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Fortún: La utilidad de una Tabla

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La Editorial Hispano Cubana ha tenido el acierto de publicar La Tabla, la novela de Armando de Armas que fuera recientemente presentada en Madrid, y cuyo lanzamiento podremos disfrutar ahora en Miami. En presencia del autor, el libro será presentado este martes 17 de febrero, a las ocho de la noche, por los escritores Armando Álvarez Bravo y Luis de la Paz en el Centro Cultural Español de Miami (800 Douglas Rd. Suite 170. Coral Gables).

Recomiendo adquirir el libro a los lectores exigentes. Creo que estamos en presencia de una de las novelas más importantes de la llamada “revolución cubana” si, como afirma Fortún en esta excelente reseña, se entiende el concepto en contraposición y a Amadís, el protagonista, como un “animal contrarrevolucionario”. Actitud esta última que, de cara al sistema imperante en Cuba, resulta hoy día la única verdaderamente revolucionaria.

La utilidad de una Tabla

una reseña de Denis Fortún

A mediados del año ochenta y nueve -del siglo pasado- Armando de Armas me confesó en Cienfuegos que estaba escribiendo una novela. Luego de saberlo, no dejaba de sorprenderme su cambio y creía yo se iba poniendo muy “raro” mi socio de las andadas. Lo que pasaba a su alrededor, sin preocuparle el sitio o la hora, se empeñaba en escribirlo ya fuera en una servilleta, un cartucho, una hoja o hasta un pedazo de cartón.

Simplemente, me aseguró semanas atrás entre vinos y buena mesa en casa de Idabel y Añel -en lo que celebrábamos su publicación en España-, tomaba notas porque no quería olvidarse de lo que sucedía en su entorno más inmediato. Dos años más tarde –y de ese mismo siglo-, para ser más exacto en el “Café Cantante” que está en Prado y San Fernando, le escuché decir a otro amigo que se leyó en su totalidad una de las primeras versiones del manuscrito de La Tabla, que ésta podía definirse como la novela de la revolución cubana. Claro que entendí las buenas intenciones o el “trecho local” que este “ecobio ilustrado” pretendía darle de manera apasionada al enorme mamotreto que escribió De Armas en medio de una clandestinidad surrealista, con las herramientas más increíbles y a bolígrafo puro. Sin embargo, aunque no estuve conforme con la denominación al intuir en aquel entonces que tal “alias” podía prestarse a confusiones, un exceso de “sentido común” -algo no muy común en mí- me hizo que no refutara abiertamente la opinión de este amigo por el hecho, adicional, de yo no haber empezado a leerla siquiera e, igualmente, por la cantidad de cervezas que nos habíamos bebido.

Pero casi veinte años después (con permiso de Dumas y Gardel), al leer su versión impresa del otro lado de la orilla, pienso en los personajes que la componen, reales su gran mayoría, dispersos ahora por el mundo una buena parte; en los escenarios en que se desenvuelve y asumo, o subrayo en todo caso, que se trata de una crónica que nos muestra la realidad más representativa de aquellos que son considerados marginales dentro de esa revolución por el único acto de no simpatizar y comprometerse con esa “cantera forjadora de hombres novísimos” a los que les anularon su personalidad y convirtieron en un ente monolítico de apariencia independiente, pero colectivista y repetitivo en la práctica.

De La Tabla se puede hablar mucho desde la perspectiva de su redacción y, como otros que la han reseñado antes, no quiero dejar de mencionar que no conozco de antecedentes en la Isla. Considero se desmarca del contexto literario cubano al componerse de dos enormes párrafos de cuatrocientas y tantas páginas que se dividen asimismo en dos aparentes capítulos -que no lo son- en los que el punto y coma, la coma, la retrospectiva y el juego irreverente, ponen al lector en la encrucijada de practicar el ejercicio de la memoria por la obligación de no dispersarse en lo que aparenta ser una constante conversación del personaje, o la opción de renunciar al libro si se carece de interés o paciencia. La primera opción nos obliga a una tolerancia que se agradece al finalizar la novela, por encontrarnos con una especie de “collage” al transitar desde el ensayo hasta la ficción más desgarradora y enconada; lo que presupone un viaje que se asume como un acto que habremos de recorrer, pues “allí” todo es posible.

