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Los perros de la Sierra

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Los talibanes -como les llaman popularmente los cubanos por su extremo conservadurismo– han ido cayendo uno a uno en los últimos meses, a la par que el raulismo afincaba posiciones y/o engrasaba su aparato transicional. Acaba de “colgar el sable” el más internacionalista de ellos, el inefable canciller Felipe Pérez Roque, escoltado por el vicepresidente del Consejo de Ministros, Otto Rivero. Antes habían caído Carlos Valenciaga y Hassan Pérez.

A todos ellos los marcaba un denominador común: habían sido promovidos por el propio Fidel Castro –otro de los caídos, Carlos Lage, que no pertenece al grupo talibán, también fue promovido por el hermano mayor- y, consecuentemente, se caracterizaban por reproducir el talante hosco y el pensamiento vacuo del “máximo líder”. Los caracterizaban, además, unas maneras gansteriles por las que la banda de Raúl Castro, la vieja mafia de la Sierra Maestra, debía sentir algún desprecio, o al menos cierta desconfianza. Ya se sabe que, más que nada, son los polos opuestos los que se atraen.

De manera que una primera explicación a este desmoronamiento talibán podría radicar ahí, en la naturaleza parasitaria y mafiosa del ala juvenil del conservadurismo castrista. Tal vez demasiados adjetivos para describir algo tan poco relevante. Lo cierto es que si ya existía una mafia organizada y probada en mil batallas (los Raúl Castro, Ramiro Valdés, José Ramón Machado, etcétera), y si además los talibanes respondían directamente a un líder que ya no es, lo más natural es que abandonaran el escenario. A la vieja mafia no le interesan demasiado los destinos de la nueva mafia –sobre todo cuando ha sido promovida por un mafioso ya al borde de la muerte-, sino su propia permanencia en el poder y la continuidad de un proyecto contrarrevolucionario que involucra a sus familiares e intereses a largo plazo.

Una segunda explicación a este súbito descalabro talibán es de carácter simbólico, y podría apuntalar, a su vez, la continuidad del proyecto contrarrevolucionario indicado arriba. Indirectamente, el ascenso al parnaso mediático de Barack Obama, su electrizante populismo, la relevancia histórica de su toma de posesión, más los múltiples retos que todo ello impone a un régimen que, como el castrista, vive de la representación y respira por la boca del nacionalismo antiamericano, podrían haber puesto a pensar a la vieja guardia. Era preciso “mover ficha” ante la conmoción obamista, y el raulismo finalmente ha pisado el acelerador de su particular tránsito hacia el cambio cosmético.

En el ámbito internacional, la caída de los talibanes podría inducir la sensación de que algo se mueve en Cuba. Se atisban, en el horizonte, los cambios por tanto tiempo esperados –pensarán los más ingenuos-, pero sólo se trata de perseguir, y ya sabemos que será una persecución infructuosa, una eficiencia económica a la que los Hassan Pérez y Pérez Roque no sabían hincarle el diente. Lo mismo con lo mismo pero retocado, con los viejos perros ladrándole a la luna. Los perros de la Sierra.

Cortesía de Libertad Digital



De la Paz: La Tabla

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Dos notas antes de pasar a la reseña.

Desde el pasado jueves y hasta el próximo 6 de marzo, entre las siete y las diez de la noche –los lunes el local cierra-, el poeta y artista plástico Rodrigo de la Luz estará exhibiendo parte de su obra escultórica –recreaciones sobre vidrio, metal y madera a partir de objetos desechados- en la Cremata Gallery (1646 SW 8th Street, Miami). Como escribí hace un par de años en este mismo portal, estos collages, una amalgama de balines, botones, botellas, dados, manubrios, grifos y demás elementos que conforman figuras humanas o animales, parecieran contar una historia, definir una circunstancia o un destino. Lleven algún dinero, porque si los ven, los compran.

