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De la revista

¿Puede España enseñar algo a la transición cubana?

Las claves de la democracia española. Síntesis de un ensayo de Emilio Lamo de Espinosa publicado en 'Encuentro'.

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El esquema clásico

El canonizado esquema español explicativo de la transición es, en última instancia, un modelo clásico, funcionalista, asentado en dos grandes ideas estándar en las ciencias sociales. La primera, la del ajuste entre economía, sociedad y política, como sistemas independientes; y la segunda, la de la modernización social como tránsito obligado desde lo "tradicional" (siempre diverso y variado, local y estático) a lo "moderno".

Efectivamente, el punto de partida es el desarrollo económico de los años sesenta desatado por el Plan de Estabilización de 1957, que certifica el agotamiento de una economía autárquica (casi de "sustitución de importaciones"), da lugar a un nuevo gobierno tecnocrático (del Opus Dei) y, tras el Pacto con Estados Unidos de 1953 (también Franco se aprovechó de la Guerra Fría), inicia el primer desarrollo económico sobre tres pilares (y los tres actúan hoy igualmente en Cuba), a saber: el turismo extranjero, que crece al ritmo del desarrollo económico de Europa tras el Tratado de Roma de 1957; las inversiones extranjeras, sobre todo americanas; y, finalmente, las remesas de los emigrantes españoles en Europa. La consecuencia es obvia: la progresiva emergencia de una clase media.

Éste es el primer ciclo de ajuste funcionalista. Cambios políticos que dieron lugar a una apertura económica, que dio lugar a importantes cambios sociales. Todo ello va a asentar las precondiciones de la verdadera transición.

Evidentemente, las nuevas generaciones demandan mayor libertad en todos los órdenes, y cuando la tienen, la usan contra el régimen, lo que acaba por deslegitimar por completo al franquismo. Cuando muere Franco, él goza de gran popularidad, pero su régimen carece por completo de legitimidad. Esto explica lo más inexplicable: que las mismas Cortes de Franco aprobaran la Ley de Reforma Política que certificaba su muerte política.

A comienzos de los setenta, sólo faltaba que muriera Franco. Todo estaba preparado para la transición. Pero en esta segunda fase el ciclo de ajuste funcionalista es distinto.

Esto es, sin embargo, una lectura teleológica, visto todo desde el final y a vista de pájaro. Casi una mirada divina. La pregunta, por supuesto, es: ¿podía haber ocurrido de otro modo? Adelanto mi respuesta: probablemente no, pero sin la incertidumbre, sin la sensación subjetiva de que las cosas podían ir mal, probablemente no hubiera ido tan bien. Salió bien, en buena medida, porque no estaba planificado, porque el miedo y la incertidumbre domaron pasiones y voluntades.

Para ver esta dimensión de la transición española (y de cualquier otra) es necesario ir más allá de las visiones canónicas y formales para indagar en elementos más profundos y que tienen que ver con la psicología colectiva, con la gestión de expectativas y de miedos. No soy un experto en Cuba, en absoluto. Haré un relato de algunos aspectos de la transición española, seleccionados mirando a Cuba y en función de Cuba, un intento de ver aquella transición desde la perspectiva de los albores de una nueva transición y que los transitólogos, en general, han menospreciado.

Me centraré en tres ideas claves: el pacto de perdón o de cómo cancelar el pasado; la incertidumbre del resultado, o de cómo abrir el futuro y, finalmente, la importancia del Estado y su relevancia.

Cómo gestionar el pasado: la importancia del pacto de perdón

Salvo que resulte de una revolución, que no creo posible, sospecho que la transición en Cuba saldrá desde dentro, a través de un proceso de reformas, de una Ley de Reforma de Cuba que abrirá el camino a un proceso. ¿Cómo hacer que esa ley llegue a existir? Veamos lo que ocurrió en España.

La pregunta clave de la transición española es por qué las Cortes franquistas aprobaron la Ley de Reforma Política en 1976 (con 425 votos a favor, sólo 59 en contra y 13 abstenciones) y se suicidaron abandonando el poder. Es evidente que, de haber votado de otro modo (y fueron libres para hacerlo), el resultado hubiera sido bien distinto. ¿Por qué el franquismo abrió la puerta a la democracia? ¿Por qué los procuradores de Franco votaron "sí" en lugar de "no"?

Olvidemos explicaciones infantiles del orden de que se les presionó, se les engañó o que alguien había hecho un diseño maquiavélico perfecto que se cumplió milimétricamente. Olvidemos tanto explicaciones historicistas en términos de leyes sociales mecánicas, como modelos conspirativos de la historia. Los procuradores franquistas no eran niños; eran hombres duros que habían hecho la Guerra Civil y con más de treinta años de compleja política a sus espaldas. Sabían perfectamente lo que estaban votando, y que estaban votando el fin del régimen y de su propio poder en él. ¿Por qué lo hicieron?

Esa es la pregunta clave de la transición, que casi nadie se ha hecho. Antes de responderla, contaré una circunstancia personal, pero que ejemplifica a muchas otras familias españolas.

Mi padre fue político franquista desde antes de la Guerra Civil, cuando ingresa en Falange Española (era, por tanto, de la llamada Vieja Guardia), hasta su jubilación política en 1977 con las primeras elecciones democráticas. Mi hermano mayor, Jaime, era entonces un ingeniero agrónomo, un "tecnócrata" se decía entonces, que trabajaba con López Rodó en la oficina del Plan de Desarrollo, y luego se incorporó a la UCD con Suárez y Calvo Sotelo, y fue ministro con ambos. Fue, por consiguiente, ministro en los primeros gobiernos democráticos y protagonista de la transición. Yo era demócrata de izquierdas, activo en el antifranquismo universitario y compañero de los socialistas, un "progre"; fui después alto cargo con el primer gobierno del PSOE.

Finalmente, mi hermano pequeño, José María, que jamás se ha dedicado a la política, era entonces compañero de pupitre, en el Colegio del Pilar de Madrid, de José María Aznar. Mi circunstancia familiar es casi una miniatura del país. Por eso la pregunta anterior tiene sentido. Cuando hablo de la transición, hablo de mi casa y de mi familia, no de algo lejano y distante. Pero lo mismo les ocurría a todos los españoles. Una transición se juega en cada casa y en cada hogar, es allí donde hay que hacer los pactos y los acuerdos.