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Un nuevo guión para el exilio

¿Seguirá apoyando la comunidad cubanoamericana las políticas de Washington que no son compartidas por la disidencia interna?

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En un reciente artículo para The New York Times, "La rehabilitación del liberal de la Guerra Fría", Peter Beinart observa como "antes de Vietnam, y la decepción y confusión que desató, los liberales [de EE UU] tenían una narrativa propia y clara" para combatir a sus enemigos comunistas. Esa narrativa se convirtió en dominante a finales de los años cuarenta, cuando Niebuhr, junto con Eleanor Roosevelt, Arthur Schlesinger Jr., y Hubert Humphrey, entre otros, formaron el grupo activista liberal Americanos para la Acción Democrática (A.D.A.).

La A.D.A. rompió con otros grupos de izquierda, pues sabían que el no ser comunista no era suficiente, sino que había que ser anticomunista. Pero para defender a este país, la A.D.A. proclamaba que la lucha norteamericana en la Guerra Fría tenía que ser vista desde una perspectiva diferente a la de sus compatriotas conservadores. En la guerra de las ideas, creían Niebuhr y sus compañeros, la ideología absoluta no era el arma de los estadounidenses democráticos, sino de los totalitarios y demagogos, desde Josef Stalin a Joseph McCarthy.

El Plan Marshall

Niebuhr aplicaba la filosofía cristiana de San Agustín y Calvino a las realidades de la política moderna y la diplomacia. Estaba preocupado de que, defendiendo una causa justa, los estadounidenses perdieran conciencia de su propia capacidad para la injusticia. Como nota Beinart, Neibuhr argumentó que los americanos no deberían emular la infalibilidad y certeza absoluta en ellos mismos que mostraban sus enemigos.

"No deberían pretender que un país que toleró el McCarthismo y la segregación era moralmente puro". Alternativamente, deberían cultivar suficiente autocrítica para asegurar que, al opuesto de los comunistas, sus ideales religiosos y capitalistas nunca degeneraran en fanatismo.

La influencia que tuvo Niebuhr en la conciencia política de EE UU fue evidente durante la era del Plan Marshall. Este plan decía, en parte, que el presidente (Truman) no debía condicionar la ayuda económica a una Europa destruida por la guerra a la adopción de la ideología política norteamericana. El arquitecto intelectual del plan fue el director de Planeamiento del Departamento de Estado, George Kennan, quien se refería a Niebuhr como "el padre de todos nosotros".

Bajo el Plan Marshall, EE UU asistió a partidos izquierdistas europeos que no estaban orientados hacia Moscú, creando una avería entre Moscú y los movimientos obreros en Europa. El plan duró desde 1947 hasta 1952, tiempo en el cual la economía de todos los países participantes, con la excepción de Alemania, había sobrepasado sus niveles preguerra.

Para ser eficaz en este mundo, Niebuhr decía que necesitamos "un sentido de modestia sobre la virtud, la sabiduría, y el poder que tenemos disponible" y "un sentido sobre las limitaciones y debilidades comunes en las que se basan a la vez los demonios del enemigo y nuestras vanidades".

Reconocer la falibilidad

Si la justicia y la reconciliación son los objetivos, pues entonces los líderes de nuestra comunidad harían bien en desarrollar una nueva narrativa para explicar la experiencia cubana, en el espíritu de Reinold Niebuhr: El exilo cubano está firmemente opuesto a los males del régimen castrista, pero eso no nos hace inherentemente buenos. Conociendo que también podemos ser corrompidos por la ideología, busquemos las limitantes que los fanáticos rechazan. Conociendo que la democracia es el objetivo que buscamos, más que algo que somos, la desarrollamos no sólo exhortando a otros, sino también batallando el mal dentro de nosotros mismos.

Es ese el reconocimiento y humildad que hace crecer a una comunidad bien intencionada. Reconociendo nuestra falibilidad común, inspiramos no sólo a los cubanos de dentro a seguir nuestro ejemplo, sino también al resto del mundo.