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Una izquierda 'anti-izquierdista'

Los polos ideológicos y sus reacciones frente el castrismo. ¿A quién corresponde la mayor crítica?

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El 14 de enero de 2002 publiqué en estas páginas un artículo, cuyo título evidenciaba ya ese paradojismo. Se titulaba La derecha castrista y quería mover el piso en el que a veces se estanca la opinión, la doxa, para provocar un intercambio sobre el asunto.

Encuentro en la Red publicó hace poco un interesante artículo del periodista Alejandro Armengol, que también admite la paradoja: Por una izquierda anticastrista (26 de diciembre, 2005), que habla de la posibilidad de concebir una izquierda que se desmarque de los excesos castristas; un eco de aquellos revolucionarios del siglo XX que anhelaban un sovietismo anti-stalinista.

Los dos artículos se complementan y puede decirse que hasta redundan: si el castrismo es una derecha (cierto que anómala), el anticastrismo no puede ser sino de izquierda. Si la izquierda es democrática, entonces debe ser necesariamente anticastrista, como desea Armengol.

Se trata de un silogismo parecido al que propuso el escritor chileno Roberto Ampuero, cuando trataba de "proteger" su libro Mis años de verdeolivo: una posición verdaderamente antipinochetista lleva obligatoriamente al anticastrismo. Se trata de algo efectivamente obvio, si se opera en el nivel discursivo del asunto.

Intenciones performativas

Pero hay dos diferencias esenciales entre La derecha castrista y Por una izquierda anticastrista, publicados con una diferencia de cuatro años. El primer texto es simplemente una meditación, aún más, un ejercicio aclaratorio. El segundo tiene intenciones performativas: el "por" que aparece en el título revela un afán de practicidad, una angustia por ese permanecer solo dentro de la teoría, que lo hace heredero legítimo de la izquierda hegeliana de mediados del siglo XIX y, por otra parte, deudor de lo mejor de la filosofía "pragmaticista" norteamericana.

En la historia política contemporánea, cuatro años es demasiado tiempo, y el pensamiento político, sobre todo aquel que se hace de frente a la noticia, desde las redacciones periodísticas, debe ajustarse a la información.

Por una izquierda anticastrista se ajusta al hecho de la creciente visibilidad política de la izquierda latinoamericana; sobre todo, de su ascenso al poder en varios de los países de la subregión. El periodista tiene la noticia y tiene la vivencia. Se le hace poco menos que imposible (está también el peer pressure del contexto) ser consecuentemente anticastrista y anti-izquierdista, o ser izquierdista y procastrista. Entonces opta por una combinación más eficaz: izquierdista, pero anticastrista (sólo comparable con la cuarta combinatoria: derechista y procastrista).

Pero el posicionamiento respecto a los nuevos eventos no sólo acontece dentro de la izquierda. El 21 de octubre de 2005, el periodista Adolfo Rivero Caro, quien lleva una página electrónica de riesgoso compromiso intelectual con el neoliberalismo (www.neoliberalismo.com), presentó un proyecto en el Teatro Tower de Miami para enfrentar lo que puede considerarse el nuevo desafío del liberalismo en la región: su inviabilidad democrática.

Rivero Caro, quien fue acompañado aquella noche por estudiosos como Roberto Luque Escalona, Orlando R. Sardiñas y Juan Clark, argumentó que, a pesar de todo, la elección de Hugo Chávez en Venezuela demostraba que la democracia no funciona sin individuos modernos, por lo que la dictadura podía también originarse en las urnas. Sin darse cuenta, quizás, reactualizaba todos los prejuicios antidemocráticos que existían en ciertas escuelas del pensamiento liberal clásico.