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¿Máscara o rostro? ¿Esa Cuba no será realmente Cuba?

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La gran pregunta que nos hacemos los cubanos exiliados desde hace ya un tiempo, y en general los interesados en la problemática cubana, creo que ya no es aquella de “¿por qué no se cae el castrismo?”, y ni siquiera esta otra de “¿cuándo se caerá el castrismo?”, sino más bien una estremecedora: ¿Será que la mayoría de la población cubana se merece, y hasta acepta como mal menor, el sistema imperante?

Concuerdo con aquellos que piensan que, a diferencia de los países del este europeo, en los que la antigua Unión Soviética avivaba, involuntariamente, un nacionalismo liberador, el caso cubano es inversamente proporcional: a los castristas y neo-castristas –que en definitiva son los que tienen voz en Cuba- Estados Unidos les aviva un nacionalismo proteccionista. Si a ello añadimos el hecho de que la dictadura, tras cincuenta años de totalitarismo, ha engendrado un hombre nuevo relativista, políticamente analfabeto, vegetativo, cumbanchero, incapaz de discrepar o romper abiertamente con el régimen, se entiende mejor por qué la bomba de tiempo no acaba de explotar.

A continuación dos textos recientes de Enrique del Risco y Denis Fortún en sus respectivos blogs, en los que la tercera pregunta formulada arriba, directa o indirectamente, vuelve a salir a flote. Adicionalmente, incluyo al final un fragmento de un viejo artículo en el que abordo el tema desde la hipótesis pos-fidelista.

Enrique del Risco en su blog: Y si…

Cuando veo en Cuba tanta gente comprometida sentimentalmente con eso que llaman Revolución, acostumbrada a confundir ésta con la Patria, cuando veo a tantos acomodarse a lo que otros denunciamos como la Opresión y nos piden que la aceptemos en nombre de la tolerancia, la convivencia pacífica y el patriotismo, me pregunto si desde el Exilio no habremos perdido contacto con la Realidad Cubana. ¿Y si los cubanos como pueblo temen más al futuro de lo que abominan este presente interminable? ¿Y si después de 50 años no hallaran sosiego sin ese padrastro abusivo que es el castrismo? ¿Y si no fueran capaces de reconocer al país más que en su cuerpo amoratado, en esas ruinas tan seductoras de un tiempo a esta parte? ¿Y si tanta moral doble se ha convertido en convicción, tanta máscara en rostro real? ¿Y si Cuba ha encontrado su equilibrio definitivo entre la miseria y el miedo? ¿Y si nos estamos entrometiendo en una armonía sobre la que los que se quedaron, después de todo, tienen la última palabra? No son preguntas retóricas. Al menos no para mí. No ahora mismo.

Denis Fortún en su blog: Hay nostalgias que merecen palos

Conozco a una escritora –no digo su nombre por respeto a su timidez- que publicó hace ya buen tiempo un excelente cuento sobre la nostalgia de los que se fueron de Cuba. Lo inusual es que la historia no se refiere al recuerdo de lo dejado atrás por nuestros padres, quienes celebran en Miami cada año, como homenaje a la fundación de la República el día 20 de mayo de 1902, una exposición con ventas de productos cubanos –manufacturados aquí una gran mayoría- que alimentan la eterna melancolía por lo criollo.

Lo novedoso de esta narración es que nos presenta una posible y extravagante añoranza que pudiese asistirle a los nacidos luego de 1959. Yo reconozco que el cuento, cuando lo leí en El Ateje, me provocó un raro estupor, al descubrir que “esos recuerdos” para muchos se resumen en las escuelas al campo y los desayunos con una leche saborizada a humo y leña; los inseparables “tres mosqueteros” integrados por el aguado chícharo con granos como balines en medio de un "caldejo" insaboro e irreconocible, arroz blanco y un huevo hervido –en una época de aparente abundancia-; los muñequitos rusos con Tusha Cutusha y Tio Stiopa a la vanguardia; Elpidio Valdés y Carburo; el “De Pie” de los becados en Habana Campo con el horrible programa Habana 19; las incontables y estériles tareas que debíamos cumplir; o cualquier otra de las tantas cosas, innumerables por espacio y extensión, con las que crecimos en medio de una realidad socialista enrevesada y demagógica.

