Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Diez años de 'Encuentro' en Cuba

'Encuentro de la Cultura Cubana': la revista que puso en jaque el monopolio cultural del régimen.

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Es precisamente en este nuevo contexto en que el simultáneo empeño intelectual de la revista Encuentro de la Cultura Cubana constituía sin lugar a dudas una peligrosa alternativa para este nuevo diseño de la política cultural de la Revolución. Como contrapartida de aquel contexto en esencia totalitario, esta revista aportaba un discurso de amplia naturaleza democrática impensable en la Isla. La calidad y profundidad de los textos que publicaba, el prestigio de muchos de sus colaboradores, hacía también muy difícil una burda deslegitimación. Encuentro, además, se constituía, por primera vez en el exilio, como una revista que presuponía la colaboración constante de intelectuales insulares y, sobre todo, se proyectaba con una política cultural muy definida y de largo alcance, que no podía vincularse unilateralmente con el llamado exilio histórico, e incluso detentaba una orientación ideológica que tampoco podía identificarse con un pensamiento de derecha. La divisa aludida, la cultura cubana es una sola, era el punto de partida común para dos proyectos políticos y culturales diferentes. En este sentido, por ejemplo, el estrecho canon literario, simbolizado por los Premios Nacionales de Literatura, otorgados solamente a escritores residentes en la Isla, era dinamitado por los homenajes que realizaba la revista tanto a escritores o artistas cubanos que vivían en Cuba como a muchos otros que representaban el cada vez más nutrido exilio. Asimismo, los colaboradores cubanos de la Isla se incrementaban número tras número, y para colmo ello sucedía en una publicación de amplio espectro cultural que consideraba a la política como un componente natural de la cultura. Por si fuera poco, la dispersa diáspora cultural cubana podía, por encima de sus diferencias, encontrar en la revista una plataforma de diálogo y de unidad en torno a la cultura.

En sentido general, pudiera hablarse de dos etapas en la recepción de Encuentro en Cuba. La primera, caracterizada por un contrapunto intelectual y por la puesta en práctica de la nueva estrategia cultural aludida. En esta etapa hubo cierta tolerancia con los colaboradores cubanos de la revista y, hasta cierto punto, se prefería el silencio o la minimización de su importancia antes que una confrontación directa. Se trataba, según el caso, de persuadir a sus colaboradores para que no publicasen en sus páginas. El comienzo de la segunda coincidió con la muerte de Jesús Díaz, la nueva dirección, de Manuel Díaz Martínez y Rafael Rojas, la ampliación de su Consejo de Redacción, y la creación de Encuentro en la Red. A partir de entonces, cobró fuerza la argumentación de que la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana estaba financiada por la CIA, así como diversas acusaciones sobre su pretendido carácter proanexionista y sus supuestos vínculos ideológicos con la llamada mafia cubana de Miami. Estos argumentos simplificadores pretendían funcionar, por un lado, para justificar su descalificación a los ojos de un potencial público lector cautivo, y como amenaza o intimidación para sus colaboradores; por otro, para desacreditarla como posible alternativa democrática, e incluso de izquierda, o tan martiana o tan legítimamente nacionalista como cualquier otra. Esto es, en definitiva, lo típico y tópico —y lo patético— de todo absolutismo o totalitarismo.

