Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Reportaje

La guerra del quita y pon

Ni bombas ni cañones. La batalla de La Habana con Washington se libra con pinzas de corte y desmantelando antenas.

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No silban las bombas, ni ensordecen los cañones. La guerra entre La Habana y Washington es casi silente y se libra con armas más discretas: pinzas de corte.

Antes del amanecer ya están en las azoteas. Son empleados de Etecsa, la empresa oficial de telecomunicaciones. Visten de azul y en sus pulóveres se puede leer el monograma que los identifica. Otros no llevan distintivo alguno. Son agentes encubiertos.

Acaban de salir de sus camionetas y extender las escaleras hacia los postes. Trabajan en silencio. Se abstienen de entrar en las casas porque, supuestamente, tendrían que portar una orden de registro. Piden permiso para subir a las techumbres, donde les espera una maleza de cables.

En la calle dos patrulleros vigilan la operación y el fiscal fuma un cigarrillo. También aparca un vehículo de la empresa Radiocuba, con un detector de señales. A todo eso la gente le dice, no sin ironía, "la caravana de la muerte".

La batida es en toda la manzana. "¡Esto es un abuso!", grita una señora desde un balcón. Le han cortado la extensión telefónica. El empleado de Etecsa pide calma. "Ya se lo arreglaremos", responde tranquilo.

Otros vecinos se lamentan negando levemente con la cabeza. Desde la acera observan cómo caen los rollos de coaxiales. Los policías se mantienen en los carros.

"Si hicieran lo mismo con la delincuencia, dormiríamos más tranquilos", comentó fugazmente uno del barrio.

'Con lo buena que estaba la novela…'

En una azotea, a doscientos metros, alguien apresuradamente desmantela la red. Otro sube a tender ropa y da las coordenadas del registro. "Apúrate que ya están ahí", susurra una cliente desde el patio. Estridente, el canto de los gallos aporta más nerviosismo a la escena.

"Con lo buena que estaba la novela", se lamenta otra mujer. Se refiere a Mundo de fieras, protagonizada por el cubano César Évora, quien hace años lleva adelante una carrera de galán en México.

Unas treinta casas están conectadas a este proveedor clandestino. Sus clientes entregan diez pesos convertibles al mes por la señal. Previamente ya han desembolsado dos de instalación y pagado el metro de cable coaxial a 75 centavos de CUC.

Todo un negocio. La mensualidad suma trescientos convertibles. Una entrada que atonta al cubano de a pie, cuyo salario promedio es treinta veces inferior.

La requisa tarda horas. Cuando bajan a la calle, los empleados telefónicos traen centenares de metros de redes cortadas. Los amontonan en las camionetas y luego, en fila, la caravana parte. Cuando sale a la avenida, una de las patrullas enciende la sirena para abrirse paso. Son casi las nueve de la mañana y flota un aire de perplejidad.

Para algunos, esta llamada "guerra de las antenas" se disparó por culpa de Bush.

"Desde hace rato Cuba entera ve los canales. Eso lo sabe todo el mundo. ¿Por qué se meten ahora? Porque está en juego la política, ¿no?", opina un curioso que se detuvo a observar la operación.


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