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Una plaza difícil

Los vínculos entre La Habana y el Vaticano: ¿Se minimiza a la Iglesia local al mismo tiempo que se exalta al Papa?

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No se acompaña a un pueblo en desventura sin cargar, de alguna manera, con la cruz que ese pueblo lleva. Cuba, su pueblo y su Iglesia, han cargado una pesada cruz en las últimas cinco décadas… los representantes pontificios han tenido que cargar también esa cruz. En el doble sentido que le damos a la palabra martirio (etimológicamente, martirio significa "testimonio", pero también la utilizamos como sinónimo de "sufrimiento"). Quizá nadie mejor para encarnar este sentido dual de la palabra que el penúltimo de nuestros nuncios: Mons. Michael Curtney.

En recuerdo de todos

A principio de los noventa llegó a La Habana el nuevo secretario de la nunciatura. Era un irlandés. Unos años antes, otro irlandés nos había dejado un grato y triste recuerdo: Kevin Mullen, que murió tras corta enfermedad mientras cumplía su servicio diplomático en la nunciatura habanera como secretario.

Monseñor Michael se ganó rápidamente la simpatía de todos: su sencillez, espíritu de servicio, y su franca solidaridad con nuestra Iglesia y nuestro pueblo hicieron de este hijo de Irlanda un pronto amigo de los que lo conocimos. Terminada su labor en Cuba, fue enviado a Egipto, luego a Estrasburgo como representante pontificio ante el Parlamento Europeo y después de nuncio apostólico a África.

En África estaba cuando le llegó el nombramiento como nuncio en Cuba. Enorme fue su alegría y la nuestra. El sabía cuánto le queríamos por acá, y cuánto lo necesitábamos. Y nunca está mejor un hombre bueno que cuando va allí, donde es más útil él y su trabajo más necesario.

En los días en los que se despedía del país en el cual realizaba su misión de nuncio, y mientras esperaba el placet del gobierno cubano para venir a realizar su misión en LA Habana, en medio de una gestión de paz para resolver viejas pendencias entre grupos políticos rivales, Mons. Michael fue ametrallado. Murió mártir de su fe, de su amor a la paz, de su servicio de reconciliación. Era ya nuestro nuncio, pero murió sirviendo los intereses de otro pueblo sufrido y necesitado como el nuestro.

En Michael Curtney he visto un símbolo, como la misteriosa encarnación en su persona y ministerio, del ministerio y la persona de tantos hombres fieles a Cristo y a la Iglesia, fieles a este pueblo y a esta Iglesia nuestros. Nombres como los de Cesare Zachi, Mario Tagliaferri, Giulio Einaudi, José Laigueglia, Faustino Sainz, Beniamino Stella, Luis Robles, Pietro Sambi, Agostino Marchetto, Giuseppe Lazarotto, Kevin Mullen, Cristophe Pierre, Claudio Mondino y tantos otros, son inolvidables para nosotros.

Algunos ya están con el Señor, otros sirven a la Iglesia en otras partes del mundo. Todos forman parte de esta Iglesia que está en Cuba, que ellos ayudaron a crecer, acompañaron en su momento y sirven todavía, pues sentimos que su cariño y su recuerdo son como un alimento que nos da vida. Esa es la herencia que tiene hoy en sus manos Monseñor Luigi Bonazzi, actual nuncio de Su Santidad en Cuba. Personalmente pienso que esa herencia está en muy buenas manos… Y ojalá que en esas manos permanezca por mucho tiempo.


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