Por otro lado, Armando de Armas entrevista al roquero Gorki Águila aquí. Así que tenemos Armas por partida doble, pues esta excelente reseña de Luis de la Paz se centra en el último libro publicado del autor, La Tabla, una novela que está dando, y dará, mucho que hablar:

La Tabla

una reseña de Luis de la Paz

El primer contacto que tuve con Armando de Armas fue a través de su literatura. Llegó a mis manos Mala jugada, su primer libro de relatos. Portada verde, dedicatoria a su mujer, padres e hijos, para que no quedara fuera nadie importante de la familia. Pero también “a los que no se envilecieron”, a “un caballo negro que a golpe de espada avanza hacia la luz”; también a “aquellos que hicieron de mí un marginal”. La contratapa mostraba un hombre sonriente, de aspecto alegre, muy bien plantado con saco y corbata. Un retrato que no transmitía marginalidad alguna, sino más bien rigurosa compostura. Mientras más palpaba el libro se me revelaban otros detalles curiosos. Varios relatos estaban escritos en bloque, en una pieza, apenas comas y puntos y comas para separar las oraciones. No había punto y seguido. Difícil estructura, me dije, mientras pensaba lo trabajoso que podría ser mantener la energía de la composición sin dañar la narración. El regreso de Osvaldito El Loco, Como un pavoroso caballo que les viene encima, eran algunos de los títulos que llamaban mi atención. Otra vez la contratapa: “La novela La tabla y la colección de cuentos Mala jugada logran pasar al lector el conocimiento y hasta las emociones que conforman el horror de la sociedad cubana”, señalaba con acierto una nota firmada por Juan Manuel Salvat.

Esa fue la primera vez que tuve una referencia sobre La tabla.

Luego supe que Mala jugada se presentaría en la alcaldía de West Miami. Delicado lugar para una literatura irreverente y provocadora, me dije, pero allí estuve, y allí vi y escuché leer por primera vez a Armado. Volvía a vestir formal, saco blanco, corbata roja, parecía más un Yarini, que un escritor marginal. Leía despacio, oraciones cortas, dibujando en el aire el ritmo que le imprimía a las palabras que articulaba resaltando los adjetivos con fuerza. Con dos dedos extendidos y produciendo un giro de la mano, abría y cerraba numerosos paréntesis.

Cuando terminó de leer, conversó con el público y se refirió a lo que denominaba su más ambicioso libro, La tabla, una novela de mil páginas, “escrita en un sólo párrafo”, decía sonriendo con malicia, es decir, de nuevo, como en algunos de los relatos de Mala jugada, se volvía a repetir una estructura en bloque, sin interrupción. Esa fue la segunda vez que escuché mencionar La tabla (que ya se convertía en una curiosidad) y la segunda vez que me preguntaba: ¿cómo lo habrá hecho? Si para mí unos cuentos de 10 o 12 cuartillas, me parecían un desafío tremendo escribirlo con mínimos signos de puntuación, la idea de una novela de mil páginas con semejante estructura iba mucho más allá. No era que se tratara de algo original y nunca antes visto. No. Existen novelas memorables como Las puertas del paraíso del polaco Jerzy Adrezejewski y el famoso monólogo interior de Ulises, la gran pieza de James Joyce –éste último sin ni siquiera comas o puntos y comas–, por sólo citar dos ejemplos bien conocidos. Pero la peculiaridad de la novela de Armando de Armas radicaba en que nuestro autor caribeño se extendía por un millar de páginas.

Tiempo después de La tabla se habló hasta la saciedad en largas y madrugadoras jornadas donde botellas de vino, rebanadas de salami y lascas de queso, marcaban el ritmo de las tertulias. Cada vez que Armando hablaba de su monumental y peculiar novela, creaba más expectativas, hacía crecer la curiosidad entre los contertulios. Se refería al complejo proceso de escritura a finales de los años ochenta, a las dificultades para esconderla de la policía, a las peripecias para sacarla de Cuba clandestinamente. Detalles que luego aparecieron en Crónica de la escapada, un extenso artículo que escribió para una publicación en Alemania: “Bajo fuego de ametralladoras, la noche iluminada por las balas trazadoras, y braceando a lo loco en medio de las olas luego del hundimiento de la chalupa que nos conducía al barco en que escaparíamos de Cuba, yo, que me las doy de valiente pero que apenas sé nadar, no pude sostenerme en la superficie cargando con el pesado manuscrito que portaba convenientemente envuelto en plástico dentro de una mochila y, ante el dilema de vida o manuscrito, solté el manuscrito, y entonces ocurre que Mimí (mi mujer) que no se las da de valiente pero que sí es una excelente nadadora, logra la hazaña de rescatar el manuscrito de entre las olas y, con el mismo a la espalda, llegar hasta el barco para ambos escapar a tiempo de las tropas guardafronteras, del fuego de los guardafronteras, de la muerte, de la isla en suma”, apuntó en uno de los párrafos.

