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| Opinión

EEUU, Kennedy, Oswald

Las conexiones castristas del magnicida de Dallas (II)

En las representaciones diplomáticas de la Unión Soviética y de Cuba en México

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La participación documentada de Lee Harvey Oswald en el Fair Play for Cuba Committee fue su principal credencial para acercarse a los diplomáticos cubanos durante el viaje a México que emprendió meses más tarde, entre el 26 de septiembre y el 3 de octubre, cuando ya había abandonado New Orleans y dejado allí a su esposa Marina, con quien tenía serios problemas conyugales, para instalarse en Fort Worth y luego en Dallas.

El objetivo del viaje a México de Lee Harvey Oswald era poder ir a Cuba. O recibir un respaldo a su proyecto.

La visita a la legación de la Unión Soviética en el Distrito Federal, situada a dos cuadras de la de Cuba, no fue sino un pretexto, o una tapadera. Oswald habría podido viajar directamente a la URSS, con quien Estados Unidos mantenía relaciones diplomáticas normales, desde varios aeropuertos americanos, sin necesidad de trasladarse a otro país, a condición de conseguir una visa, claro. No era el caso de Cuba, desde la ruptura de las relaciones diplomáticas el 3 de enero de 1961, pocos días antes de que Kennedy le sucediera a Eisenhower en la presidencia.

Su embajada y su consulado se encontraban en el mismo edificio, en el Distrito Federal. Desde su expulsión, provocada por la intromisión en varios países a través de expediciones guerrilleras, de la Organización de Estados Americanos, la OEA, en enero de 1962, por 14 votos a favor, 1 en contra (Cuba) y 6 abstenciones, entre ellas la de México, ese país se había vuelto el principal contacto del subcontinente con la Isla. De hecho, nunca rompió sus relaciones diplomáticas con el régimen castrista. La legación diplomática cubana cumplía pues un papel fundamental en América latina. Era también un nido de espías, de agentes de la Dirección General de Inteligencia, la DGI, a muy alto nivel.

La expedición inmediata de una visa por la Unión Soviética le fue denegada, algo que Oswald se podía haber imaginado perfectamente, ya que había residido allí y frecuentado varios cuadros del Partido comunista, a los que consideraba como unos burócratas privilegiados.

Tampoco podía pensar que la fuera a conseguir, así como así por parte de las autoridades cubanas. El haber formado parte del Fair Play for Cuba Committee no era una credencial suficiente.

¿Qué fue entonces a hacer en el consulado? Ese es el principal misterio en torno a las relaciones de Oswald con la Cuba castrista.

Varias versiones, contradictorias, han sido dadas a conocer.

Una es la de Gilberto Alvarado, un revolucionario nicaragüense que afirmaba encontrarse en el edificio diplomático cubano cuando vio una extraña transacción entre Lee Harvey Oswald (lo reconoció por las fotos publicadas después del magnicidio y de su propio asesinato por Jack Ruby) y un agente secreto, negro y pelirrojo, un jabao, lo que no es tan común. Este la habría remitido una suma de $6.500 en total, $1.500 para sus gastos inmediatos, $5.000 como adelanto para matar a alguien, según había podido escuchar. El intercambio habría tenido lugar alrededor del 18 de septiembre. Sin embargo, en esa fecha, Oswald no se encontraba en México sino en New Orleans. Llegó allí solo una semana más tarde, el 26 de septiembre. ¿Pudo haber una confusión en las fechas? Tal vez. Pero, interrogado más tarde por la CIA, Alvarado se retractó, antes de volver a su versión inicial y de retractarse otra vez. Se trataba, pues, de un testigo poco fiable.

