Actualizado: 28/03/2024 20:07
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A debate

Mi punto de vista

Sería gravísimo error equivocarnos de contrincantes, pues existe la posibilidad de acabar siendo, uno, nuestro propio enemigo.

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"Cuando cierro la puerta, nunca sé si estoy adentro o afuera". (Judith Vázquez)

TEMA: La exaltación de ex comisarios políticos

Abro la puerta. La inesperada e inexplicable (aún inexplicada) reaparición televisiva de Jorge Papito Serguera, El Gordo Quesada y Luis Pavón Tamayo, también apodado (dicen algunos) Leopoldo Ávila, ha despertado una lógica agitación en círculos intelectuales cubanos, y esa turbulencia de correos electrónicos ha trascendido los servidores de la Isla para llegar, en ensamble coral, hasta la orilla del exilio cubano —donde muchos seguimos con atención, sorpresa y casi siempre angustia lo que sucede en Cuba, para bien o para mal—. Los de este lado de la frontera estamos "al tanto", no "al día", pero estamos. Pertenecemos.

El lunes 8 de enero comenzaron a aparecer, vía internet, las primeras cartas cruzadas ("emilios") entre Jorge Ángel Pérez, Reynaldo González, Desiderio Navarro, Sigfredo Ariel, Arturo Arango. Mensajes van, mensajes vienen, la lista de destinatarios de tan ardida correspondencia (al principio privada y, después, pública) se fue incrementando hasta abarcar en pocas horas un registro muy amplio de direcciones. La razón trataba de imponerse a la pasión, sin conseguirlo del todo porque las ideas corrían, trotaban, con vibrante impaciencia, sin tiempo para asentar una denuncia contundente: así de intensa era la necesidad de avisarnos unos a otros del peligro. Necesidad y consternación.

Desde La Habana, esas "resurrecciones" imprevistas, o las lecturas sombrías de las mismas, no se consideraban (como yo pensé, desde lejos) coincidencias más o menos alarmantes sino claros indicios de que "algunos" pensaban que cualquier tiempo pasado fue mejor y, ante la actual situación del país, inédita y crítica, había que cortar por lo sano. Lo infecto, para "los de la Vieja Guardia", eran los espacios de relativa libertad intelectual que los escritores y artistas del patio habían conseguido gracias, en primerísimo lugar, al renovado valor de sus obras y también a posturas personales, cada vez más autónomas, independientes. Títulos sobran. También acciones.

El grito provocó el eco. En este caso, si la reverberación repercutió de muro a muro fue por culpa de los enormes paredones de censura que la "historia oficial" ha tratado de levantar a lo largo de treinta años de adulterios de la verdad, a beneficio propio. El alarido bota y rebota, le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.

A veces, la resonancia aturde más que el vocerío. Apenas cinco minutos al aire, en horario estelar de Cubavisión, y dedicados por entero a alabar al hombre (Luis Pavón) que aún carga sobre las espaldas de su conciencia la responsabilidad (no exclusiva) del peor período de la política cultural del gobierno y el Partido Comunista de Cuba, fueron más que suficiente para abrir viejas cicatrices en muchas víctimas de entonces. La memoria también tiene corazón. La memoria también se infarta.

Un día después, el martes, el torrente de mensajes desbordaba los ríos del diálogo cibernético, y surgieron desde el bombín del exilio los primeros pañuelos —casi todos de apoyo—. Desde el palomar donde vivo, desde hace diecisiete años, le mandé este correo a Reynaldo González: "Querido Reynaldo: Hasta mi azotea en Ciudad México, llegan desde La Habana las palomas mensajeras con los informes, o partes, de la cólera que ha desatado en la Isla la resurrección televisiva de Pavón. Oigo, emocionado, el coro de los dignos. Cuenta con mi voz, mis cicatrices y mi palabra: suma mi ira al coraje de los amigos. Ojalá las aguas retomen su nivel, y que juicios desbocados no alboroten el avispero —aunque, si nos pican la memoria, al pan le llamemos pan y, al vino, por supuesto vino. Me siento, estoy, en la Isla y junto a ustedes —como siempre. Si puedes, hazle llegar mi abrazo a todos, a Antón, a Desiderio, a Arturo, a Sigfredo. A ti primero. Lichi".

En su respuesta, rápida y breve, Reynaldo me pedía "Energía positiva". El autor de Siempre la muerte, su paso breve tenía motivos para pedirme "energía positiva". Entendí que eso necesitaban en La Habana: fervor del bueno.

El orfeón fue sumando nuevas voces. La mayoría no se cuestionaba, en profundidad, los móviles posibles de tan descabellada "vuelta de carnero al pasado" sino expresaba su "solidaridad" con los escritores que se habían atrevido a levantar la mano y radiar la alarma, a tiempo y con premura. Al menos para mí, el concepto solidaridad sigue teniendo un significado entrañable: es más que una palabra.


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