Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Hacia un nuevo contrato social

Desde el machadato hasta las 'mieles del poder': ¿Cómo reconstruir una nación sobre bases nacionales y no patrimoniales?

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Superar los compartimentos huidizos

El nuevo contrato social, tal y como lo percibimos, no sigue, por tanto, las líneas de un programa político. Las cuatro propuestas que hacemos sólo tienen que ver con las bases necesarias, no las únicas —me gustaría repetir—, para reorientar el satélite de los cubanos hacia Cuba: pertenencia real, no su sentido, respecto de la propiedad; posibilidad de alimentación sostenible y rentabilidad de nuestro suelo, que de sustento a la biosociedad cubana; convivencia de la pluralidad cultural en el ámbito cívico, para eliminar la institucionalización del racismo que funda el artículo 5 de la vigente Constitución, y posibilidad del reencuentro de la familia, en la Isla o en el exterior, constituyen bases para reconstruir la nación con arreglo al criterio de nacionalidad, no de patrimonio, tal y como ha sido hasta ahora y desde los orígenes.

¿Es Cuba de la izquierda o de la derecha? ¿Es Cuba de los revolucionarios o de los contrarrevolucionarios? ¿Es Cuba de los de adentro o de los de afuera? Preguntas retóricas que sólo tienen el valor de alumbrar un hecho: mientras no superemos estos compartimentos huidizos —la mayoría de los cubanos hemos estado indistintamente en uno u otro de estos compartimentos—, no habrá posibilidad de poner en marcha ni políticas concretas, ni políticas fundadas en signo ideológico alguno. Porque suponer que la política actual del gobierno es de izquierdas no se sostiene en ninguno de sus catálogos. Es más bien un asunto de humor triste.

¿Cómo reconstruir la nación sobre bases nacionales y no patrimoniales? Como muchos cubanos, creemos que sólo puede hacerse y sólo debe hacerse a través de la ley. Nuevo contrato significa por eso que los instrumentos jurídicos adquieren relevancia para recrear la convivencia social y para restaurar la relación orgánica entre los ciudadanos y el Estado.

Esta relación fue rota en 2002. Al declarar constitucionalmente la irreversibilidad del "socialismo", el gobierno pulverizó los precedentes constitucionales de la fundación de Cuba. Desde nuestros orígenes como proyecto de nación, estos asimilaron, sin contradicción, esa unidad de súbdito y soberano que está en la base del ciudadano moderno. Otra cosa fue su real incorporación.

Súbdito de la ley, soberano para conformarla, los cubanos perdimos con aquella contrarreforma la condición de ciudadanos —que es pulverizada— y la relación orgánica con un Estado que sólo sabe y le importa justificarse a sí mismo. A partir de aquí quedó claro que para el Estado los cubanos somos únicamente fuente de deber, no de soberanía.

Y no importa que la Constitución "socialista" no diera para mucho en términos de reformas; lo importante es que, hasta esa fecha, se podía reformular la convivencia Estado-sociedad atendiendo a las necesidades e intereses de los ciudadanos. Después de ella, parece que sólo podría hacerse velando porque no se destruya la naturaleza "socialista" del Estado.

Los cubanos del futuro, ¿atados?

La discusión de qué entender por socialismo, que daba una especie de opción legislativa preferencial al ciudadano revolucionario —una contradicción en los términos, sin dudas—, se desplaza "legalmente" de los ciudadanos al Estado; lo que ya acontecía políticamente, pero sin estatuto legal. Que no se explotara debidamente semejante monstruosidad jurídica estaba en relación, por supuesto, con la débil cultura del derecho de nosotros los cubanos, acostumbrados a "derribar", y no a reformar. De modo que se ató a los cubanos del futuro a una condición presente que se niega a reconocer las posibilidades empíricas de ese futuro.

¿Qué hacer si los cubanos de "mañana" fueran todos evangelistas, católicos, santeros o musulmanes? Bueno, para abrirnos a todas las opciones posibles del futuro, no hipotecando absurdamente lo que ya acontece en el presente, podemos restituir jurídicamente las bases de ese nuevo contrato alumbrando la Cuba real, diferente por completo de la Cuba oficial. La posibilidad para ello, que hay que explotar teóricamente, está en aquella ruptura orgánica de 2002, que obliga a replantearlo todo desde el ciudadano, y en el análisis antropológico del artículo 5.

¿Responderán los ciudadanos cubanos a la necesidad de este nuevo contrato? Eso no lo sabemos. El esfuerzo va encaminado también a reconstruir nuestra relación madura con el Estado partiendo de asumir las responsabilidades de nuestros éxitos o fracasos. Si logramos ir definiendo sustancialmente la Cuba de los ciudadanos, el éxito será de los mismos ciudadanos. Si no, el fracaso será de nosotros.

En este sentido el nuevo contrato significa no transferir las culpas a la poca capacidad de escucha del gobierno, o a su demolición represiva, sino entender que lo que suceda o deje de suceder depende en verdad de nosotros. Se supone que un Estado autoritario se comporte como tal. También, que la imaginación debe ser capaz de neutralizar sus obstáculos a base de una combinación… creativa.

Y un asunto final. Con el nuevo contrato social hemos tratado de vincular necesidades concretas con necesidades estratégicas. El "Shangri-la" [imaginario paraíso idílico, término tomado de la novela Lost Horizon, de James Milton] de la política cubana sería que todos los ciudadanos vieran el valor estratégico de determinadas propuestas políticas.

En espera de que esto pueda suceder —inteligencia no es justamente lo que falta—, sí queda claro que muchos atisban el valor de practicar la "real gana" con lo que les pertenece, de tener un mejor sustento para sus hijos raquíticos, de ser gerente de una empresa y babalawo, o católico, al mismo tiempo, y de vivir con su familia en cualquier lugar del mundo, fundamentalmente Cuba, sin la tensión de que un hijo imite lo inimitable, a Ernesto Guevara; o, siga la ruta mejor de Martin Luther King, Ghandi o Martí. O ninguna, pero que siga siendo un hijo.


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