Actualizado: 25/04/2024 19:17
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La transición española y el caso cubano (IV)

Un ejemplo para Cuba: Tras la muerte de Franco, en lugar de ponerse a hurgar en el pasado, los españoles se dedicaron a salvar el futuro.

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Los funcionarios del castrismo

Quinta. No hay que pensar que los funcionarios del castrismo, aunque repitan el discurso oficial, realmente lo suscriben. ¿No habíamos quedado en que Robertico Robaina había sido elegido canciller por su impresionante capacidad para interpretar el pensamiento de Fidel Castro?

Los elementos cohesionadores de las dictaduras caudillistas son tres: el miedo al jefe, la lealtad al grupo y el temor al cambio. Cuando desaparece el jefe, se debilita la lealtad al grupo. Muerto Fidel es mucho más fácil darle la espalda al fidelismo, especialmente porque ahí ni siquiera hay doctrina, sino una sucesión de caprichos y arbitrariedades comprobadamente fallidos.

Lo que finalmente puede unir a los partidarios de la dictadura es el temor al cambio, de manera que hay que fraguar un modelo de transición, como el español, donde todos quepan, plural y abierto, y en el que sean los electores los que determinen quiénes y por cuánto tiempo deben administrar la nación, pero sin violar los derechos individuales de nadie.

Sexta. Todo esto exige una voluntad de perdonar los agravios. Los españoles provenían de una guerra civil en la que ambas partes se hicieron mucho daño, pero, tras la muerte de Franco, en lugar de ponerse a hurgar en el pasado se dedicaron a salvar el futuro. Ese ejemplo debería ser útil para los cubanos.

Séptima. Es muy conveniente olvidarse de los estereotipos y de las ideas preconcebidas. Curiosamente, la experiencia totalitaria es tan brutal que afecta la naturaleza sicológica de los pueblos.

Franco, que había vivido en su juventud el convulso primer tercio del siglo XX, y que era un militar en toda la regla, pensaba que los españoles eran anárquicos, caóticos y dados a la violencia, lo que acababa por generar pobreza, y, por lo tanto, había que sujetarlos con una correa corta y fuerte. Pero, tras su muerte, se descubrió que la sociedad española era moderada, pacífica y tolerante. El país ensayó la pluralidad política y nunca ha tenido mayor auge económico en toda su historia.

En Cuba puede suceder lo mismo. Fidel Castro vive (y morirá) convencido de que los cubanos constituyen una raza guerrera destinada a enfrentarse permanentemente a Estados Unidos y a la Unión Europea en defensa de un maravilloso modelo revolucionario colectivista; pero, según todos los síntomas, estamos ante una sociedad más bien prudente, saturada de discursos políticos, compuesta por personas que, cada vez que pueden, se marchan precisamente a los países capitalistas más prósperos para tratar de desarrollar proyectos individuales.

De donde se deduce que los cubanos lo que realmente quisieran es tener una vida pacífica y tranquila, en la que puedan alcanzar cierto bienestar económico que les permita vivir en su país decorosamente, sin necesidad de emigrar. Es decir, Castro ha matado en los cubanos el espíritu revolucionario, como Franco mató en España el espíritu autoritario.

¿Atado y bien atado?

Octava. Hay que descartar de plano la peregrina disposición de Castro por la que ordena la parálisis total de la historia cubana y establece que el sistema revolucionario colectivista nunca será sustituido. Fidel, como Franco, piensa que tiene el futuro "atado y bien atado", pero eso no es cierto.

Como se ha recordado en estos papeles, ni el gobierno ni sus adversarios se han mantenido siempre en la misma posición. Unos y otros han tenido que adaptarse a circunstancias fuera de control o a cambios en las tendencias históricas.

Es verdad que Castro —como le sucedió a Franco— se aferra a unas ideas y a una visión del mundo totalmente anacrónicas; y es verdad que Castro —como Franco mientras vivió— ha podido retardar el proceso de adaptación de Cuba al mundo cultural e histórico al que la nación cubana pertenece, pero parece imposible que una imposición tan anómala y arbitraria pueda mantenerse indefinidamente.

Un claro síntoma del inevitable fracaso del propuesto "comunismo forever" que Castro pretende imponerles a los cubanos puede observarse en el crecimiento espontáneo de la sociedad civil cubana, pese a las infinitas presiones y al acoso que padecen quienes prestan su concurso a estas iniciativas, frente al comportamiento desvitalizado y rutinario del sector oficial.

Mientras las instituciones comunistas permanecen necrosadas y sin ilusiones —desde el Partido hasta la FEU, pasando por la CTC—, funcionando por la inercia del poder, pero sin entusiasmo, en el seno de la sociedad cada vez son más quienes se atreven a dar un paso al frente para desafiar al gobierno, al extremo que hoy es posible afirmar que ninguna nación comunista de Occidente, con la excepción de Polonia, jamás contó con una oposición tan nutrida y variada como la que hoy exhibe Cuba. Cuando llegue el momento, esta presión romperá los diques.

(*) Versión de una investigación auspiciada por el Proyecto sobre la Transición en Cuba, del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami.


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