A pesar de mi interés y numerosas insinuaciones, Armando nunca me dio a leer el manuscrito de La tabla. He tenido que esperar más de una década para leerla y puedo decir que si la espera no se justifica de ninguna manera (ni tampoco la actitud del amigo), sí valió la pena la lectura de esta excelente novela que, además, tuve la oportunidad de presentar junto al autor y al amigo Armando Álvarez Bravo.

La tabla recoge las vivencias de Amadís, Amadís Montalbán, tal vez el alter ego de Armando de Armas. Y como la vida misma, es una pieza que se mueve como una espiral ascendente, un torrente de ideas, reflexiones, lecturas, vivencias. El flujo de la memoria, más que de la conciencia, el gran monólogo (que no cesa hasta la muerte) que acompaña a cada individuo durante su existencia. Eso explica quizás que la única forma de escribir La tabla fuera así, sin interrupción, sin rompimientos, sin estorbos.

En la novela los personajes, los abuelos, sobre todo la abuela que guía la infancia, aparecen y ocupan su lugar, señalan los caminos por los que se transita, pero no tienen formas, de ellos no hay apenas descripciones, son como sombras vivas, fantasmas que transmiten el conocimiento, dando pie a reflexiones, valoraciones que casi siempre rondan el tema de la libertad, dejando claro que la esencia de todas las posibilidades del hombre ante su destino tiene como ineludible camino el de la libertad.

El autor ha tenido la oportunidad de leer su libro y trabajarlo hasta el cansancio. Eso es evidente, la primera versión está fechada en 1990 y la última revisión, en marzo del 2008, poco antes de emprender el camino editorial con la Fundación Hispano Cubana, en Madrid, España. Es un texto bien cuidado, fiel a una época en muchos aspectos, revelador en muchos otros. De las mil páginas originales desaparecieron varios centenares para quedar comprimida en un texto de 440 dividido en dos partes. Se agradece el respiro. De cualquier manera es un desafío para un escritor un libro semejante. Armando lo consigue. Sin duda pudo mantener ese exigente ritmo, gracias al oficio literario como lo ha demostrado tanto en Mala jugada como en su otro libro de cuentos, Carga de la caballería. La musicalidad de la narración, la cadencia de las palabras, dan significación a una parte importante de los relatos.

Pero, ¿de qué trata La tabla? De nada. De todo. La tabla es un fresco de una familia, de un pueblo, de una ciudad, de un país, donde el tiempo, individual y colectivo, avanza o retrocede en torno a Amadís. Es curioso percatarse que la novela comienza fuera del libro. Cuando uno abre la primera página ya la novela tuvo sus inicios hace rato. Lo único que podemos hacer es dejarnos llevar por aquel torbellino, incorporarnos sin hacer preguntas, con curiosidad. Las primeras palabras que nos encontramos son “la pistola”, así en minúscula. Una “pistola entre la pelvis y el calzoncillo”. Ese es el punto donde convergen lector y texto. Se unen y ya no se sueltan hasta la palabra “tren”, el primer respiro que nos brindan. Hay en ese momento un rompimiento de tiempo y de espacio hasta que nos adentramos en la segunda parte que arranca con un show, nada más y nada menos que con Otro amanecer de Meme Solís. Y así seguimos, ya sin descanso, ya sin aliento, hasta brincar el charco “que Amadís miraba con una sonrisa; medio-sonrisa, medio-mueca; casi feliz”.

Ya dije que La tabla es un fresco de una familia, de un lugar, pero también y sobre todo, el reflejo de una nación y de una época. Es el testimonio de una niñez, de una adolescencia y una juventud vapuleada por las consignas –que la novela sabe recoger, mezcladas oportunamente con canciones infantiles, con rondas y expresiones del folclor popular–; víctimas del disparate elevado a la categoría de régimen social. La tabla es una novela escrita con las entrañas, desde la memoria, desde la marginalidad. Una novela cargada de símbolos, de numerosos guiños, de copiosas lecturas. Una novela mural, irónica, desfachatada a veces, tierna, cándida. Siempre auténtica. Un grito de libertad y una evaluación de la misma, desde la perspectiva de un hombre que le ha tocado vivir bajo un sistema represivo y colectivista. Por eso La tabla hay que leerla como una enorme espiral, pero también como la serie de eslabones que tejen una cadena, en la que se hilvanan eventos y situaciones, entrelazan experiencias y deseos, convergen vivencias y aprendizajes, se funden lecturas y desafíos. Lo que me hace pensar que tal vez pueda ser ésta la gran novela de la revolución que todos estábamos esperando.