Sin embargo, a pesar de quienes disfrutan aquí de un buen potaje de chícharos “con todos los hierros” o le piden a la esposa les haga un arrocito blanco con huevos fritos y una tajada de aguacate sólo por puro antojo, no creí posible hasta hoy que esa “nostalgia” llegase al sur de la Florida de manera tangible. He visto por televisión que en Miami existe un club de motociclistas cuya premisa fundamental, para pertenecer, es ser propietario de una moto marca MZ fabricada en la otrora Alemania socialista; o un pequeño y ensordecedor engendro soviético conocido en Cuba como Karpati, todos en perfecto estado de conservación y explotación y reparados la mayoría con piezas traídas desde la Isla. Sin dudas esto genera una buena cantidad de preguntas que, por lo menos para mí, ahora carecen de respuestas simples. Es más, creo es tarea para sociólogos y psicólogos que se tomen en serio el acto de desenmarañar ese impredecible y morboso comportamiento que tenemos.

Armando Añel: Arroz con mango

Probablemente, el castrismo se encamina hacia un modelo hibrido, una suerte de empanada pos-fidelista en la que el pan del modelo chino prensaría el embutido bolivariano. Un modelo ineficiente si se le compara con el sistema asiático, aunque no al extremo de reproducir la vorágine chavista. Un modelo apuntalado por el ejército, la apatía social y la corrupción generalizada, en la que un empresariado emergente y mediatizado por la elite política –procedente, en buena medida, del estamento militar- funcionaría como un espacio de autogestión para la economía cubana.

A la sombra del modelo hibrido todo es posible. Tiananmen y el récord de mayor cantidad de cibernautas por país. Hong Kong y las políticas de manipulación demográfica. La cotorra del payaso y el espadón de Bolívar. La marea negra de las camisas rojas y el whisky sobre las rocas. O, ya en la cuerda nacional, el duelo entre los silencios del general y las reflexiones del comandante. Porque lo que se intenta es recrear un espacio brumoso, proclive a la especulación y al chantaje institucional, en el que el trapichero será más trapichero, el bailarín más bailarín, el oportunista más oportunista, el delator más delator. Un espacio diseñado para camuflar las veleidades totalitarias de la vieja guardia con la esperanza inducida de un inminente cambio de régimen, o de su mutación en algo ligeramente semejante.

De ahora en adelante todo será menos nítido, más embrollado y contradictorio, porque en la olla pos-fidelista se cuecen toda clase de ingredientes: herederas protectoras de transexuales, homosexuales dirigentes, dirigentes periodistas, generales empresarios, empresarios herederos… El arroz con mango de una elite desvergonzada, inmersa en el conteo regresivo de su ineptitud. O el relativismo propiciatorio de un pueblo disuelto en agua, entregado a los compases de su musicalísima indiferencia.



Cuba, España, transición y autonomismo

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El investigador Francesc Bayo ha tenido la gentileza de enviarnos una nota a propósito del artículo del historiador Enrique Collazo, España, ¿un ejemplo para Cuba?, publicado en este blog. Enfatiza Bayo la pertinencia de poner los puntos sobre las íes en lo referido a los actores claves de la transición española:

“Si no llega a ser por el empuje de la sociedad española nos habría costado algunos años más alcanzar la democracia y hubiéramos seguido todavía un tiempo difícil de determinar bajo un neoautoritarismo más amable y menos incordiante en Europa y con Estados Unidos (el más firme aliado estratégico del franquismo). Ante la actual coyuntura que se presenta en Cuba no sé si esto puede servir de ejemplo o no, pero como mínimo me parece que puede ayudar a reflexionar”.

A modo de referencia, el profesor Bayo nos envía el interesante artículo Los motores del cambio en España, del historiador Ferran Gallego, publicado este lunes en El País.

