Actualizado: 06/05/2024 0:13
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Sociedad

Ni en su casa baila el trompo

Orientales, habaneros… A debate el regionalismo y la emigración interna.

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Sin embargo, no dedica por lo menos un párrafo a explicar cuál es el origen de ese plan "suicida y demagógico", y qué objetivo perseguía desde sus fundamentos. Es algo lamentable, pues muy posiblemente en tal explicación se halle la clave que necesitamos para entender el problema en toda su fatal complejidad.

Porque si bien es cierto que el régimen estuvo durante más de tres décadas alentando el éxodo hacia la capital, su propósito no debe haber sido nunca, no podía ser, despoblar gratuitamente las provincias del interior. Tampoco las desmedidas y desorganizadas oleadas migratorias fueron un simple producto de la negligencia o del centralismo oficial. Es que ni siquiera el modo absurdo en que el sistema totalitario ha organizado nuestra sociedad resultó, en sus inicios y en su esencia, la causa de esta avalancha sin precedentes en términos cuantitativos.

En las bases del susodicho plan gubernamental subyace una fuerte dosis de regionalismo que el artículo de referencia no contempla. No es su único componente feo, pero resulta imprescindible tenerlo en cuenta, ya que no sólo revela el carácter irresponsable, equivocado y aun malévolo de sus hacedores, sino que además aclara por qué la mudada en masa de orientales hacia occidente, lejos de obedecer a negligencias e improvisaciones, fue algo pensado, programado y puntualmente sistematizado por el régimen como parte de una estrategia para asegurar su larga estancia en el poder.

Si al final el tiro se le fue por la culata —y es obvio que así ha sucedido—, ello no minimiza la gravedad de la intención, sino más bien reafirma su índole absurda y dramática. De igual manera, las regulaciones migratorias dictadas en los últimos tiempos, lejos de contradecir la actitud del régimen, corroboran el fracaso de su plan y dan fe del callejón sin salida en que les ha metido, una vez más, su forma peregrina de disponer las cosas y de manipular a las personas.

La necesidad del régimen

En cuanto al plan concretamente, habría que decir, porque la historia parece verificarlo a las claras, que desde el triunfo de esto que llaman la revolución, el gobierno demostró un particular interés por violentar la composición socioeconómica de los habitantes de La Habana.

Era lógico suponer que a los capitalinos, por vivir un tanto más cómodamente y con mayor nivel de información que el resto de la población cubana, les resultaría mucho más difícil adaptarse a las condiciones de pobreza extrema y de sometimiento total que muy pronto, pasado el entusiasta embuche de los primeros días, nos vendría encima.

Cayó entonces por su peso la necesidad (para el régimen) de evitar riesgos que se veían venir. Pero, ¿cómo evitarlos? Esperar que la gente de la capital emigrara espontáneamente hacia el extranjero, como al final ha ocurrido, era algo para lo que no disponían de tiempo ni paciencia. Tampoco podían trasladar a los habaneros hacia el interior del país, aunque no dejaran de intentarlo.

La solución estaba, pues, en imponerles un cambio en las condicionantes sociales, económicas y, claro, de mentalidad. Y para eso se hacía imprescindible alterar, en número, su composición, digamos, clasista.

Motivos y sinrazones

El resto es conocido. Comenzaron las oleadas. Primero, fueron los integrantes del Ejército Rebelde. Después, cientos de miles de estudiantes, cuyo arribo a la capital resultó, en principio (sólo en principio), absolutamente comprensible, toda vez que en el interior apenas existían escuelas especializadas.

Pero ocurrió que más tarde fueron los reclutas del Servicio Militar. Y detrás, decenas de contingentes de trabajadores para las más disímiles tareas, en particular para las obras constructivas. Y detrás los policías. Y los maestros emergentes. Y los trabajadores sociales. Y en todos los casos queda por descontado que no sólo fijarían residencia permanente aquí, sino que iban a cargar con la familia. Y esa familia también cargó con su familia… Sin dejar de sumar a toda la parentela de quienes rigen las altas esferas del poder, los cuales, no por casualidad (ni tan curiosamente como apunta el artículo) han sido siempre, y siguen siendo orientales, en amplia mayoría.