Reseña originalmente publicada en Efory Atocha



Nueva York y otros avisos

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Apoyada por Alina Brouwer, Jorge Salcedo y otros artistas e intelectuales cubanos, la labor organizativa del escritor Alexis Romay de cara a la manifestación de este domingo en Nueva York ha sido un éxito. Será en Manhattan, entre la una y las tres de la tarde, frente a la misión castrista ante Naciones Unidas (315 Lexington Avenue, esquina a la calle 38) y debemos divulgar la convocatoria por cuantos medios estén a nuestro alcance.

Reproduzco un fragmento de la “Declaración de Nueva York”, que pueden leer completa en el blog de Romay:

“Nuestra protesta en Nueva York es la continuación y el preámbulo de otras, parte modesta de un movimiento que toca a los jóvenes y también a los veteranos de la lucha anticastrista, que crea y recrea sus vínculos en la diáspora y en la isla, en la realidad virtual y en las calles de Europa, de América, de Cuba, y que no va a detenerse hasta tocar la libertad.

“Éste es un llamado al castrismo a respetar los derechos de todos los cubanos, como individuos y como pueblo. Pero es también una señal inequívoca de que no vamos a resignarnos a vivir sin ellos. Vamos a conquistar los derechos, independientemente de la voluntad del castrismo”.

Expo colectiva

Exposición colectiva en Miami este sábado 28 de febrero, a las siete de la noche. Será en el Lignum Custom Millkwork (7006 SW 4th. Street). Van a estar allí artistas cubanos del calibre de Nora Cerviño, Delio Regueral y muchos otros. Pinchar en la imagen para más detalles.

No se lo pierdan.

Cuba Inglesa, segunda época

Finalmente, abrimos este viernes una nueva etapa en Cuba Inglesa. El blog, o mejor dicho, una extensión del mismo, se traslada a Google. Como decimos en la presentación que encabeza esta segunda época, tras permanecer cerca de nueve meses en el portal de Encuentro en la Red, al que agradecemos la hospitalidad y las facilidades obtenidas, creemos que es hora de dar un paso más allá, con una segunda elaboración que aspira a democratizar en profundidad, y en todas direcciones, el debate en torno a nuestra realidad, nuestra cultura y sus derivados.

Así, esta segunda etapa de Cuba Inglesa se propone ofrecer un periodismo más dinámico, interactivo y, por qué no, popular, contando con el protagonismo de nuestros lectores-colaboradores, cuyas reflexiones y sugerencias ocuparán un lugar central en la nueva propuesta. Se trata de recrear un campo de entrenamiento en el que nuestra manía de tirarnos los trastos a la cabeza prefigure, eventualmente, el ejercicio de la tolerancia y el respeto a la diferencia.

Mientras, este sitio en Cubaencuentro (CE) permanecerá como una especie de blog madre o matriz en el que, con una frecuencia inferior a la acostumbrada hasta ahora, estaremos colgando análisis más voluminosos, seguramente más consecuentes con la naturaleza y el formato del portal. Agradecemos, una vez más, la gentileza de la dirección, del equipo de redacción y de los técnicos que brindan soporte a CE, y por consiguiente a los blogs alojados en él. Gracias por la paciencia y el profesionalismo.

Hemos suprimido la posibilidad de comentarios a este post específico con el objetivo de que los lectores puedan depositar los mismos directamente en la “segunda Cuba Inglesa”, familiarizándose con la estructura interactiva de Google. En este apartado de los comentarios, seguimos sosteniendo que la más absoluta libertad e inmediatez son imprescindibles, sobre todo si lo que se quiere es recrear un espacio participativo, plural y apegado a la realidad de lo que somos.

Aquí ustedes y nosotros hemos alternado los papeles. En esta segunda elaboración serán ustedes los protagonistas.

Eso va a hacer la diferencia.



El problema es de los cubanos

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En un excelente artículo publicado este miércoles en El Nuevo Herald de Miami, la periodista Ivette Leyva hace mención a un hecho obvio, pero no por ello menos lamentable: la oposición interna al castrismo ha fracasado en lo que la autora considera su principal misión: convertirse en un movimiento popular.