Cuba, España y el autonomismo

Al margen del debate sobre la transición española, sus particularidades y su utilidad como referente para una eventual apertura en Cuba, reproducimos fragmentos de la respuesta del pintor José Ramón Morales, en su blog Cuba Española, a una diatriba contra el autonomismo de la web oficialista La Jiribilla. Morales rebate lo que considera un intento, por parte de dicha publicación, de menoscabar su propuesta autonomista:

“Hoy quiero invitarlos a que se lean un artículo de La Jiribilla, un periódico virtual de Cuba, sobre el autonomismo. Como la política de Cuba Española es democrática, yo los invito. Estoy seguro que ellos no van a invitar a las personas a que lean mi blog, pero esa es la diferencia.

“Aquí les pongo un párrafo que bien podía estar dirigido a mí, pues soy quien más ha hablado del autonomismo cubano últimamente y lo he sacado a la luz pública al punto de “crear” el Partido Autonómico Cubano del Siglo XXI, aunque sólo es una idea, una alternativa. Claro que a los que quieren tener el poder absoluto en la isla no les conviene que seamos un país grande, pues se pueden acabar los abusos de poder y la corrupción. A ellos no les importa el bienestar de la población, o sea, que aumente el estándar de vida, ni la democracia”.

El post completo aquí.



José María Marco: Post-todo

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Un artículo muy sustancioso, sobre la presidencia de Obama, de José María Marco. Como aventurábamos aquí hace unos días, los próximos cuatros años serán de todo menos aburridos. El post, cortesía de Democracia en América y Libertad Digital:

José María Marco: Post-todo

Esto no es post metalingüístico, como se decía antes, aunque lo parece. Toca investigar las causas y las consecuencias de la llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos. Una de las posibles interpretaciones de este hecho es la de que viene a cerrar, en términos históricos, una etapa de división. Así lo ha explicado el columnista David Brooks en el New York Times bajo el título Política de cohesión. Obama vendría a terminar dos grandes ciclos –no uno, como insinúa, sino dos- caracterizados por la división y el enfrentamiento, lo que en España se llama crispación.

El primer ciclo cerrado por Obama sería la gran ruptura iniciada por la crisis moral y cultural de los 60, cuando se derrumbaron buena parte de los consensos morales sobre los que hasta ahí parecían fundarse las sociedades occidentales. Obama concluiría en persona, por lo que representa y por lo que es, el cambio social abierto con las luchas por los derechos civiles, y terminaría con el terremoto que entonces sacudió todo Occidente. Llega a la Casa Blanca un negro, cristiano practicante y con una familia bastante tradicional. Con él se cierran las heridas de la disolución en la que hemos vivido durante cuarenta años.

El otro ciclo cerrado por Obama sería el de las consecuencias políticas del anterior. En parte, la hegemonía republicana de los últimos treinta años (sin contar las presidencias de Nixon), es consecuencia de la ruptura anterior, o mejor dicho, de la voluntad por parte del liberal-conservadurismo norteamericano de articular una respuesta política, social y cultural a lo que se vivía como una quiebra.

Obama se presentaría así como el gran unificador, o mejor dicho, el gran restaurador de la unidad perdida en las luchas primero culturales y luego ideológicas y políticas que han desgarrado la sociedad norteamericana en los últimos cuarenta años.

Eso explicaría, por lo menos en buena parte, la ola de esperanza y la expectativa que Obama ha suscitado, y también –una cuestión aparentemente menor sobre la que habrá que volver- por qué Obama ha sido respaldado por votantes maduros, baby boomers algunos de los cuales han votado siempre demócrata mientras que otros respaldaron en su momento a Reagan e incluso a la “revolución conservadora” de Gingrich en los noventa. En el fondo, estos votantes reencontrarían en la figura de Obama la forma de reconciliarse con unos valores y una sociedad con la que rompieron, aunque sin tratar de restaurarla en todas sus características. Un Obama conservador, en suma, compatible con otro muy escorado hacia la izquierda, pacifista a veces y otras –ya no, como es natural cuando se es presidente de una sociedad que todavía conserva algún resto de sentido común- partidario del matrimonio entre personas del mismo sexo. Un Obama sintético, capaz de anular el principio de contradicción y post casi todo: post-ideológico, post-racial, post-partidista e incluso, por qué no, post-político.

