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Exilio, Miami, Castro

De los gusanos de Fidel Castro a las cucarachas de Dora Amador

No fue un acto de repudio, afirma Calzón: Dora Amador a estas alturas debe saber la diferencia, para no caer en paralelismos patéticos entre la dictadura castrista y un exilio democrático

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Al leer el título de la crónica de Dora Amador sobre “un acto de repudio” en el restaurante Versailles, recordé inmediatamente los testimonios y entrevistas que recopiló Elena Mederos, con la ayuda de los voluntarios de la organización Of Human Rights, sobre esos bochornosos incidentes que todavía hoy ocurren en la Cuba castrista.

¿Qué es un acto de repudio, quiénes lo hacen, y qué les sucede a las víctimas?

Los actos de repudios castristas son una versión de los pogroms que sufrieron los judíos en Rusia y en la Europa Comunista, y también una versión de las turbas sandinistas en Nicaragua. Estos actos de inconcebible crueldad y cobardía se remontan al principio mismo del régimen revolucionario. Más tarde, se usaron para insultar, escupir y golpear a los cubanos que, después de haberse asilado en la Embajada de Perú en 1980, confiaron en la promesa de Fidel Castro de que nada les sucedería si regresaban a sus casas, mientras esperaban los trámites para salir del país.

Recuerdo vivamente el relato de Roberto Valero y su hermano adolescente que perdió el conocimiento debido a una paliza propinada con total impunidad. Recuerdo, además, las fotos de la casa en el municipio El Cerro donde vivía Oswaldo Payá y su familia, con la fachada llena de letreros injuriosos pintados por las llamadas “brigadas de respuesta rápida”, después de que la turba se cansó de tirar huevos, piedras, y heces fecales, mientras aquella familia en la oscuridad del hogar al que le habían cortado la electricidad, se abrazaba junto al cromo de Jesucristo en la pared, esperando que cesase la tormenta totalitaria.

Recuerdo también el caso de la poetisa María Elena Cruz Varela a finales de 1991, a la que durante un acto de repudio le metieron a la fuerza en la boca varias hojas con sus escritos, obligándola a tragárselos. Y para los que crean que describo cosas ocurridas hace demasiados años, les sugiero que lean la historia de la familia cristiana de Holguín que acaba de ser víctima de un acto de repudio organizado por la Seguridad del Estado. Esta familia incluye a dos niños que estaban en su casa cuando llegaron los fanáticos de corte fascista (en este caso, comunistas, una y otra las dos tendencias socialistas más criminales del siglo XX), los que rompieron puertas, muebles, ventanas, y le dieron fuego a la cocina. La familia, sabiendo de la golpiza que les esperaba y temiendo por sus vidas, escaparon por la azotea y se escondieron en la casa de un vecino. Después, huyeron a buscar refugio en el portal del Obispo de Holguín, declarándose en huelga de hambre, y ahora se encuentran escondidos en otro lugar. El vecino que los escondió durante el acto de repudio, cuando se supo lo ocurrido, corrió la misma suerte. En este momento, la familia sigue escondida en Cuba, sus niños están muy alterados y, temiendo por sus vidas, están pidiendo asilo en cualquier país que los acoja.

Dora Amador, en su época de monja, cuando no era una activista política pero sí muy cuidadosa en sus declaraciones, ahora lamentablemente acusa a los cubanos de ser cucarachas en su escrito, y sabe Dios qué otros adjetivos del vocabulario castrista habrán gritado en el restaurant Versailles. De su artículo se desprende que, más que objetar a la respuesta que le dieron cuando se inmiscuyó en una conversación entre otras personas, lo que realmente causa su ira es que aquellos cubanos eran “gente de Trump.”

Es triste que alguien con una educación religiosa no se dé cuenta de la infamia que es juzgar a toda una comunidad, en la forma que ella lo ha hecho, por las supuestas ofensas que recibió en una escena particular en determinado tiempo y lugar. Lo que le sucedió a Dora Amador en el restaurant Versailles, según se desprende de sus propias palabras, pudo haber sido una discusión acalorada, incluso incivil, pero tal como ella reconoce no hubo ni trazas de violencia física o amenazas de tal cosa, y de haberse oído malas palabras ella misma lo hubiera reportado en su crónica del resentimiento.

Su malentendido no fue un acto de repudio y Dora Amador a estas alturas debe saber la diferencia, para no caer en paralelismos patéticos entre la dictadura castrista y un exilio democrático. De haber sido un acto de repudio, se hubiera llamado a la policía, por supuesto, y Dora Amador, con la ayuda de un buen abogado, en vez de embellecer su historia en CUBAENCUENTRO, simplemente hubiera debido comparecer ante un juez para que esas “cucarachas agonizantes” (los cubanos que Fidel Castro tildara de gusanos y que Dora Amador lapida kafkianamente desde su primera línea) pudieran cuestionar su versión de los hechos cara a cara, con plena dignidad humana, y respetando las normas norteamericanas del debido proceso.

Frank Calzón está retirado después de 20 años de director ejecutivo del Center for a Free Cuba, pero se mantiene siempre interesado en el tema de Cuba.


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