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De la revista

¿Puede España enseñar algo a la transición cubana?

Las claves de la democracia española. Síntesis de un ensayo de Emilio Lamo de Espinosa publicado en 'Encuentro'.

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Volvamos a la pregunta: ¿por qué se suicidaron los franquistas? La respuesta es compleja pero simple al mismo tiempo: Porque esa era la mejor alternativa. Veamos los hitos.

Primero: la deslegitimación política del franquismo efectuada desde la Universidad fue total, y tanto los mismos franquistas como la juventud lo sabían. Hacia 1970, las lecturas y preferencias de los jóvenes universitarios eran claramente de izquierdas.

Segundo: los franquistas sabían que no tenían herederos ni posibilidad de renovación de sus élites, ya que buena parte de los hijos de la élite franquista habían desertado y se habían pasado a la democracia. La mayoría de los universitarios e incluso de los estudiantes de secundaria (pero no así de los jóvenes sin educación) había abandonado el autoritarismo.

Esto fue mucho más importante que el asesinato del vicepresidente Carrero Blanco por ETA, pues lo que clausuró la continuidad del franquismo y rompió lo "atado y bien atado", fue una ruptura generacional radical. Como dice Carlos Alberto Montaner, Franco acabó con el autoritarismo español (como Castro, añade, ha acabado con el revolucionarismo cubano).

Tercero: buena parte de la élite antifranquista eran hijos de la élite franquista. Los nombres de quienes hacen la transición, e incluso muchos de los nombres de los gobiernos socialistas, están ya en el franquismo. Los Solana, Bustelo, Calvo Sotelo, Fernández Ordóñez, Conde, Maragall, Satrustegui, Areilza, incluso Almunia (y, por supuesto, Lamo de Espinosa), no eran ajenos al franquismo, aunque su grado de implicación variara. Pero también Aranguren, Ridruejo, Ruiz Giménez, Tierno Galván, Laín, Maravall, Díez del Corral, casi todos nuestros maestros en democracia, provenían del franquismo.

Cuarto: por ello mismo la transición la realizan y la ejecutan, conjuntamente, la generación última del franquismo (los más jóvenes, como Suárez), en colaboración con la generación mayor del antifranquismo, mediando entre ellos la confrontación histórica, guerra-civilista, existente entre "nacionales" y "rojos", franquistas y antifranquistas. En términos sicoanalíticos podríamos decir que la tensión entre padres e hijos la solventaron los hermanos mayores.

Quinto: todo es una operación de familia, y por eso, los mayores ceden el paso a sus hijos reformistas, en quienes confían. Una transición es un cambio de actores políticos y, por ello, un cambio generacional.

Conclusión: el pacto de la transición es un pacto de familia, cuya viva representación es el pacto del rey Juan Carlos con su padre, don Juan, por el que este cede la cabeza de la dinastía a su hijo, el actual Rey.

Este es el trasfondo social y personal. ¿Podía haber sido de otro modo en la sociedad española de los años setenta? La respuesta es no. ¿Alguien puede creer que tras cuarenta años de dictadura franquista la mayoría de los españoles no estaban implicados, no eran parte del mismo franquismo, de modo que romper con él era romper con uno mismo, con familia, hermanos, amigos, vecinos, compañeros?

Por supuesto, hubo algunos, pocos, que se mantuvieron completamente al margen. Pero por ello mismo, no fueron sujetos políticos, aunque sí referentes indudables, morales en muchos casos. Sin embargo, sólo con ellos no se hubiera podido hacer la transición.

Esto tiene consecuencias importantes acerca de cómo cerrar el pasado. Todo pacto —y toda transición es un pacto— depende de un análisis coste-beneficio que las dos partes deben hacer. Las partes comparan lo que pueden ganar o perder pactando, con lo que pueden ganar o perder no pactando. En ese trade off la seguridad de un lugar bajo el sol alimenta la voluntad pactista, sobre todo si se compara con el miedo a un retorno de la violencia. Puede que no gane tanto como deseo, pero al menos no pierdo tanto como podría. El lucro cesante debe compararse con el daño cesante.

La transición es así un trueque por el que los perdedores ceden poder político pero obtienen, a cambio, garantías de vida, libertad y propiedad, mientras los ganadores obtienen el poder, pero deben respetar esas garantías a las que están atados. Se abre camino al futuro, pero se debe aceptar el pasado.

Aceptar significa exactamente eso; no es respetar; no es tampoco olvidar. Pero sí es renunciar al principio básico de la justicia, a saber: la restitución de las cosas como debieron estar si no se hubieran cometido injusticias. Se renuncia, por consiguiente, a hacer justicia a las víctimas en aras del bien común, se renuncia al pasado en aras del futuro. Las víctimas obtienen, si acaso, una reparación, pero no justicia, de modo que transición y amnistía van juntas.