Actualizado: 02/05/2024 23:14
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La transición española y el caso cubano (III)

Sucesión, institucionalización e inmovilismo. El objetivo de los hermanos Castro ha sido evitar cualquier veleidad reformista.

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Alianzas para la transición

En el exilio, simultáneamente, también se produce un cambio significativo. Primero, la transición española les demuestra a los cubanos que es posible enterrar pacíficamente un régimen totalitario o semitotalitario. Pero a partir de la Perestroika y, sobre todo, tras la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento fulminante del bloque comunista europeo, algunos cubanos plantean la necesidad de crear las condiciones para que algo similar ocurra en Cuba.

Es entonces, en 1990, cuando liberales, democristianos y socialdemócratas del exilio —con ciertas ramificaciones en Cuba— crean la Plataforma Democrática Cubana y renuncian a la violencia como método de lucha. Hasta el nombre recuerda la experiencia española. El objetivo es forjar una alianza entre los demócratas y pactar las condiciones para la transición hacia la democracia en la Isla. Todos han visto cuán importante ha sido la colaboración con las fuerzas democráticas integradas en las Internacionales.

A principios de la década de los ochenta, Fidel Castro no está nada satisfecho con la burocratización del país a la manera soviética y la pérdida de poder personal que eso significaba, y lanza su política de "rectificación de errores". Es una vuelta a cierta ortodoxia comunista y el rechazo a algunas medidas de apertura hacia el mercado y de incentivos materiales tomadas previamente. No lo puede prever, pero irá a contramarcha de la Perestroika, que pronto comenzará a ensayar Gorbachov en la URSS.

La nomenclatura cubana resiente esa involución y el aparato, secretamente, se divide entre reformistas y "duros". Esto se hace patente en los ministerios y departamentos mejor informados: Comercio Exterior, Relaciones Exteriores, Interior. Pero enseguida se hace obvio que ahí no hay más poder que el de Fidel Castro y los reformistas asumen sin fisuras el discurso de los duros. Es un coro casi perfecto, hábilmente dirigido por la policía política.

Gatopardismo a la cubana

En 1989 sucede todo. Se produce el fusilamiento del general Ochoa y de Tony de la Guardia. Aparentemente son eliminados por sus vínculos con el narcotráfico —una política del Estado cubano—, pero también los castigan porque Fidel, por medio de unas grabaciones clandestinas del Ministerio del Interior, descubre que se burlan de él y ya no creen en el "proyecto revolucionario".

En ese año cae el Muro de Berlín y comienza a deshacerse la URSS. En Cuba, Raúl Castro interviene el Ministerio del Interior, que es "ocupado" por el Ejército, y en el gobierno comienzan a buscar fórmulas para sostener el sistema sin necesidad de hacer cambios, aun cuando desaparezca el subsidio soviético.

Es el gatopardismo en su mejor acepción: admitir algunas modificaciones marginales para que todo siga igual. Es dentro de ese espíritu que luego llegan la dolarización, las empresas mixtas, el "cuentapropismo", la reaparición de los mercados campesinos y la conversión de las granjas estatales en cooperativas. No son medidas para sustituir el modelo comunista, sino para apuntalarlo en su peor momento.

Ante esos cambios, muchos criptorreformistas comienzan a pensar que la revolución ha entrado en un irreversible camino hacia una apertura real. Fidel y Raúl —especialmente Fidel— se empeñan en lo contrario. La Asamblea Nacional del Poder Popular, presidida por Ricardo Alarcón, le responde públicamente a la Plataforma Democrática Cubana y rechaza cualquier forma de diálogo con la oposición. El joven Roberto Robaina es designado canciller por un rasgo específico de su educación: Granma anuncia que es quien mejor interpreta el pensamiento de Fidel Castro.

En la década de los noventa se celebran dos congresos del Partido y son ratificados los inalterables principios del marxismo-leninismo. La dinámica de los dos eventos indica que el objetivo básico de los hermanos Castro es evitar cualquier veleidad reformista. En el verano de 2002, como preparación a un nuevo Congreso, y en respuesta al Proyecto Varela, Castro hace que millones de cubanos firmen una petición a la Asamblea Nacional del Poder Popular por la que todos se obligan a mantener de forma irrevocable el sistema comunista.

Paradójicamente, la maniobra indica que en el conjunto de la sociedad, incluidas las filas gubernamentales, existe una clara desmoralización y una fuerte tendencia hacia el cambio, que los hermanos Castro desean eliminar de raíz.

(*) Versión de una investigación auspiciada por el Proyecto sobre la Transición en Cuba, del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami.


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