Pasión por los caudillos
Ignacio Ramonet, Fidel Castro y las causas perdidas.
En mayo de 2002 se dio una conferencia de prensa en el Hotel Hilton de Caracas para anunciar la fundación del Capítulo Venezuela del Observatorio Global de Medios (Media Watch Global).
Los representantes del Media Watch Global, el periodista hispano-francés Ignacio Ramonet y el intelectual brasileño Joaquim Palhares, hicieron una presentación sobre los objetivos de la organización y la necesidad que tenía la sociedad venezolana de fiscalizar sus medios de difusión privados.
Cuando en determinado momento un periodista venezolano tomó la palabra y formuló señalamientos críticos contra el gobierno de su país, fue interrumpido por un pequeño grupo de seguidores del presidente Hugo Chávez, que en actitud de manifiesta intolerancia le impidieron hablar. Ante las protestas de varios concurrentes que se solidarizaron con el periodista, Ramonet pidió respetar su derecho a expresarse libremente y el periodista por fin pudo hacerse escuchar.
El recuento de este incidente, del que fui testigo, es a propósito del reciente libro Fidel Castro, Biografía a dos voces, de Ramonet. Desde el Media Watch Global, Ramonet ha arremetido, muchas veces con argumentos razonables y válidos, contra la concentración de la propiedad de los medios de comunicación en países occidentales, el aumento del poder de los conglomerados mediáticos y la merma de la calidad del trabajo periodístico de muchos medios informativos.
En contraste, jamás ha levantado su voz para criticar al gobierno cubano por tener el monopolio absoluto de los medios de comunicación en la Isla y por aplastar todo intento de ejercer el periodismo independiente. En el caso de Venezuela, el Media Watch Global tampoco ha dicho nada de las innumerables y arbitrarias cadenas de radio y televisión del presidente Chávez, ni del uso partidista que da a los medios de comunicación pertenecientes al Estado.
Omisión deliberada
El problema de Ramonet es que cojea del pie de la incoherencia. Como a otros intelectuales de izquierda cegados por el antiamericanismo y alentados por la desastrosa política exterior de la administración Bush, a Ramonet le apasionan los caudillos de La Habana y Caracas —este último, a diferencia del primero, elegido democráticamente en dos ocasiones y ratificado en el cargo por referendo revocatorio, pero con tendencias cada vez más autoritarias y militaristas—.
Estos intelectuales jamás dirán, por ejemplo, que Amnistía Internacional en junio de 2003 designó como presos de conciencia a los 75 disidentes y periodistas detenidos y encarcelados ese año en la ola represiva conocida como la Primavera Negra. Omiten, y es un poco ingenuo pensar que no sea deliberadamente, el incómodo hecho de que tanto Amnistía como Human Rights Watch y otras organizaciones de derechos humanos hayan condenado en reiteradas ocasiones la represión y la ausencia de libertades en la Isla.
Para estos intelectuales, el embargo estadounidense contra La Habana y la obtención de logros en la salud y la educación lo justifica todo, inclusive la violación sistemática de los derechos de un pueblo.
Como bien dice el escritor Manuel Díaz Martínez en una reciente carta —respecto a las declaraciones de la diputada española Isaura Navarro (Izquierda Unida), quien votó en el Parlamento español contra una Proposición no de Ley que reclamaba la libertad de los presos políticos y de conciencia cubanos—, la Declaración Universal de los Derechos Humanos no admite excepciones fundamentadas en la consecución de "parámetros de bienestar" superiores a los de otros países.
La Declaración Universal, cuya sola posesión trae tantos peligros en Cuba, dice al respecto: "En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática".
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