Otra versión es la de Sylvia Durán, ciudadana mexicana, empleada en el consulado de Cuba. Era una militante comunista, casada con un mexicano, también comunista, absolutamente digna de confianza por parte de las autoridades castristas. En el Warren report se le designa como «Senora Duran». Su testimonio fue una de las piezas fundamentales para descartar la eventual implicación de las autoridades castristas en el asesinato de Kennedy. Fue interrogada una primera vez por la policía mexicana y luego, al haber intentado abandonar el país con destino a Cuba, una segunda vez, el 27 de noviembre, por Luis Echeverría, futuro presidente de la República, anteriormente ministro de Gobernación. Este quedó convencido de que decía la verdad. El cónsul cubano, Eusebio Azcue López, sustituido por su sucesor, Alfredo Mirabal, quien estuvo presente también en las discusiones con Oswald, había regresado a la Isla el 18 de noviembre, cuatro días antes del trágico viernes 22. Sylvia Durán recordaba la fuerte discusión entre el cónsul Azcue y Oswald, a pesar de que Azcue no hablaba inglés y de que Oswald no hablaba español (había llevado a México un diccionario español-inglés). El cónsul le habría dicho que gente como él (Oswald) le hacía daño a la revolución y que, mientras él ocupara el puesto, no se le extendería ninguna visa.

Oswald, sin embargo, pudo rellenar un formulario de solicitud de entrada, que fue enviado al Ministerio de Relaciones Exteriores en La Habana. La respuesta, que fue comunicada a la Warren Commission, habría llegado el 5 de octubre, concediendo la autorización de pasar por territorio cubano solamente si la Unión Soviética le extendía una visa definitiva.

Los documentos presentados, tanto la solicitud como la respuesta oficial, no son originales sino traducciones al inglés, lo que plantea serios interrogantes sobre su fiabilidad. Además, es absolutamente inverosímil que el plazo entre la solicitud, de fines de septiembre–principios de octubre, haya sido tan corto, apenas unos días. Cualquiera que conozca un mínimo la burocracia cubana y el tiempo necesario a la administración para dar una respuesta a sus ciudadanos o a los extranjeros sabe que eso toma meses, a veces años, o ni siquiera llega. Esas planillas han sido sin duda elaboradas a posteriori, después del asesinato de Kennedy.

Extrañamente, en la conclusión del capítulo VII del informe de la Warren Commission, la militancia de Lee Harvey Oswald a favor del castrismo no está ni siquiera mencionada. El escrito prefiere poner el acento en las características psicológicas de la persona, a quien consideraba como un fracasado y un frustrado. Y eso que, en los interrogatorios por la policía de Dallas, el FBI y los agentes secretos enviados a la ciudad a raíz de su detención en la tarde del 22 de noviembre hasta su asesinato por Jack Ruby el 24 de noviembre, en medio de varias denegaciones y mentiras («fakes», sic), parecía ser su título de gloria, el aspecto que no vacilaba en poner de relieve. Era su justificación par el asesinato del presidente, no por tratarse de Kennedy contra quien no sentía una animosidad personal sino por la función misma, la máxima autoridad de esos Estados Unidos que despreciaba u odiaba, ya desde que ingresó en el cuerpo de los marines. Eso demuestra una coherencia marxista (aunque no «marxista-leninista», tal como se lo afirmó durante su interrogatorio al miembro del Secret Service Thomas J. Kelley) a toda prueba. Hay una lógica política muy coherente en el recorrido de Oswald, desde la adhesión al comunismo ortodoxo soviético hasta su alejamiento de esa opción, para elegir una vía más revolucionaria, en la doctrina y en la práctica, hasta la lucha armada: el castrismo.

Fidel Castro en persona, después de haber aludido a la vista de Oswald a la sede diplomática en México, en sus discursos del 23 y 27 de noviembre en La Habana, rechazando naturalmente cualquier tipo de implicación, se reunió en 1964 con un consejero negro de la Warren Commission, William Coleman. La entrevista se desarrolló en un yate y duró tres horas, según Peter Kornbluh, un especialista de la acción de la CIA a partir de sus documentos desclasificados, particulararmente durante los acontecimientos de Bahía de Cochinos[1], quien publicó esa información en 2013 en el diario mexicano La Jornada, retomada en 2015 por el sitio web digital oficialista Cubadebate. Poco tiempo para una conversación con el Comandante en jefe, experto en convencer a sus interlocutores en casi cualquier circunstancia. Coleman salió persuadido de que decía la verdad: no estaba implicado en el asesinato.


[1] Cfr. Peter Kornbluh, Bay of Pigs declassified. The secret CIA report on the invasion of Cuba, New York, The New Press, 1998.