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Mayo francés, marzo cubano

Mientras los jovenes franceses se manifestaban contra el poder, La Habana ejecutaba una 'ofensiva revolucionaria' para el control ciudadano.

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Al cumplirse cuarenta años del mayo francés, vale la pena volver la mirada hacia lo ocurrido por igual fecha en Cuba. A primera vista, tenemos dos situaciones independientes.

El año 1968 es sinónimo de toda una serie de revueltas populares contra el poder, tanto en países capitalistas como socialistas, que terminaron en un fracaso político momentáneo, pero que al repercutir en las décadas siguientes terminaron por contribuir a transformar el mundo. Mientras en Cuba la prensa oficial ha silenciado cualquier referencia a lo iniciado en marzo de 1968, en Europa de nuevo se discute lo ocurrido. No sólo en el mayo francés, sino en otros países.

Estos movimientos, dirigidos en su mayoría por jóvenes estudiantes e intelectuales, fueron analizados una y otra vez en los años siguientes. Celebrados y condenados. Sin embargo, lo más destacado en Cuba, para el destino del país y cuyas consecuencias sobreviven en la actualidad, fue el lanzamiento de la llamada "Ofensiva Revolucionaria", proclamada por el gobernante Fidel Castro el 13 de marzo de 1968 y destinada a barrer con los "últimos vestigios del capitalismo y de la moralidad burguesa".

Aunque se han analizado las consecuencias de este paso radical, particularmente económico, hoy se habla poco sobre lo ocurrido hace también 40 años. Al tiempo que en La Habana Fidel Castro trataba de convertir Cuba, por decreto, en el país más comunista del mundo, y se blindaba al mismo tiempo de cualquier influencia extranjera, en varias naciones europeas los jóvenes se lanzaban a la calle con camisetas con la imagen del Che, para reclamar, en nombre de la libertad, la puesta en vigor de un dogmatismo que era la negación precisa de lo que se declaraban abanderados y luego pasaron a ser símbolos: la espontaneidad y el desafío a cualquier tipo de autoridad.

El 'ideal' de Fidel Castro

Recordar lo sucedido en la Isla tiene la importancia fundamental de que hasta el momento es uno de los tantos "errores" de la revolución pasados por alto. A diferencia de los castigos a los homosexuales, la represión a determinados escritores y artistas y la censura de ciertos libros, o por otra parte, el reconocido fracaso de la Zafra de los Diez Millones, casi nadie menciona las injusticias cometidas durante la incautación de los últimos 57.280 pequeños negocios que quedaban en el país, según la cifra publicada entonces en el periódico Granma.

Esto se explica en buena medida porque tanto este proceso, como el emprendido durante la "rectificación de errores", responden de forma exclusiva al pensamiento y el ideal de Fidel Castro y, por lo tanto, cualquier duda al respecto es un cuestionamiento a su capacidad de liderazgo.

Sin embargo, si bien durante la ofensiva revolucionaria se hace evidente una de las deficiencias de la capacidad administrativa del ex gobernante, incluso de su forma de razonar, al mismo tiempo muchos de los análisis de lo ocurrido pasan por alto la eficiencia de la medida dentro del mecanismo de conservación de poder, utilizado con precisión y eficiencia por Castro a lo largo de su mandato.

Tenemos, por lo tanto, dos caras de un mismo fenómeno. Uno nos muestra la imposibilidad de triunfar, al aplicar razones ideológicas al desarrollo natural de los procesos económicos. El otro, un logro político, o al menos una medida de supervivencia, dirigida a preparar a los ciudadanos del país para el enfrentamiento de una situación de escasez extrema, debido a las tensiones entre la Isla y su principal benefactor, la desaparecida Unión Soviética.

Con el tiempo, de forma más o menos discreta, se han dado marcha atrás a los postulados y la práctica que llevó a una concentración extrema del sector de servicios en manos del Estado, y se pasa por alto, relegada al olvido, la función desempeñada por la medida como instrumento de control político y social. De lo malo no se habla, y lo "bueno", o sea, la funcionalidad de la medida para el mantenimiento del poder, se olvida.

'En todos los frentes'

Más allá del fracaso notable en el ámbito económico de la ofensiva revolucionaria, ésta debe entenderse en un sentido mucho más amplio. En primer lugar, considerar la fecha del 13 de marzo de 1968 como una referencia de un proceso más abarcador. El historiador Rafael Rojas habla con acierto de la "Gran Ofensiva Revolucionaria de 1967-1970", y con ello precisa una actitud ideológica que se extendió hasta que Cuba no tuvo más remedio que subordinarse a la planificación económica y burocrática de estilo soviético, tras el fracaso de la Zafra de los Diez Millones.

El propio Castro habla de "una ofensiva revolucionaria en todos los frentes, el impulso de la revolución en todos los frentes", en su discurso del primero de mayo de 1965, y la utilización del concepto militar de "ofensiva" siempre fue intrínseco a su pensamiento.

O sea, la ofensiva juega un papel dentro de la "insubordinación" de Castro frente a la ex Unión Soviética, y actúa como una especie de aplanadora para borrar diferencias sociales, al tiempo que desvía la atención sobre dos de los principales culpables de las dificultades que por entonces sufre la población: las desatinadas medidas de la dirección del país, es decir del propio Castro, y una clase burocrática que se limita a obedecer de la forma más ineficiente y menos espontánea posible para no destacarse ni buscarse problemas.

Lo que no debe subestimarse es que ese blindaje, que impide el menor brote de una chispa de revuelta en la Isla, no obedece sólo al carácter represivo del régimen, ni tampoco al concepto de plaza sitiada. Es el resultado de la sagacidad política de Fidel Castro, que le permite jugar en varios frentes de forma simultánea. Entre ellos, intervenir en los acontecimientos mundiales y mantener aislada a Cuba.


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