Ahora, al leerla, reconozco que, mientras me sentía ir loma abajo y sin frenos en una destartalada bicicleta y a una velocidad poco aconsejable, o peligrosa, no podía sustraerme a redescubrir cada “espacio de la ciudad y sus gentes”, en los que se desarrolla una buena parte de la historia de Amadís. La historia de un tipo cualquiera cuya vida transcurre en otra suerte de “velocidad” muy dada al vértigo, que resulta al final un mentís morbosamente lento, cruel, al representar la carencia de un destino. Lo cual se traduce en una falta total de alternativas porque las oficiales, las únicas, carecen de su completo interés.

Armando se nutre de lo vivido en el “noche a noche” de un Cienfuegos provinciano con sus “mayores revolucionarios” sentados en los portales, o aceras de las puertas de sus casas, para refrescarse con la brisa de la bahía y disfrutar también de la poca luz de las farolas de la calle, en lo que se mecen en sus sillones y saludan a cualquiera que les pase por delante con refinada (o afrancesada) cortesía. Pero no se queda ahí, en esa superficie de aparente tranquilidad o sumisión. Debajo del fardo de esas calles rectas y en perfecta simetría habitan “los hijos” repletos de frustraciones, vicios que se suponen erradicados, y una sola esperanza: la de escapar. Así nos “inventa” una novela que recoge su adolescencia, su niñez, su juventud, la primera adultez y, sin orden, escribe lo ya “escrito” por esos que habitan junto a él en un pequeño emporio decimonónico bien retorcido, inmersos todos en una realidad “kafkorrevo” -un adjetivo que me he inventado y con el que pretendo describir a Cuba en general- en la que Amadís se mueve preparando siempre el anunciado escape al amparo de un círculo estrecho y de confianza, pues los “chivas” acechan. Ello deriva en un comportamiento obseso, lo cual “marca” al personaje como un marginal; o mejor para “ellos”, en figura más utilitaria y legislativa, como un animal contrarrevolucionario.

Hablo de una novela que para nada canta al patriotismo exacerbado o pretende ser una denuncia, cuando en efecto lo es por lo que nos narra. Una novela que enseña muy desde la catarsis, por las propias vivencias del autor, las de un joven que decide apartarse de esa forja que no comparte sus “criterios” porque sus aspiraciones están lejos de la epopeya, son simples y personales, y esa patria vampira a la que ha de entregársele la vida si es preciso, sin recibir nada a cambio, que se resume en la figura de su líder, es un ente deformado, intangible, nada afín a su cosmogonía personal. Por lo que el camino que le queda es esa marginalidad en tránsito a la que hacía referencia y se relata en la novela con definida imagen.

Un viaje que empieza en La Habana con destino a Cienfuegos, en el que Amadís va al lado de una puta con marcado gusto por “hacerlo en un tren”, y que finge concluir en el cabaret Guanaroca del Hotel Jagua -digo finge porque esa innegable escapada espera-, se me antoja una foto mural que recoge los vicios, los supuestos alientos, de una juventud para nada revolucionaria, que ha aprendido desde muy temprano que la dualidad es un modo de supervivencia. Una juventud que después de finalizado “el show” se mueve muy distante -con cierta “libertad” pudiera decirse irónicamente- de ese espectro de simulaciones que, de mostrarse sin hipocresía, tal y como sucede en ese espacio cerrado, sería estigmatizada cual lacra por sus actitudes muy contrarias al proyecto. Todos en medio de la oscuridad y recreando luces estroboscópicas como única opción de burla a quien los margina y pretende le obedezcan y les prohíbe vayan a sitios sólo para el disfrute de extranjeros, “capitalistas repudiables” que vacían sus carteras, lo que al final es lo que importa.

Un lugar repleto de lentejuelas y ron es el pretexto entonces para “robarse” una novela que imagino Armando descubrió en sus paredes, en sus cortinas, en el sudor abundante de sus habituales –no se encienden los aires acondicionados si no hay turistas-, en la libido de hombres deseando a mujeres que a su vez desean a otras mujeres, y todos deseando no estar. En los porteros que hay que sobornar –o agredir- para que te dejen disfrutar un buen rato. En la piel de las bailarinas cómplices de una rutina repleta de malolientes y zurcidos trajes, gastada coreografía por el cansancio de noche a noche marcar los mismos pasos, con poco salario, mirando siempre con “coqueta postura” a las mesas donde esté sentado un “yuma”, pues el “pepe” representa una esperanza. En los atriles de una orquesta en ocasiones desafinada acompañando a cantantes que te piden a través de señas o chistes les guardes un vaso de ron para bebérselo al finalizar el “espectáculo”, entre las piernas de “jineteras informantes”. O en los uniformes negro y blanco, y con lacito, de camareros dispuestos siempre a robarte en lo que te señalan con el dedo a unos oficiales del MININT a los que para nada les preocupa se sepa su identidad: su desfachatez es, según ellos, un gancho para la “conquista” en cada una de las dimensiones de una sociedad como esa.