El discurso pronunciado por Obama el día de su “inauguración” –utilizo la palabra por no perder en español el sentido festivo de un acto de solemnidad tan inusitada en Europa como el jolgorio que lo acompaña- contradice un poco esta hipótesis.

El tono bajo, a veces algo dramático, no encaja bien con una misión histórica de esta envergadura. Recuérdese el lirismo y el vuelo del discurso de Bush en su segunda investidura, con su compromiso, que entonces pareció característicamente americano, de respaldar la democracia y la libertad en cualquier parte del mundo. O tal vez es que tras la expectativa generada por un Obama que no ha expuesto ningún elemento programático claro y ha hecho de sí mismo la piedra de toque del cambio, ha llegado la hora de empezar a adaptar esa proyección sentimental e icónica a la realidad. Desde esta perspectiva, en su primer discurso Obama ha empezado ya a rebajar las expectativas. Es posible que la sociedad norteamericana haya tenido tiempo de descansar de los años de crispación y de división… unas cuantas horas. En su primer discurso, Obama habrá hecho saber que ha llegado a lo último en materia de post: lo post-(post-todo).

¿Será esto una forma de restaurar los valores de la modernidad, terminada la post-modernidad? ¿Dará la ocasión a los norteamericanos de intentar solucionar algunos de los grandes problemas que en estos años no han podido ser abordados, como la sanidad, la pobreza o las pensiones? (Se han tratado muchos otros, desde la enseñanza y el crimen hasta los impuestos y el terrorismo) ¿Será una simple forma de empezar a gestionar una expectativa que el nuevo presidente sabe imposible de cumplir? ¿O al revés, será una manera de descansar definitivamente de la misión que los Estados Unidos han llevado sobre sus hombros durante el siglo XX, derivada de su “excepcionalismo”, y que tantos esfuerzos y sacrificios ha requerido a los norteamericanos?

Muchas preguntas para los próximos meses.



Obama, Guantánamo y Radio Martí

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Se ha puesto de moda hablar o escribir sobre Radio Martí, particularmente en negativo. Algo tiene que ver esto con la ascensión de Barack Obama y el hecho de que el nuevo presidente encarne el cambio. En un cuestionario que le enviara la Fundación Nacional Cubano Americana durante el proceso de primarias, el antiguo senador por Illinois matizaba así su apoyo a la continuidad del proyecto:

“Apoyo a Radio Martí, pero he votado en contra de Televisión Martí. El proyecto de Televisión Martí, financiado por el gobierno de los Estados Unidos, trata de transmitir noticias televisivas y programas culturales a Cuba, pero desgraciadamente el gobierno cubano interfiere la señal; además, no suministra noticias e información objetivas a Cuba”.

Da la casualidad que por estos días, en los que algunos piden el traslado de la emisora a Washington –todavía no entiendo muy bien por qué-, o su definitivo cierre, un lector al tanto del post Para entrar por la bahía me hacía la siguiente pregunta:

“¿No cree usted que precisamente la Base Naval de Guantánamo sería el sitio perfecto para mudar a Radio Martí? Si yo estuviera al frente no dudaría en proponérselo a Obama, junto al resto del paquete. Así el gobierno federal se ahorra dinero y la señal llega mucho más nítida, desde el propio territorio cubano. En Guantánamo no sólo levantaríamos casas, restaurantes y hoteles, sino también un ejemplo para el resto del mundo de lo que puede ser una Cuba democrática. Como usted decía, Obama va a cerrar un símbolo negativo, ¿no lo empujaría su naturaleza, tan políticamente correcta, a aceptar que los cubanos construyamos un símbolo de la libertad y el esfuerzo común, es decir, un símbolo positivo, en ese mismo lugar? ¿No sería un negocio redondo para él, tan habituado a los golpes de efecto?”.

Da la casualidad que también el tema de Guantánamo está de moda, mucho más tras el anuncio del cuadragésimo cuarto presidente de que los terroristas allí detenidos serán trasladados a otros sitios, y se revisarán sus expedientes, en el plazo de un año. Lo cierto es que, le decía al lector de marras, primero tienen que ponerse de acuerdo los cubanos del exilio, y halar parejo –cosa minuciosamente improbable-, para después intentar convencer a Washington de que les permita entrar por la bahía. De que les permita entrar, establecerse y transmitir desde allí al resto de Cuba, con menos costos y más eficacia, la señal de Radio y Televisión Martí.