La lamentable y torpe confrontación estalinista, acaecida en la Feria de Guadalajara, marcó el inicio de esta nueva política de confrontación, en el nuevo contexto de la llamada batalla de ideas y de la sustitución de los llamados intelectuales orgánicos o de determinado prestigio intelectual por la emergencia de la línea dura de los llamados talibanes, lo que motivó —con las lamentables excepciones de rigor— cierta tensión y distanciamiento entre ambos componentes de la delegación cubana. No es casual que inmediatamente después de la Feria, se implementara unilateralmente, por parte del propio ministro de Cultura, la "desactivación" de Antonio José Ponte de la UNEAC, con el argumento de su pertenencia al Consejo de Redacción de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, hasta cierto punto en contra del consenso contrario de la mayoría de los intelectuales de la Asociación de Escritores de esa institución, que vio esfumarse así su supuesta democracia y su fachada de organización no gubernamental. Pocos días después de la desactivación de Ponte, fuimos citados Antón Arrufat, Reina María Rodríguez y el que esto escribe, por el ministro de Cultura, para conversar sobre el caso Ponte, con el ánimo de convencernos de lo adecuado de la medida tomada. Ante la incompatibilidad de puntos de vista, la discusión derivó hacia la revista Encuentro, verdadero centro del problema, y se trató de persuadir a Reina María Rodríguez para que no participara en el homenaje que le preparaba Ponte para la revista; así como en el que preparaba yo a José Kozer. La discusión terminó con una digna frase de Reina María: "Debe ser que a mí me gusta lo prohibido". Ese día, también nos enteramos de que nuestra posición recibía el calificativo de promiscua. O de que en la UNEAC podían tolerarse, junto a los revolucionarios, escritores no revolucionarios —curioso matiz—, pero no contrarrevolucionarios. Hay que destacar también que, en este nuevo contexto, Rafael Rojas heredó la satanización a que había sido sometido con anterioridad Jesús Díaz. A éste se le trataba de estigmatizar a la luz de la diferencia entre su pasado ideológico en la Isla y su inconveniente posición presente. A Rojas se le hipotecaba el futuro, y se le acusaba de tener intenciones presidenciables en un hipotético escenario político futuro. Hay que recordar que todo esto sucedió como antesala de la inmediatamente posterior encarcelación de 75 disidentes pacíficos —muchos de ellos, periodistas independientes— y los tres fusilamientos que, junto a los renovados mítines de repudio de corte fascista, caracterizan el nuevo escenario, que vuelve a demostrar descarnadamente la esencia represiva, antidemocrática y totalitaria del régimen, y, sobre todo, el estrepitoso fracaso de la plataforma ideológica de legitimación de la nueva política cultural ya descrita.

Es así como comienza la actual ofensiva contra la revista por parte de los ideólogos de la política cultural de la Revolución. Y, como es lógico, el anatema más socorrido es aquel que identifica a cualquier discurso disidente o independiente con una espuria fuente extranjera: el imperialismo norteamericano, concretamente, en este caso, la CIA, argumento similar al empleado contra los opositores pacíficos. Aunque la revista Encuentro nunca había podido circular libremente en el país (como ninguna otra que no fuera de las permitidas oficialmente), se ha incrementado el celo con que se trata de impedir su entrada y circulación en la Isla, y, según el caso, se instrumentan presiones cada vez más fuertes contra algunos de sus colaboradores internos. También, se impidió, por ejemplo, la asistencia de su jefe de redacción, Luis Manuel García, a la presentación de un libro de cuentos suyo, publicado por Plaza Mayor, en una Feria del Libro de La Habana. Paralelamente, se condicionó la asistencia a estas ferias de editoriales cubanas de prestigio, como Betania y Colibrí —a la que se ha acusado sin ningún fundamento de ser la editorial de Encuentro—, a la no inclusión, en sus muestras, de libros que por su discurso ideológico no fueran convenientes para el cautivo público insular.

Una atención especial —que habla precisamente a favor de la funcionalidad y dinámica de muchos de los textos que se publican en Encuentro— se le confiere a la revista en los medios académicos, donde se le conoce y consulta, a la vez que se le pretende desconocer públicamente. Recientemente, se condicionó la publicación de un prestigioso libro de ensayos sobre Mañach a que no se citaran en su bibliografía textos publicados en la revista Encuentro. Es un ejemplo burdo pero significativo. Asimismo, la revista Temas instrumenta números monográficos sobre temas que son frecuentes en Encuentro, y que abordan aspectos problemáticos de la realidad insular —como, por ejemplo, la religión, el racismo, etcétera, o participa oportunistamente en la campaña de descalificación contra Antonio José Ponte. Uno de los valores inobjetables de Encuentro es la calidad y profundidad del pensamiento crítico que detentan muchos de sus ensayos, que serán de imprescindible consulta en un futuro para investigadores y estudiosos de diversos aspectos de la cultura cubana. Es éste el soporte de buena parte de su prestigio y, perspectivamente, de su perdurabilidad. Y es éste, asimismo, el motivo profundo del desasosiego que produce en la dirigencia ideológica de la Isla. Después de todo, la relación especular, tácita o solapada, que practican algunas revistas cubanas y, en general, algunas directrices de la política cultural, tomando a Encuentro como contrapartida, a la vez que favorecen el conocimiento y profundización de los problemas abordados, ayudan a ir perfilando el verdadero rostro futuro de la nación cubana, que tendrá que ser con todos y para el bien de todos.