Digo que se trata de un artículo excelente porque echa una mirada incisiva sobre el fenómeno que aborda, y lo hace desde una escritura resuelta, minuciosa. Sin embargo, cabe hacer algunas precisiones que van más allá del contexto del artículo y su autora, precisiones generales que apuntan a todos y casi cada uno de nosotros.

Apunta Leyva que “no faltarán quienes digan, con mentalidad totalitaria, que una crítica a la disidencia es un servicio al régimen castrista, pero creo que hacer la vista gorda ante la crisis de la oposición cubana es un servicio aún mayor”. Y es aquí donde uno se detiene para preguntarse: ¿Y no será que el verdadero servicio al régimen castrista consiste en que aquí afuera continuamos haciéndonos de la vista gorda ante nuestra crisis como cultura y como nación, crisis de la que somos un ejemplo inocultable?

El problema es de la oposición interna, que no ha logrado convertirse en un movimiento popular. El problema es del exilio, que en medio siglo no ha logrado estructurar una oposición efectiva en democracia. El problema es del castrismo, que en cincuenta años ha conseguido dividir como nunca antes a los cubanos. Luego entonces tenemos un problema que resolver como cultura, como tribu, como nación. O como posnación.

Lo que quiero decir, en primer lugar, es que la crítica debe empezar por apuntar a nuestras cabezas. Si en un contexto abierto y plural, en el marco de estructuras democráticas consolidadas, el exilio cubano no ha conseguido cimentar una oposición eficaz y unas instituciones culturales y socio-políticas adecuadas para lidiar con el problema nacional y eventualmente liberar a Cuba, ¿cómo vamos a pedirle a la disidencia interna, bajo la bota implacable del castrismo, que saque la cara por nosotros?

Vergüenza debería darnos. Como decía en un post anterior, a estas alturas lo único plausible que nos cabe hacer como exilio es identificar y combatir los problemas de la nación a escala cultural, de manera que lleguemos a estar conscientes de ellos masivamente. La raíz de nuestra incapacidad organizativa debe buscarse en la incapacidad de los cubanos para reconocer y combatir los déficits de su cultura, y de ello somos un buen ejemplo nosotros los periodistas, los escritores, los “intelectuales” en el destierro. Tenemos que dar el ejemplo en democracia y en vez de hacerlo lo buscamos en Cuba, bajo el totalitarismo.

El problema no es de la disidencia interna. El problema es de los cubanos.



Los bueyes por delante: Diez respuestas para Sito

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Uno de nuestros colaboradores más fecundos, Joseluis Sito, hacía hace poco aquí una serie de preguntas a propósito del debate suscitado por uno de sus textos, Superman superrevolucionario. Su posición ha sido “combatida” en este blog por una serie de críticos de lo peor de la cultura nacional -entre los que me incluyo-, quienes por lo general sostienen que antes de enfocarse en denunciar el castrismo es preciso denunciar sus causas, sus raíces o, para decirlo en palabras de uno de los comentaristas, es preciso poner los bueyes delante de la carreta. Porque mientras no se arranque de raíz el árbol de la tragicomedia cubana de nada valdrá cortarle esta rama o aquella otra. El tronco seguirá generando problemas, esto es, seguirá ramificando el desbarajuste nacional.

Las preguntas de Sito son diez, y como nadie se animó a contestarlas me atreví a hacerlo yo mismo en forma de post. Aquí va la decena con sus correspondientes respuestas:

1- ¿Cómo luchar (como coger lucha) contra la “batalla de ideas” socialo-castrista?

Estructurando proyectos comunes que contrarresten la influencia del Estado castrista. Pero eso no ha sucedido en medio siglo. El exilio cubano ha sido sumamente exitoso a la hora de desarrollarse política y económicamente en sus países de acogida, pero no ha sabido estructurar instituciones y proyectos aglutinadores que canalicen con eficacia la lucha por la libertad de Cuba. Y como esa lucha sigue presente en el discurso y la retórica exiliada –de otra cosa estaríamos hablando si el exilio se hubiera desentendido efectivamente de ella-, en este último apartado no cabe hablar más que de fracaso.

2- ¿Cómo luchar contra los estereotipos, los mitos y las falsificaciones de la dictadura?

Contraponiéndoles la realidad de un exilio unido en torno a una causa común, moderno, flexible, ambicioso culturalmente hablando. Esta imagen, y no la de gente que se tira de los pelos entre sí o se saca un ojo con tal de ver a su vecino ciego, es la que hay que mostrarle al cubano residente en la Isla.

