos sufrido censura y autocensura en Cuba. Lo sé por experiencia propia.

Todo en el país se volvió egipcio —en el sentido funerario del término—, todo se volvió medieval. Los líderes máximos, como divinidades o faraones divinizados, intocables, incaricaturizables, nadie podía hacer bromas con ellos ni sobre ellos. Y a partir de ahí, todo se marcializó, se militarizó, se uniformizó, se volvió grisáceo y sin gracia…

En ese contexto, ¿qué cómico o humorista iba a poder sobrevivir? Por eso constantemente están pidiendo asilo político, o quedándose fuera de Cuba, artistas de la caricatura, humoristas, creadores en general.

El único humor que se puede hacer en Cuba es el politizado a favor del pensamiento oficial y en contra del eterno enemigo exterior: el imperialismo yanqui. Otros temas que no generan conflictos ideológicos (como el amor, o algunos episodios domésticos más bien aburridos) también están autorizados. Otro asunto que está permitido, de vez en cuando, es criticar a los burócratas, pero sin nombre y apellidos, sólo como entidad abstracta. Se puede criticar a los burócratas de los niveles medios, sin llegar nunca a los ministros ni a los generales. Se puede jugar con la cadena, pero no con el mono.

Los humoristas (al igual que intelectuales y escritores) pronto entendieron cuáles eran los límites de la censura. Enseguida aprendieron hasta dónde podían llegar con sus chistes o sus frases ingeniosas.

Los humoristas cubanos de mi generación llegaron a acuñar un neologismo para referirse a sus sinsabores temáticos. Decían: "esta caricatura es sinflictiva", para referirse a que no suscitaría conflictos políticos.

Hace años participé como redactor en una reunión surrealista en las oficinas de la revista El Caimán Barbudo. Fidel Castro cumplía años y la dirección quería homenajearlo con una foto en la portada. Pero… ¿cómo hacer eso sin llamarle "Caimán Barbudo" indirectamente al Jefe? ¿No se ofendería, no parecería una falta de respeto? La reunión duró días y días. Nadie se puso de acuerdo. No hubo homenaje en la portada.

Y así, pudiera contar mil anécdotas sobre el tema, para las cuales no tengo espacio en estas páginas.

El peor enemigo del humor es la solemnidad. Y en Cuba todo se volvió litúrgico ya en la primera mitad de la década del sesenta.

Más temprano que tarde la Isla perderá esa tiesura artificial, y entonces el genio humorístico nacional resurgirá, espontáneamente, en una explosión, como un géiser, para volver a campar por sus respetos.


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