Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Las tres dudosas premisas de Pérez Roque

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Talibanes contra pragmáticos

Por otra parte, la selección de Pérez Roque y el contenido del discurso parecen revelar el triunfo (provisional) de los jóvenes talibanes frente a los elementos más pragmáticos, presumiblemente reunidos en torno al raulismo.

Según todos los síntomas, tras la muerte de Fidel, su hermano Raúl, acompañado de los tecnócratas militares convertidos en empresarios desde hace casi veinte años, a los que se sumaba un buen puñado de familiares próximos, se proponían iniciar una tímida versión cubana de las reformas chinas, con cierto espacio para la pequeña empresa privada y una mayor atención para las apremiantes y olvidadas necesidades de consumo de los cubanos.

El raulismo, pues, con personas como el general Julio Casas Regueiro a bordo, tal vez hoy en desgracia, iba a dedicar menos importancia a los enfrentamientos ideológicos, como esa necia "batalla de ideas" —que no es más que una tertulia de amiguetes extremistas que repiten consignas machaconamente para desesperación de los aburridos telespectadores—, en beneficio de un más alto nivel de eficiencia, mayor tranquilidad en la esfera internacional y cierta prosperidad material para la población.

No es que los raulistas se plantearan la democratización de la Isla a la Gorbachov —lejos de ellos cualquier inclinación democrática—, sino que, tras medio siglo de locuras, estaban dispuestos a inyectar un poco de racionalidad y orden en la gerencia de la dictadura.

Aparentemente, Fidel Castro, aunque contrariado con esa previsible deriva ideológica, estaba más o menos resignado a que ocurriera esa "desviación burguesa" tras su inevitable desaparición física. No tenía forma de controlar el futuro de la revolución, una vez que Raúl y sus militares de confianza se apoderaran de todos los resortes del poder; pero ese panorama comenzó a cambiar en la medida en que Hugo Chávez emergía como el candidato ideal para recoger el testigo de las fantasías revolucionarias del viejo Comandante, trasformándose en el gran mecenas del radicalismo revolucionario internacional dentro de un mapa político latinoamericano que se escoraba a babor notablemente.

Fidel, pues, disponía de caja, heredero y doctrina para amarrar su cadáver al caballo y seguir combatiendo después de muerto, como cuenta la leyenda que sucedió con el Cid Campeador. Sólo le faltaba escoger a sus herederos y albaceas dentro de la Isla, y estos no podían ser los tibios revolucionarios de los primeros tiempos, biológicamente envejecidos y psicológicamente fatigados por casi medio siglo de fracasos y sobresaltos inútiles.

La doctrina la anunció Felipe Pérez Roque en Caracas, poco antes de su discurso del 23 de diciembre. Allí dejó establecidos varios principios que enunció con la certeza de quien formula una retahíla de silogismos: primero, el socialismo ya se había restablecido tras la traición moscovita y era posible continuar luchando por el triunfo de las ideas comunistas; segundo, el foco central de esa renovada revolución comunista planetaria se trasladaba al eje La Habana-Caracas; tercero, Estados Unidos entraba en un periodo de franca decadencia y se vislumbraba su derrota final; y cuarto, Hugo Chávez, ungido por el propio Fidel Castro, era el guía espiritual y material de esta nueva batalla librada para lograr un destino glorioso para la humanidad.

Poco después, también en Caracas, como para que no hubiera duda de por dónde iban los tiros, Carlos Lage anunció que Cuba tenía dos presidentes: Fidel Castro y Hugo Chávez. A lo que ahora se agrega que, muerto Fidel Castro, Pérez Roque será el virrey chavista de la Isla y administrador póstumo de la herencia política del Comandante hasta el hundimiento final del imperialismo yanqui.

El discurso de Pérez Roque

Es dentro de ese contexto, en fin, donde debe colocarse la designación de Felipe Pérez Roque. Estamos, insisto, frente a la derrota de la corriente pragmática a manos de la voluntarista, acaudillada por el propio Fidel.

Acerquémonos ahora al discurso del joven canciller y veamos qué quiso decir y por qué. Como se trata de un texto farragoso lleno de los habituales teques revolucionarios, démosle un poco de orden lógico acudiendo a los elementos de la estructura tradicional del llamado método DAFO (debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades), aunque con un orden diferente.