Actualizado: 09/05/2024 0:28
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El Bacunaguazo

La acusación contra las 'progenitoras', los acuerdos migratorios Habana-Washington y el verdadero problema.

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Semejante voluntarismo imperioso se conjuga ahora con la máxima de que "Nada ni nadie puede poner en peligro la vida de un niño" ( Granma, abril 17, 2006). Este imperativo moral no se tuvo en cuenta, por citar el ejemplo más notorio, en el hundimiento del remolcador 13 de Marzo (julio 13, 1994), que arrancó la vida a 10 menores de edad y a otras 31 personas.

Castro se apea ahora con la máxima moral para dar un golpe de efecto: él cumple los acuerdos migratorios (ante todo el compromiso de tomar medidas para impedir las salidas peligrosas), mientras Estados Unidos carga con la responsabilidad no sólo de las tragedias, sino también de los peligros inherentes a la emigración ilegal desde la Isla.

Así continúa Castro sin recoger el guante del verdadero desafío migratorio: el regreso a la Isla de muchos cubanos que permanecen en Estados Unidos con órdenes definitivas de deportación. Y sigue achacando la culpa del balserismo a la Ley de Ajuste Cubano (1966), sin explicar por qué ésta sobrepuja en motivación a las Mesas Redondas, los Cuadernos Martianos, las vallas del Partido y la parafernalia restante de agitación y propaganda, incluyendo las sabias letanías del Comandante en Jefe.

Su insistencia en que se derogue la Ley de Ajuste por causas morales tiene trasfondo político. Esta ley se incorporó al Código de EE UU (Título VIII, Sección 606) para que se derogue si (y sólo si) el presidente norteamericano decreta, como exige la Ley [Helms-Burton] de Democracia y Libertad (1966), que un "gobierno democráticamente electo" alcanzó el poder en Cuba (Sección 203.c.3).

¿Balserismo extremo?

Quizás antes de firmar tal decreto, la Casa Blanca prefiera romper el trato con el Palacio de la Revolución que autoriza a discriminar entre balseros con pies secos o mojados, así como a sortear 20.000 visas anuales.

La regla "pies secos-pies mojados" atiza el contrabando de personas con precios de unos 10.000 dólares por cabeza, que remunerarían la pericia lanchera para eludir tanto a los guardafronteras de Castro como a los guardacostas americanos.

El "bombo" supone doble suerte: obtener la visa estadounidense y el permiso de salida castrista. Los cubanos dentro de la Isla necesitan permiso para salir, como si fueran hijos menores de un padre muy preocupado por su normal desarrollo.

Entretanto, los cubanos fuera de ella precisan de una tira de "habilitación" en sus pasaportes para entrar. Tanta insensatez pudiera desaparecer, junto con el tráfico de personas y aun el propio balserismo, mediante el balserismo extremo: que cada cubano en EE UU zarpe con su lancha o lo que sea, desarmado y a bandera blanca desplegada, rumbo al Malecón. A lo mejor así se cae el muro.


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