3- ¿Qué hacer para desarrollar activamente la resistencia?

Otra vez, para desarrollar efectivamente la resistencia –me interesa más la efectividad que la actividad, e infiero que Sito entiende por resistencia la oposición a la dictadura- es preciso unir a los cubanos en torno a un proyecto común. Pero proyectos ha habido muchos, con lo cual se sobreentiende que lo que escasea entre nosotros no es un plan en particular, sino capacidad para unirnos u organizarnos. Volvemos entonces al tema de la carreta y los bueyes: Desde el exilio es preciso identificar y combatir institucionalmente aquellos déficits culturales que imposibilitan, o dificultan, la organización y el funcionamiento de proyectos basados en el interés general, o encaminados a liberar a Cuba.

4- ¿Qué hacer para crear una sociedad civil en Cuba?

Insisto en que desde el exilio, que supongo es a lo que se refiere Sito, hay que empezar por dar el ejemplo. Como decía en un artículo anterior, “si Miami no invierte inteligentemente en el pensamiento cubano y sus profesionales en el exilio, ¿cómo esperar que la cultura cubana, sus profesionales y consumidores en Cuba vean un referente en Miami, ese espejo en el que le toca mirarse a la Isla?”. Y esto aplica, en general, para toda clase de proyectos, no sólo culturales. Debemos dejar de concentrarnos en envidiar al prójimo y guerrear entre nosotros para enfilar nuestras energías en la dirección de concebir, y sobre todo echar a andar, instituciones y alternativas de peso, con futuro. ¿Utópico? Puede ser, pero es lo que hace falta.

5- ¿Qué hacer para movilizar el pueblo cubano?

Volvemos a lo mismo. Primero que nada, recrear frente a sus ojos un referente que lo anime a movilizarse. ¿Quién quiere saltar hacia adelante para caer en el vacío?

6- ¿Quiénes nos pueden ayudar en estas tareas?

Las elites intelectuales, políticas y empresariales. Los intelectuales son los llamados a identificar el problema y crear una matriz de opinión, pero salvo casos excepcionales y/o puntuales –Carlos Alberto Montaner, Luis Aguilar León, Jorge A. Sanguinetty y algunos otros (la lista no es numerosa)- esto no ha sucedido. Luego, las elites empresariales y políticas están llamadas a implementar mecanismos de regeneración e instituciones educativas y de valores que “criminalicen” –la palabra es un poco fuerte, pero en esto, parafraseando a Sito, hay que coger lucha y de la buena- nuestros peores defectos culturales: la envidia, el vedetismo, el sectarismo, la rigidez conceptual, la intolerancia hacia la diferencia… Habría que ir creando planes de estudio y proyectos educativos que apunten a la cabeza de esos defectos culturales, para arrancarlos de cuajo.

7- ¿Cómo unir- reunir a los cubanos alrededor de un proyecto o plataforma común?

Creo que a estas alturas lo único plausible, como he dicho arriba, es identificar y combatir los problemas de la nación a escala cultural, de manera que lleguemos a estar conscientes de ellos masivamente. En el exilio debemos ser capaces de llegar a la raíz del asunto y dar la alerta. Afirmaba acertadamente en este blog el profesor Jorge A. Sanguinetty que “los cubanos no se caracterizan por mantener diálogos organizados”, y la raíz de esta incapacidad organizativa debe a su vez buscarse en la incapacidad de los cubanos para reconocer y combatir los problemas, o defectos, de su cultura. Parece un trabalenguas, pero en realidad es una traba nacional.

8- ¿Cómo unir todas las organizaciones de Resistencia y formar un grupo de líderes?

Aquí cabe la misma respuesta dada a la pregunta 3. Hay que empezar por el principio.

9- ¿Para qué coger lucha?

En el mejor de los casos, para edificar una sociedad civilizada, abierta y democrática que proyecte y recree sus valores culturales más genuinos desactivando, en el proceso, sus problemas culturales más divisionistas.

10- ¿Qué nos espera a nosotros y a las próximas generaciones si no cogemos lucha?

Probablemente, una definitiva ruptura nacional que “subdesarrollará” todavía más la Isla, si es que esto es posible. Por el camino que vamos, negados a enfrentar la realidad de que es preciso poner los bueyes delante de la carreta, ese futuro está a la vuelta de la esquina.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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