Una novela que me atrevo a apostar -a pesar de no ser yo muy atinado en pronósticos- se ha ganado un espacio dentro la literatura cubana contemporánea por lo que representa, y que bien puede marcar la diferencia al darnos una probabilidad distinta. Su estructura literaria, reitero, la hace completamente novedosa en medio de un paisaje desgraciadamente preventivo, avisado en muchas ocasiones. En medio de una literatura cubana que está divida a todas luces por lo que cuenta: la de “allá”, muy tibia cuando otros la resumen como atrevida y excepcional, que apenas si llega al borde de lo contestatario (ciertamente una letra edulcorada, mayoritariamente apologética, y mutilada en su generalidad al caer en manos de las editoriales oficiales); y la de acá: cruel, desgarradora, por desgracia veraz y muy poco publicitada, pues para muchos no es “políticamente correcta”.

Una Tabla utilitaria por la historia misma que cuenta, que en cada cubano que sale de la Isla es personal y a la vez común. Una realidad que lacera, desarraiga y merece ser denunciada incluso con las herramientas de la ficción, que inevitablemente se alimenta de la existencia.

En la foto que ilustra este post aparecen Armando de Armas y Denis Fortún en la época de la escritura de La Tabla.



Sito: Superman superrevolucionario

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un artículo de Joseluis Sito

Entrar a Cuba con un barco a escondidas, subir a las montañas y reclutar a campesinos analfabetos para obligarlos a volverse soldados a las órdenes de comandantes y empezar a pegar tiros a diestra y siniestra, a esto se le llama revolución.

Una Revolución es todo lo contrario de esta guerra civil cubana. Tampoco es una revolución aquello que consiste en cambiar el poder de manos con un golpe de Estado y decretar el país por la fuerza socialista-marxista-leninista.

La revolución cubana es una invención castrista, un mito forjado para esconder la verdadera naturaleza del régimen y sus orígenes. La Historia y los historiadores se encargarán de hacer su trabajo científico y serio cuando llegue la hora. Y está llegando.

La revolución francesa, inglesa, americana y la rusa sí pueden ser consideradas auténticas revoluciones ya que se trató en estos casos de movimientos del pueblo, movilizaciones del pueblo clamando contra un estado y un orden de cosas. La supuesta revolución cubana fue un hecho de militares contra militares, de un grupo de arribistas y ambiciosos deseosos de acaparar todo el poder como en cualquier vulgar dictadura. La dictadura de un Trujillo y de un Castro sólo difiere del color según se vea. Son idénticas estrictamente en su fondo negro.

Pero, claro, decirle a un cubano, aun si es anticastrista, que la revolución es un mito falso y que nunca existió, esto conmueve su orgullo nacional, sus intestinos nacionales hasta lo más profundo. Esta supuesta revolución cubana sirve también para alimentar en toda Latinoamérica mitos comparables a los mitos ancestrales de las antiguas civilizaciones indígenas. El mito del buen salvaje convive hoy en día con el mito de la buena revolución cubana salvadora y redentora. Los Lula, Bachelet, Kirchner y demás políticos izquierdistas sin escrúpulos, necesitan este mito cubano para hacer tragar al público la pobreza de sus ideas políticas y el arcaísmo de sus concepciones.

Hay un artículo de Norman Mailer escrito para la revista Esquire, en 1960, y que se titula “Superman llega al supermercado” (Superman comes to supermarket). En el mismo sentido habría que decir: los superrevolucionarios llegan al supermercado de la superrevolución. Lo cómico del asunto es esta invención superrevolucionaria con su Superman barbudo superrevolucionario. Recomiendo a nuestros amigos del Guamá que nos hagan la imagen de este personaje comic. De este cero a la izquierda.

