Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Conflicto y diplomacia (I)

Relaciones bilaterales La Habana-Washington: Castro teme a la distensión.

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Para el gobernante cubano, su Sección de Intereses en Washington constituía la diplomacia ejercida por oficiales de inteligencia y representaba la posibilidad de librar la guerra por otros medios. Por ello encargó a los funcionarios de la DGI que elaborasen un Plan de Influencia que, sin romper el mínimo marco legal que ofrece un Estado democrático, pluralista y de derecho, pudiera impulsar a sus oficiales y agentes a fin de ganar nuevos amigos e influir en otros.

Sector por sector (minorías afrodescendientes, hispanas, periodistas, intelectuales, cubanos residentes en EE UU), institución por institución (organizaciones no gubernamentales, iglesias, fundaciones, universidades, Congreso de EE UU), se construyó y perfeccionó un mapa de potenciales disidentes y temas de confrontación entre aquellos y la política de EE UU, con las correspondientes recomendaciones sobre cómo acercarse e influir sobre esas personas.

Pero, cuando en una ocasión un grupo de disidentes cubanos intentó acercarse a la Sección de Intereses de EE UU, a fines de la administración Carter, fueron golpeados, de manera inmisericorde, con barras de metal a escasos metros de sus propias puertas, logrando algunos refugiarse temporalmente en su interior. Castro deseaba enviar una clara señal a Washington: "lo que es bueno para mí, no lo es para ti".

La era Clinton

Así transcurrió el período de las administraciones de Ronald Reagan y George Bush. En todo ese tiempo y hasta hoy, la Sección de Intereses de EE UU en La Habana es ignorada por las autoridades cubanas cuando se trata de cualquier gestión de relativa importancia. Lo importante es que exista para que su contraparte en Washington pueda continuar su trabajo y se mantengan los acuerdos migratorios junto a las 20.000 visas anuales para emigrantes permanentes.

Bill Clinton deseó, con menos entusiasmo e idealismo que Jimmy Carter —a quien Castro demostró su agradecimiento desatando la ola migratoria de 120.000 personas por el puerto del Mariel en pleno año electoral—, reconstruir alguna estrategia para el pleno restablecimiento de las relaciones.

A fines de 1995, dejó saber al jefe de Estado cubano que, de ser aprobada, estaba personalmente listo a vetar la Ley Helms Burton. Clinton aspiraba a desplazar el conflicto cubano hacia una confrontación de ideas (política de doble riel o Track II) en un marco de relaciones bilaterales ampliadas o plenamente restablecidas.

La respuesta de Castro fue el derribo de dos avionetas de la organización de exiliados Hermanos al Rescate que sabía desarmadas, y cuyos datos y ruta de vuelo conocía de antemano por un espía sembrado por la DGI dentro de dicha organización (Juan Pablo Roque).

A éste le fue ordenado abortar su misión y retornar a Cuba a escasas horas de la ejecución de la emboscada militar tendida a las avionetas por MIG de la Fuerza Aérea cubana. Clinton declinó la opción de bombardear, en represalia por la muerte de cuatro pilotos civiles —dos de ellos ciudadanos estadounidenses—, la Base Aérea de San Antonio, por la que le pareció más benigna: permitir la aprobación de la Ley Helms Burton.