El plazo es de un año, y ya se ha perdido un tiempo precioso. En cualquier caso todavía avanzan, inexorables, las manecillas del reloj.



Collazo: España, ¿un ejemplo para Cuba?

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un artículo de Enrique Collazo

Entre la comunidad de académicos y especialistas del tema cubano existe consenso sobre la pertinencia del modelo de la transición española con vistas a un pendiente proceso de transición en Cuba. Esto se debe al éxito que tuvo aquella experiencia histórica en la península, sobre todo porque se basó en un pacto entre las elites y se desenvolvió, contra todo pronóstico, en un ambiente de relativa moderación.

Sin embargo, la transformación en la composición de aquellas elites políticas y el retiro de los que fraguaron la Transición, así como la introducción, con las nuevas generaciones, de retóricas diferentes a las que predominaron en aquel momento histórico, ha devaluado sensiblemente la manera de hacer política en España, destrozando la voluntad de consenso.

Luego de ofrecer un ejemplo paradigmático de transición a la modernidad, venciendo siglos de intolerancia y demostrando al mundo que la hispanidad no era incompatible con una sociedad basada en las libertades, hoy la convivencia política en España es precaria y los espacios de tolerancia y diálogo se reducen a la mínima expresión. La manipulación de la opinión pública, la descalificación del adversario político, la exacerbación de los regionalismos, la corrupción de las administraciones locales, el escandaloso absentismo al Parlamento cuando no el exabrupto grosero e intransigente, así como la creciente politización y crisis del Poder Judicial, entre otros fenómenos recientes, han devaluado el consenso y puesto en cuestión la letra y el espíritu de la Constitución de 1978, profundizándose el enfrentamiento cainita entre españoles, que parecía superado del todo.

Aquel pacto emblemático que igualó gradualmente a España con el resto de las naciones libres de Occidente, ha caducado con el paso del tiempo y con la emergencia de una generación de nuevos políticos que no conocieron los horrores de la guerra. En pocas palabras: el valor de aquel supremo esfuerzo de consenso que logró superar las dramáticas secuelas de una confrontación fratricida y de un régimen autoritario en pos de un futuro mejor, tal y como están hoy las cosas, apenas resiste la prueba de la historia.

En la actualidad resurgen con renovados bríos en la vida política española el dogmatismo cuya consecuencia es la intolerancia. José Martí, que durante su exilio en este país desplegó una enorme capacidad para comprender y aceptar al ser español, expresó en una de sus más agudas reflexiones con respecto a la intransigencia de los cubanos: “la intolerancia: eso hemos heredado de los españoles, aspereza, rudeza contra los que no piensan como nosotros”.

Un siglo más tarde, el profesor y político español Enrique Tierno Galván coincidía con el Héroe Nacional cubano al llegar a la conclusión de que “la intolerancia española procede del pesimismo moral de los españoles respecto de los españoles […] la desconfianza moral es correlativa a una inseguridad casi absoluta […] la fuerza de esta desconfianza moral lleva, inexorablemente al dogmatismo intolerante”.

Al hacer un breve examen de las condiciones prevalecientes hoy en la sociedad cubana se aprecia una estrecha coincidencia con este rasgo tan negativo y que conspira contra el logro de objetivos que requieren de un serio esfuerzo colectivo capaz de generar un fermento, una masa crítica de ciudadanos capaces de convocar e implicar conscientemente al resto de los ciudadanos en pos de objetivos de elevada trascendencia histórica para toda la nación.

La España de los años previos a la transición era un país fuertemente dogmático e intolerante. La severa influencia que ejercía el régimen político autoritario y el poder eclesiástico sobre la sociedad en su conjunto gravitaba pesadamente sobre el español, generando individuos cuyo estilo de vida en general se basaba en una recia intransigencia y fanatismo religioso. Era, en suma, una sociedad con un elevado grado de desconfianza entre sus ciudadanos, de aquí que la vida española era en grado superlativo complicidad y acecho. Citando otra vez a Tierno Galván, “confiar en esas condiciones no es confiar, es ser cómplice, y de la desconfianza y la complicidad nace la continua vigilancia y sospecha que, por lo común, caracteriza a la vida pública española”. Esto lo atribuía el autor a la falta de instituciones propiciadoras de confianza. “Un parlamento en el que se confíe, una Administración que ofrezca confianza, un clero que no abuse”, decía.