Hay que ver al Superman barbudo superrevolucionario hablando de las ollas arroceras chinas durante horas. Y de este cero a la izquierda todavía los hay pensando que si se mantuvo en el poder fue por sus dotes excepcionales. Sólo basta recordar estas palabras que el superrevolucionario barbudo pronunció en un discurso del 6 de enero de 1959: “hay una cosa que sé que voy a hacer bien y es la reorganización de todos los institutos armados de la República. Estoy seguro de que no fracasaré en eso, porque ya tengo experiencia sobre eso, porque he adquirido la psicología de los hombres que tienen las armas en la mano, y qué técnica y qué procedimientos hay que seguir con ellos.”

Esto fue lo que le mantuvo en el poder durante 50 años, como a otros dictadores: la fuerza, el terror, la intimidación, las amenazas, los crímenes, los encarcelamientos.

Este cero a la izquierda no supo ni darle de comer a la población, todavía hoy en día con una libreta de racionamiento y viviendo bajo los sistemas de control, vigilancia y terror más eficaces del mundo, con su Villa Marista, su policía "revolucionaria" y sus FAR. En esto no fracasó el Superman barbudo superrevolucionario de la superrevolución cubana.



Collazo: De la desconfianza al consenso

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un artículo de Enrique Collazo

Cuba es hoy un país completamente demolido pues, más allá de su indigente infraestructura material, hace tiempo que el basamento moral y ético de la sociedad fue barrido por completo, ahogado por la coacción política del régimen, que exige apoyo y complicidad incondicionales. Tales circunstancias generan comportamientos de simulación, de desconfianza, en una palabra, de incivismo, consecuencia de la sistemática vigilancia y sospecha a la cual cada persona es sometida por otra persona, todo ello alentado por el Poder.

De tal modo se comprende que la población no se atreva a organizarse para un fin común, y esto sin duda representa un formidable obstáculo en el camino hacia una transición, pues retarda la conformación de una masa crítica de individuos que comprendan, lideren y hagan suya la difícil y delicada agenda de los cambios democráticos.

Toda esta situación ha sido concebida y diseñada por el Poder con el fin de imponer su dogma al resto de la sociedad, de minar la confianza ciudadana de los unos en los otros desactivando así el mecanismo que permitiría la convergencia de éstos en una determinada acción colectiva en pos de un cambio en la Isla, e incluso contra toda manifestación personal que fomente peligrosamente la libertades económicas, civiles y políticas.

Particularmente, contra toda manifestación personal que fomente el civismo, la confianza, la fraternidad y la solidaridad entre cubanos, sobre todo entre cubanos del exilio y del “insilio”.

Cuando el Poder se muestra intransigente con los presos políticos y desacredita, desprestigia, reprime, encarcela y tortura sistemáticamente a una masa crítica de ciudadanos que de un modo u otro disienten y se atreven a desafiarlo desde dentro del sistema, acusándolos de traidores, de agentes financiados por el imperialismo y una serie de infamias por el estilo, busca con ello aumentar el temor social, el temor a la vuelta de los cubanos de Miami, el temor a discrepar; persigue con ello acrecentar la desconfianza entre cubanos, la desmoralización; persigue dividir, introducir el escepticismo, la duda; persigue, en una palabra, paralizar, condenar al silencio y la postración al ciudadano crítico con el estado de cosas prevaleciente, consagrando así una situación de inercia, de fatiga colectiva que en definitiva le hace ganar un tiempo precioso y eleva extraordinariamente los costes de una transición.

Dentro de este proceso de maduración de premisas subjetivas para el derribo de la dictadura y la recuperación de las libertades y la convivencia política, la juventud desempeña un papel muy importante, ya que tal proceso supone una ruptura generacional y los jóvenes son la fuerza menos contaminada con la podredumbre moral del régimen, de lo cual ya se observan ejemplos palmarios.

La preservación del consenso en una sociedad con fuerte tradición de corrupción, intransigencia, desconfianza ciudadana, deterioro moral y violencia política, a la vez que carente de referentes democráticos eficaces y duraderos históricamente, resultará una necesidad imperiosa, mucho más allá de su plasmación en un momento específico que exija dar un salto de gigante.

Asimismo, resulta muy importante la necesidad de concebir y elaborar una constitución orientada no sólo a darle solución a los problemas más inmediatos y candentes heredados del antiguo régimen, sino además a desplegar un serio esfuerzo para establecer en Cuba, de una vez y por todas, el imperio de la ley, basado en una carta magna que sea capaz de reflejar y refrendar legalmente las aspiraciones individuales y colectivas de la nación con altura de miras y objetivos viables que aseguren las libertades propias de un pleno Estado de derecho.

