Actualizado: 29/04/2024 2:09
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Una plaza difícil

Los vínculos entre La Habana y el Vaticano: ¿Se minimiza a la Iglesia local al mismo tiempo que se exalta al Papa?

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Esta inadecuación en la relación Iglesia-Estado a nivel nacional ha sido salvada por la nunciatura apostólica a lo largo de todos estos años. Este carácter de suplencia, que durante muchos años alcanzó hasta a las gestiones para las salidas del país de obispos, sacerdotes, religiosos(as) y laicos, ha dado a la nunciatura en La Habana una especial connotación en la vida de la Iglesia cubana.

Qué bien se les podría aplicar a los sucesivos nuncios, secretarios, auditores y demás colaboradores de la nunciatura, aquellas palabras de Pablo: "Además de éstas y otras cosas, pesa sobre mí la preocupación de todas las Iglesias: ¿Quién vacila que yo no vacile con él? ¿Quién tropieza sin que un fuego me devore?" (2Cor. 11,28-29). "Me he hecho todo para todos, con el fin de salvar, sea como sea, a algunos" (1Cor. 9,22b).

Una mano franca

Es difícil poder expresar ese papel fundamental y constante que la nunciatura ha jugado en medio de nosotros a lo largo de todos estos años. En aquel "maremoto" inicial que amenazó con acabar con todo, la nunciatura fue como una tabla de salvación, como un reposo después de la tormenta.

Por muchos años, a través de la nunciatura llegaron desde el vino de misas hasta los libros que leíamos, las primeras grabadoras que utilizamos en nuestro trabajo pastoral y las medicinas que necesitábamos en nuestras enfermedades. En aquellos años de aislamiento casi total (existía el cacareado bloqueo exterior y el otro, más férreo, para la Iglesia y para el pueblo, dentro del país), la nunciatura apostólica fue una ventana abierta, una mano franca, una protección sensible, cercana, fraternalmente solidaria, contra "la arbitrariedad y el misterio" circundantes.

Mucho antes de que Juan Pablo II lanzara en Roma su grito inaugural, o de que oyéramos, de sus labios y en nuestra propia tierra, su llamado personal al valor y a la confianza: "no tengan miedo", los nuncios apostólicos en Cuba, nos alentaron a no tenerlo, y a comportarnos como si no lo tuviéramos. Ellos nos dieron aliento y esperanza, apoyo y valentía.

Hasta hoy. A lo largo de todos estos años y en las peores circunstancias. Así lo hemos sentido, así lo hemos vivido y así lo tengo que decir, y me atrevo a hacerlo en nombre de todos los católicos cubanos, hasta el más pequeño. Por eso la nunciatura apostólica en Cuba ocupa un lugar tan especial en nuestros corazones. "Calle 12, entre 5ta y 7ma" es una dirección que nos sabemos de memoria los curas y las monjas, y muchos laicos.

Allí hemos ido a llorar y a reír, a buscar consuelo y ayuda, consejo y amistad, sin ser nunca defraudados. Como dice el refrán: "en los tiempos difíciles es cuando se conoce a los amigos". El Papa, y sus sucesivos representantes a los largo de todos estos años, han sido nuestros amigos más cercanos, fieles y desinteresados.