En la España del tardofranquismo, una dictadura devenida dictablanda, los resortes ideológicos que legitimaban el régimen como defensor de la unidad de la nación española frente a la “conspiración comunista y judeo-masónica” habían perdido todo su valor práctico a la altura de los años setenta, pues la sociedad presentaba un grado de apertura muy elevado –Estado de derecho, economía de mercado, etcétera- en comparación con la Cuba del tardocastrismo. Esta, por el contrario, representa una férrea dictadura totalitaria sin ningún resquicio de libertad, que ejerce una severa represión y en la que a pesar de la fuerte erosión del componente ideológico nacionalista contra el “imperio y la mafia cubano-americana de Miami”, pervive un alto grado de intolerancia, de dogmatismo, de temor colectivo impuesto por el poder, lo cual genera desconfianza ciudadana en los otros ciudadanos, inhabilitándolos para converger en una acción combinada. La conformación de semejante clima de terror, de silencio impuesto, le ha garantizado al poder cubano un seguro de vida muy eficaz desde su asalto al poder en enero de 1959.

Uno de los factores que posibilitó que España iniciara su andadura hacia la transición democrática y que ésta llegara a buen puerto, fue la voluntad que desplegaron las elites políticas españolas para fiarse unas de las otras y trabajar en busca de un consenso, salvando recelos y prejuicios muy enraizados. Para que la transición se abra camino en Cuba es menester que suceda otro tanto: con el fin de que se cree una masa crítica de cubanos que entiendan y estén dispuestos a liderar los cambios hacia un Estado de derecho, lo primero que se necesita es alcanzar la conquista moral que pasa por restituir la confianza entre ciudadanos que compartan un mismo objetivo común, superando el miedo, la intransigencia y el dogmatismo. Sólo así cualquier pueblo será capaz de llevar adelante y coronar con éxito tan magna y compleja tarea.

Por otra parte, la España autoritaria de Franco y la Cuba totalitaria de Castro guardan también notables diferencias, entre ellas el enorme desafío de crear sobre las ruinas del castrismo una red institucional administrativa eficiente sobre la cual se asiente el nuevo estado de derecho, premisa lograda en la España de 1976 al existir, más allá de la intervención estatal, una economía de mercado y los organismos públicos y privados que le daban respaldo, como la banca, los registros de la propiedad, las administraciones y las haciendas locales, etcétera, así como un cuerpo de leyes y de responsabilidad de las administraciones públicas propias de un Estado de derecho, aunque no democrático.

Quiere decir que el grado de transformación que debe emprender un presunto gobierno de transición cubano es, con gran diferencia, muy superior al adoptado en España a partir de 1976, sobre todo porque, al desaparecer el castrismo, desaparecerá el Estado cubano y con ello la transición cubana supondrá “una gigantesca y muy difícil tarea de reconstrucción institucional”, tal y como expresó el sociólogo español Emilio Lamo de Espinosa en los números 37/38 de la revista Encuentro.

Resumiendo: La enseñanza que para Cuba aporta el modelo español de transición, superado en cierta medida al cabo de treinta años por la dinámica centrífuga de esta sociedad, es que la búsqueda y conformación del consenso político para superar el antiguo régimen, iniciar la transición y adentrarse firmemente en la construcción de un Estado de derecho basado en las libertades, no es labor de un día o de una etapa histórica puntual. La búsqueda del consenso, sin menoscabo de la diversidad y la convivencia entre partidos de diferente ideología, no se reduce a alcanzarlo a duras penas en un momento histórico en que urge su cristalización, sino que es un activo indispensable para el bien común, los intereses de la nación en su conjunto y la gobernabilidad de una sociedad democrática.



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Autor: Armando Añel

Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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