Pienso que sólo así la definitiva conquista de la libertad en Cuba no se reducirá de nuevo a un día de fraternidad, jolgorio y fiesta nacional, como hace cincuenta años, frustrada pronto por la egolatría y el ansia de poder de un tirano, sino que se basará en un duradero y fructífero ejercicio del derecho y de la democracia.



El exilio desarmado

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El siguiente artículo fue escrito el año pasado, cuando la actual crisis económica comenzaba a adquirir cierta presencia pero aún no había cuajado, mediáticamente hablando, en lo que es. Por ello el llamado que en él se le hace a las elites miamenses tiene menos probabilidades de sensibilizarlas que las que en su momento tenía, y que de por sí eran escasas. Ya se sabe que con el agua al cuello muy pocos se preocupan por alcanzarte el jabón. Es comprensible.

Pero como recientemente la Revista Hispano Cubana ha tenido la gentileza de publicar el trabajo, y como en el video que cierra este post, cortesía de Libertad Digital, intelectuales de la agudeza de Carlos Alberto Montaner y el periodista español Mario Noya abordan en profundidad su tema central, me ha parecido conveniente reproducirlo.

Cuba Inglesa publicará próximamente una reseña del último libro de Montaner, Cuba, la batalla de ideas,como siempre para no perdérselo (la aparición del libro es el motivo principal de la entrevista en el video). Para caer directamente sobre el asunto que nos ocupa, recomiendo ubicar el cursor hacia la mitad del programa, cuando comienza el diálogo entre Noya y el autor de Viaje al corazón de Cuba.

El exilio desarmado

un artículo de Armando Añel

Durante mucho tiempo mucha gente se ha preguntado cómo es posible que en Miami, la capital del exitoso exilio cubano, no exista una publicación prestigiosa y periódica, de naturaleza político-cultural, que funcione exclusivamente como canal de expresión y debate de la intelectualidad cubana.

También mucha gente se pregunta cómo es posible que en Miami haya tantos escritores y analistas profesionales –no agitadores disfrazados de profesionales- desempeñando labores ajenas a su capacidad, formación y currículo, mientras se desperdicia su talento. Puedo mencionar de carretilla a no menos de diez profesionales del pensamiento que se ganan la vida en esta ciudad trabajando en cualquier cosa menos en lo que deberían estar trabajando a tiempo completo. Algo que está muy bien como experiencia coyuntural –sin experiencia no hay pensamiento-, pero que cuando se sistematiza redunda en perjuicio de todos.

Probablemente las anteriores preguntas no pueden ser contestadas sin pasar por la siguiente afirmación (todo lo desagradable que se quiera, pero que debería ser una y otra vez formulada): El exilio en Miami ha subestimado el papel de la cultura, particularmente de los escritores y analistas profesionales, como impulsores de un cambio político en Cuba.

Cabe señalar que existen y han existido en Miami diversas páginas en Internet de calidad, como también publicaciones impresas, centradas en la temática cubana. Pero ninguna –salvo quizá en breves períodos- ha tenido el apoyo institucional o empresarial, la proyección y el alcance de que han disfrutado sus similares en Europa. Comparativamente hablando, se trata de un fenómeno preocupante: ¿Cómo es posible que en una ciudad donde reside casi un millón de cubanos, una considerable cantidad de los cuales ha triunfado económicamente, no exista una publicación impresa y/u online con suficientes recursos a su disposición, que canalice sistemática y exclusivamente, con profesionalidad y a través de los años, la riqueza del pensamiento exiliado?

Ya está aquí la era de Internet, que el régimen castrista no podrá ignorar durante mucho tiempo, y Miami debe prepararse desde ahora para influir decisivamente en el intenso debate político-cultural que esa realidad traerá consigo. Sólo a través de la cultura –aunque no únicamente- puede ser desmontando el totalitarismo. Sin ánimo de generalizar y/o simplificar, probablemente sea eso lo que le ha faltado hasta ahora al exilio en Miami: Una comprensión cabal y profunda del papel central que está llamada a jugar la cultura en la causa de la libertad de Cuba.

Estados Unidos no es un país en el que, por tradición, el Estado subvencione el pensamiento, sobre todo eso que nuestros mayores llaman “humanidades” (cosa no criticable per se: el estadounidense oriundo, incluso nacionalizado, dispone de espacios académicos y gremiales a los que por razones obvias los cubanos inmigrantes no están en condiciones de acceder con facilidad). Tampoco la intelectualidad exiliada cuenta con un gobierno formalmente constituido, y con recursos, al que acudir en esta ciudad. Por tanto, necesita el apoyo de la sociedad civil. Es preciso afirmarlo categóricamente, a ver si nos enteramos: Mientras esta realidad no sea asumida a cabalidad por las elites miamenses –políticos, empresarios, activistas, filántropos, etcétera-, el castrismo seguirá en el poder.

