Actualizado: 01/05/2024 21:49
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La 'conjura' de la Iglesia

¿Por qué quienes rechazan el 'poder católico' quieren que éste se involucre en la política interna cubana?

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La Iglesia ha sido el puente a través del cual muchos, que hoy se encuentran en el exilio, comenzaron una vida intelectual, política y literaria fuera de la sombra del gobierno, y, en no pocas ocasiones, entablaron relaciones con intelectuales y personalidades que luego facilitaron su salida de Cuba y su establecimiento en otras tierras. La Iglesia ha sido el espacio donde podía escucharse la palabra libertad cuando decirla en la calle era casi un delito. Eso no debería olvidarse.

Como tampoco debería olvidarse que, cuando la mayoría consentía o callaba ante los cambios terribles de los años 1960 y 1970, fue la Iglesia católica la que alzó públicamente su voz para denunciar el experimento revolucionario contrario a la libertad. Y no para oponerse a los cambios sociales necesarios y beneficiosos para el país y las personas más necesitadas, sino para indicar el peligro real de la pérdida de la libertad y destrucción de los valores democráticos.

Esos actos costaron caro no sólo a la jerarquía —apelativo cuyo uso y abuso comparten tanto el gobierno de La Habana como los que gratuitamente difunden un secularismo anticatólico—, sino también a los laicos. La Iglesia tuvo el valor de hablar cuando otros no podían, o no querían.

El valor no ha sido privativo de obispos como Pérez Serantes y su sucesor Meurice Estiú. Tan legítima es esa postura como muchas otras menos públicas, y —aparentemente— menos políticas, como asistir a misa cuando era sinónimo de contrarrevolución, y pocos se atrevían a entrar a una iglesia, llevar una cruz o una medalla al cuello en la escuela; cuando el Estado era ateísta, y enseñar en secreto el catecismo y las oraciones a los nietos, o pedir un responso en el cementerio de Colón para un familiar difunto, era un delito. Cuando los presos, los homosexuales y los opositores en general eran rechazados y perseguidos, encontraron en la Iglesia un espacio de tolerancia.

Poder y manipulaciones

Se dice que la Iglesia se aparta de la confrontación política, seguramente porque quienes echan a rodar la especie presuponen que todos los fieles católicos y todo el pueblo cubano desean la confrontación con el gobierno. Muchos esperan y desean que la Iglesia sea una especie de mediadora, otros quieren en la Iglesia un garante de la transición, otros un agente directo del cambio social y político. Pero los deseos no siempre concuerdan con la realidad.

La Iglesia no tiene por qué ser mediadora, garante ni agente de una transición política ni de un cambio político. ¿Con qué cuenta la Iglesia cubana para hacer eso? En los años 1990, el padre Marciano, de la Orden de los Carmelitas en La Habana, escribió un formidable análisis acerca del papel de la Iglesia en la sociedad cubana y en el cambio político. Ese análisis, en esencia, sigue siendo certero y meridiano. Es una verdadera pena que no se divulgue más.

La mediación política de la Iglesia Católica dentro de la sociedad cubana no puede conducir al hundimiento de una laboral pastoral y social eficaz —que es la primera tarea de la Iglesia, y que ha sido el resultado de tantos esfuerzos por mantenerse como institución independiente en medio de un régimen totalitario.

¿Qué propiedades tiene la Iglesia cubana? Los templos, las casas parroquiales y algunos conventos y hospitales pertenecientes a las órdenes y congregaciones religiosas, además de los automóviles, mobiliario y cuentas bancarias que puedan tener. No tiene grandes fincas, ni colegios, ni universidades, ni fundaciones, ni palacios, ni reciben donaciones millonarias de sus fieles. No es la Iglesia de los ricos, porque esos —realmente— o no existen en Cuba, o no son fieles de la Iglesia.

Si la Iglesia no tiene propiedades, ni poder económico efectivo —como el que tenía antes de 1960, o como el que sigue teniendo en otros lugares—, ¿cómo puede influir en el devenir de la sociedad cubana? Si la Iglesia dice una cosa y la feligresía hace lo que desea, ¿cómo puede la Iglesia convertirse en líder de un grupo que malamente empieza a cumplir los propios mandatos religiosos?

Aunque hasta el momento nada indica que los católicos cubanos rechacen a sus legítimos pastores, una jerarquía a la que se le pide acción política, pero que carece de seguidores —como se podría inferir del articulo que comento—, es más bien una camarilla que una ecclesia.

El único poder de la Iglesia es moral; su capacidad y autoridad de hablar directamente a la conciencia de la persona y de tocar, incluso, a aquellos que no son católicos, y dejarlos al menos inquietos y pensando. Este poder —que es también un deber y un derecho de la Iglesia— es tremendamente grande.