Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Los diálogos pendientes

Si La Habana todavía controla el aparato represivo y Estados Unidos no tiene a Cuba entre sus prioridades, ¿por qué el régimen dialogaría con el pueblo?

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El pueblo somos todos

¿Habría precondiciones a un diálogo del gobierno con el "pueblo cubano"?

Las que impone la realidad. El gobierno tiene primero que tomar por sí mismo la iniciativa de crear las circunstancias adecuadas para que un diálogo nacional sea posible, y no la repetición de la vieja parodia de consultas populares —con micrófonos controlados y represalias posteriores contra las voces discordantes— que han desarrollado en el pasado.

Eso supone, al menos, la inmediata suspensión y posterior derogación de todas las leyes vigentes que reprimen las libertades de pensamiento, expresión y asociación civil para fines no violentos. Esto ha de incluir también la supresión de aquellos reglamentos que las coartan al interior de las instituciones oficiales, como sindicatos, prensa, organizaciones de masas.

Lo mismo se hace necesario respecto al propio Partido Comunista, donde tampoco ha podido practicarse la democracia desde su fundación y en el que una parte significativa de su militancia —hasta ahora silenciada— puede ser un importante agente de cambio. La liberación de los presos políticos sería una primera y necesaria señal de que se pretende avanzar con seriedad en esa dirección.

Pero el "pueblo", al que se refiere el gobierno estadounidense al recomendarle al cubano dialogar, es una abstracción compuesta de muchos sectores y realidades. El pueblo no sólo está compuesto por disidentes anticomunistas, sino también por otros disidentes socialistas, por los comunistas y, sobre todo, por una amplia variedad de ciudadanos con agendas e intereses diversos que tienen que ser escuchados y acomodados. Y el "pueblo" también incluye a quienes marcharon al exilio o simplemente decidieron radicarse en otra parte —cerca de dos millones de personas—, que también tienen derecho a participar en un diálogo sobre la construcción de un nuevo proyecto —esta vez incluyente— de nación.

¿Por qué dialogaría el gobierno de Cuba con el pueblo si está en control de todo el aparato represivo, la disidencia es pacífica y la mantiene hostigada y acorralada, y Estados Unidos está muy comprometido en otras zonas geográficas y no le da igual importancia, no ya a Cuba, sino a América Latina y el Caribe?

Porque es más barato y seguro pactar el porvenir que asumir la incertidumbre que acarrearía el intentar mantenerse en el monopolio del poder político por la fuerza. Eso lo entendieron en su momento los franquistas y los irlandeses, por mencionar dos ejemplos.

Se ha llegado a un punto en que se ha abierto por primera vez la posibilidad del cambio no violento y la reconciliación nacional. Dejarlo pasar sería un crimen. Deberían al menos pensar en sus propios hijos y el país que le dejarán en breve, porque casi todos los altos funcionarios tienen ya edades avanzadas.

Diálogo, negociación y acuerdo

Lo nuevo es que el gran saboteador de la convivencia pacífica y los cambios en Cuba está ya fuera de juego. Hoy influyentes actores de la oposición, el exilio y el gobierno de Estados Unidos están por primera vez genuinamente preparados para explorar y emprender con seriedad el camino que conduce a ese compromiso. El que, por el momento, no parece haber llegado a comprenderlo y obrar en consecuencia es el gobierno de La Habana.

Dialogar no es negociar, ni mucho menos supone claudicar. Dialogar no obliga a llegar a un acuerdo. En el menor de los casos representa simplemente la posibilidad de explorar y conocer todas las posibilidades antes de tomar la decisión de entrar en conversaciones de mayor alcance.

El gobierno de Reagan dialogó en varias ocasiones con los sandinistas en Manzanillo, (México), pero no llegaron a vislumbrar las bases de una posterior negociación y acuerdo. La guerra desangró a Nicaragua inútilmente por varios años más y hoy el mismo presidente, Daniel Ortega, ha retornado al poder por vía electoral, hablando de reconciliación y acompañado por algunos de aquellos a quienes antes se enfrentó con las armas. El African Nacional Congress (ANC) dialogó con los representantes del régimen de apartheid y llegaron a la conclusión que podían cambiar la historia de África del Sur y de que todos cabrían en ella si lo hacían por vía no violenta.

El camino de los cambios pactados, graduales y no violentos hacia la reconciliación nacional, sobre la base de un proyecto consensuado, permitiría concentrar todas las energías del país en su desarrollo y facilitaría la obtención de cruciales recursos materiales y accesos privilegiados a mercados, capitales y tecnologías que se necesitaran en ese empeño; además de hacer posible la cancelación de una parte significativa de la deuda externa.

El desarrollo requiere una atmósfera de paz, gobernabilidad, seguridad respecto a las reglas del juego y Estado de derecho. Irlanda es hoy el mejor ejemplo de los dividendos que trae pactar la paz y, pese a estar en Europa, tiene más en común con Cuba que lo que a simple vista pudiera suponerse. Quizás convendría mejor a las autoridades de la Isla analizar lo que allí sucedió, que fijar sus ojos exclusivamente en el caso de China.

La Habana debe comprender la oportunidad irrepetible y transitoria que —por ahora— se presenta para asegurar un futuro de paz y convivencia en que quepan todos para el bien de todos.

El general Raúl Castro no debe vacilar en dar desde ahora los primeros pasos para, al menos, explorar las posibilidades de llegar a iniciar todos los diálogos que tiene pendientes: con los diferentes sectores que en la Isla y el exterior constituyen "el pueblo cubano" y también con el gobierno de Estados Unidos.

Si se decidiese a explorar seriamente el potencial que hoy existe para sentar las bases de una nueva convivencia, es seguro que sea sorprendido por la receptividad y espíritu constructivo que puede llegar a encontrar entre aquellos a los que, hasta el presente, se ha venido refiriendo el gobierno cubano bajo la imprecisa etiqueta de "enemigos".


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