Si Miami no invierte inteligentemente en el pensamiento cubano y sus profesionales en el exilio, ¿cómo esperar que la cultura cubana, sus profesionales y consumidores en Cuba vean un referente en Miami, ese espejo en el que le toca mirarse a la Isla? No se trata de sobreestimar la importancia de escritores, periodistas y analistas: se trata de entrar con suficientes pertrechos en una “batalla de ideas” que en Cuba financia a todo tren el régimen de Fidel Castro. Los enemigos de la libertad, a noventa millas de las costas de la Florida, tienen a todo un Estado detrás que los retribuye y subvenciona. ¿Qué tienen detrás los defensores de la libertad en Miami?

Si de algo puede vanagloriarse el régimen castrista es de haber comprendido, ya desde sus inicios, el rol fundamental que están llamados a desempeñar el pensamiento y sus escribas en la “guerra fría” ideológica. Ya lo advertía el italiano Antonio Gramsci, y en Cuba lo han aplicado muy bien: la clase política necesita valerse de la intelectualidad para transmitir ciertos valores culturales, hasta asentarlos socialmente. El exilio, y me refiero al centro neurálgico del exilio –Miami-, no debe continuar desarmado.

 



Campo de entrenamiento

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Si ahora mismo los cubanos no somos capaces de construir algo verdaderamente productivo en términos nacionales (una democracia, una oposición efectiva en el exilio o cualquier otra cosa parecida), deberíamos entonces concentrarnos en recrear los modelos de convivencia que teóricamente queremos para Cuba, asimilándonos a aquellas culturas que han logrado el desarrollo cívico –cabe volver sobre este último concepto más adelante-, o aprendiendo de ellas. Probablemente no hay mejor campo de entrenamiento para esto que la blogosfera, cuyo protagonismo crece cada día que pasa y cuyas estructuras y procedimientos se prestan, sin que la sangre llegue al río, para ciertos ejercicios modernizadores.

La blogosfera cubana, como espacio de creación-recreación-interacción, está llamada a establecer –a contribuir a establecer- normas posnacionales de convivencia. Puede, en un futuro lejano y por efecto dominó, servir de instrumento de conversión cultural, entendido el concepto como resultado más que como enunciado. Es una esperanza al menos. Las “heridas anímicas” de una cultura parasitaria concentrada en la autojustificación más que en la asimilación de la diferencia, en la formulación del propósito más que en la consecución del resultado, pudieran ser gradualmente suturadas a través del ejercicio consecutivo de la democracia, aun de la democracia cibernética. Proceso lento, pero potencialmente aplastante.

A medida que la blogosfera cubana crece en dimensiones e importancia, se le hace cada vez más difícil conservar la impunidad a quienes en el exilio, y desde Internet, continúan reproduciendo nuestros peores defectos culturales. No es, por supuesto, que de la noche a la mañana los censores vayan a dejar de censurar, las vedettes a dejar de revolotear, los envidiosos a dejar de envidiar, pero su tradicional modus operandi choca cada vez más contra el muro de la transparencia virtual. Choca y se abolla. Estos “agentes del pasado” son crecientemente descaracterizados por un medio que, como la Red de Redes, prácticamente carece de compartimientos estancos. En él, como en las bañeras, el plástico termina por flotar.

Semanas atrás, a propósito de una tesis al respecto, un amigo académico me hacía la siguiente pregunta: ¿Cuánto crees que puede contribuir el debate en los blogs al establecimiento de una democracia en Cuba? Quizá, le contesté, nos acercamos a un tiempo en el que Internet, o más específicamente, la blogosfera, democratizará las relaciones de producción de las elites cubanas, aupando los resultados por sobre los meros enunciados. Entonces los peores defectos de la cubanidad (la envidia, el vedetismo, el dogmatismo, la manía del enfrentamiento…) serán por fin combatidos frontalmente, arrinconados, por esas mismas elites.

Entonces volverán, volveremos, a tomarnos en serio.



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Armando Añel

Escritor, periodista y editor. Reside en Miami, Florida.
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