Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Conflicto y diplomacia (I)

Relaciones bilaterales La Habana-Washington: Castro teme a la distensión.

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"Conspirando" de manera bilateral con diversos individuos del establishment cubano —nuevamente a espaldas de toda discusión democrática con su propia élite de poder—, dio instrucciones para la realización de varios actos y declaraciones a favor de la independencia de Puerto Rico (tema oficialmente relegado por aquel tiempo) y concedió su visto bueno para que el general dominicano Francisco Caamaño Deñó (cuyas fuerzas insurgentes habían sido entrenadas en la Isla, aunque su partida estuvo denegada por casi una década) saliese finalmente desde Cuba hacia República Dominicana, donde lo aguardaba la muerte.

Pero Kissinger no se inmutó. Formuló algunas quejas sobre lo de Puerto Rico y declaró desconocer el origen de la expedición de Caamaño. Se necesitaría algo mucho más fuerte para que pusiera fin a las conversaciones y su objetivo estratégico de comprometer a Cuba, junto a la URSS y China, con las premisas de una arquitectura de distensión mundial.

La guerra en Angola —en la que uno de los actores era el internacionalmente repudiado régimen racista de África del Sur— ofreció una nueva oportunidad al jefe de Estado cubano, quien decidió enviar una fuerza legionaria de decenas de miles de soldados regulares con su armamento a otro continente. Kissinger se rindió ante la evidencia y dio por concluidas las negociaciones para restablecer las relaciones.

En 1975, Fidel Castro celebró el primer congreso del nuevo Partido Comunista fundado por él, en un espíritu de renovado fervor revolucionario y patriótico inducido por las potenciales represalias estadounidenses que pudiera acarrear la iniciativa cubana y consolidó el culto a su personalidad como Comandante en Jefe de una gesta militar transatlántica que poco después resultaría victoriosa.
Las Secciones de Intereses

Cuando en 1977 Jimmy Carter le anunció su compromiso con el restablecimiento de relaciones y su voluntad de abrir de inmediato secciones de intereses en ambas capitales para hacer avanzar ese propósito, el gobernante cubano volvió a indicar a muchos de sus subordinados su beneplácito por tales halagüeñas perspectivas mientras, nuevamente en privado, bilateralmente, conspiraba con los ministros del Interior y las Fuerzas Armadas preparando el envío de una nueva legión militar al desierto de Ogaden, en lo que, en esta ocasión, era un conflicto bilateral entre dos países africanos.

Carter tampoco se inmutó, pero el hecho desalentó un rápido avance inicial hacia el pleno restablecimiento de relaciones y fortaleció las posiciones más duras respecto a Cuba dentro de su Consejo Nacional de Seguridad.

Carter nombraría al frente de la flamante Sección de Intereses de EE UU en La Habana a un diplomático de carrera, genuinamente interesado en poner fin al conflicto entre Cuba y su país; Castro pondría al frente de la suya, en Washington, al director de análisis de la Dirección General de Inteligencia (DGI) del Ministerio del Interior, quien marchó a su nuevo empleo acompañado de otros oficiales de ese cuerpo y unos pocos diplomáticos de carrera.

Este envío de oficiales de inteligencia a Washington se produjo pese a que ya la DGI contaba con un Centro Principal en la Misión de Cuba ante la ONU, en Nueva York, cuyos miembros casi triplicaban el número de los diplomáticos del Ministerio de Relaciones Exteriores en ese puesto y hacían que aquella embajada estuviese entre las cinco primeras representaciones diplomáticas con mayor cantidad de funcionarios.