Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Artes Escénicas

El Teatro ha muerto

Se avanza hacia una cultura doméstica y la gente se quedará cada vez más en casa. ¡Viva el progreso!

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A Frankenstein lo atraparon en los noventa por el Tibet y lo encerraron. Los nuevos doctores del teatro lo fueron a rescatar, pagaron una altísima fianza y hablaron seriamente con él antes de ponerle nuevos cerebros. La consigna fue: —¡Abajo la teatralidad! y no nos metamos con la política. Frankenstein se descubrió con un nuevo traje y despertó la admiración de todas las top models de la época, entonces no se rindió y corrió en otra dirección.

Cinematizar el cine

Con Richard Foreman a la cabeza, inspirado por los experimentos de John Cage (músico) y Merce Cunningham (coreógrafo), el Teatro Ontológico Histérico desde mucho tiempo atrás había ido a contracorriente en Nueva York. Ni siquiera cuando el apogeo del teatro autónomo, trató de marcar la diferencia, sino de apropiarse de los recursos que el cine había creado.

Richard Foreman, ignorado en los sesenta por los que despreciaban al cine, se convirtió en paradigma mudo de los noventa. Lo siguieron, pero no lo mencionaron. Esto tuvo su eco en América Latina y Europa. Obras que sucedían en cines como escenarios, que trataban de personajes que iban al cine, que decoraban el escenario y vestían a los personajes al estilo del cine retro. Que imitaban la dinámica de la edición cinematográfica y contaban de manera fragmentada tratando de organizar el ojo del espectador, tal y como lo hacía la cámara.

Almodóvar, cineasta español, fue por esta época un gran inspirador, quien además de colaborar con dicha cinematización, le dio un lugar al homosexual como protagonista de las tablas.

El Teatro Extremo. Inspirado en las artes plásticas (el performance, el happening) y los deportes, en especial el alpinismo, surgió en Barcelona con La Fura del Baus, un grupo cuyo propósito inicial fue aterrar a los espectadores. Al público le hizo de todo, lo escupió, lo empujó, lo empapó de agua, lo echó a pelear, lo defecó, a la vez que le mostró imágenes de alto riesgo y de una gran belleza plástica.

El teatro tecnológico. Basado fundamentalmente en la idea de tecnologizar el teatro, se da con Bob Wilson, en Norteamérica, quien creó su "Teatro paisaje" con la música de Philip Glass, célebre compositor minimalista, y mucho dinero. Después de haber llamado la atención en 1971 con Deafman Glance (La mirada del sordo), influido por la vanguardia y la opera, avanzó hacia obras monumentales subvencionadas en París, en las que se apreciaba una dependencia notable de la tecnología.

Willson se unió a muchos grandes artistas, entre ellos Heiner Müller, dramaturgo alemán, quien creó la dramaturgia post-estructuralista y consiguió un nuevo hito. Heiner Müller fue lo suficientemente apocalíptico como para representar las tragedias futuras que podía enfrentar la humanidad.

En su obra Cuarteto, colocó al Vizconde de Valmont y la Marquesa de Mertuil, los conocidos personajes de la novela de Choderlos de Laclos, Les Liaisons Dangereuses, en un reencuentro después de la tercera guerra mundial.