Actualizado: 02/05/2024 23:14
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Una guerra no convencional

¿Pasa por la derrota total de Hezbolá la posibilidad de que haya una paz duradera en el Medio Oriente?

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Un grito en el desierto

En cierto modo, el verdadero ejército de Líbano es el de Hezbolá. El estatal no es más que una guardia uniformada de carácter ornamental. Quizás esa es la razón por la cual el presidente del país, Fuad Seniora, solicitó el 20 de julio que la comunidad internacional colabore para desarmar a Hezbolá. Probablemente Seniora, con ese llamado, interpretaba el sentir de vastos sectores de la población libanesa, sobre todo cristianos y sunitas, quienes sienten que Líbano ha sido secuestrado por Hezbolá. Pero ese fue, en sentido estricto del término, un simple grito lanzado en el desierto.

La única fuerza que puede (y quiere, y debe) desarmar a Hezbolá es el ejército israelí. Pero al único país que al que Fuad Seniora no puede pedir auxilio, es precisamente Israel. Ni sunitas ni chiítas lo aceptarían. Eso significaría abdicar del poder político para dejar el camino libre a Hezbolá. No obstante, hasta ahora hay que consignar que ni la población libanesa, mucho menos el gobierno de Beirut, han mostrado muchos deseos de plegarse a la dirección de Hezbolá.

La permanente obsesión de las dictaduras de la región, relativa a que el mundo árabe e islámico se unirán en su entorno mientras más ataquen a Israel, tampoco se ha visto cumplida en este caso. Por el momento, ni el gobierno de Egipto, ni el de Jordania, ni el de Arabia Saudita se muestran muy entusiasmados con la estrategia de Hezbolá, entre otras cosas, porque el "Partido de Dios" es chiíta, y en los ataques de Hezbolá a Israel ven, y con mucha razón, un medio de expansión del imperio persa-chiíta hacia regiones que "no le pertenecen".

Para la mayoría de los sunitas, Hezbolá es la "cabeza de puente" del chiísmo en la zona sunita. Una de las claves de ese complicado puzzle parece pues encontrarse en Teherán. Otra clave, menor por cierto, se encuentra como siempre en Palestina, mejor dicho en Hamás. Pero Hamás, sucesor legítimo de la OLP de Arafat, sólo será una amenaza real si Israel no logra desmantelar el potencial bélico de Hezbolá, y por cierto, en un plazo relativamente corto.

La dirección de Hezbolá apuesta evidentemente por encerrar a Israel entre dos frentes: El chiíta de Hezbolá y el sunita de Hamás. La apuesta no sólo es militar sino también política. Una "guerra doble", dirigida por Israel tanto al sunismo como al chiísmo, podría llevar a una alianza mucho más estrecha que la que hoy existe entre Irán y Siria, alianza que dejaría a Hezbolá en una situación privilegiada: nada menos que como vanguardia combatiente de todo el mundo islámico en contra el enemigo común: Israel.

La alianza Damasco-Teherán la necesita, por cierto, Siria más que Irán. El dictador sirio Baschar Al-Assad no ha ocultado en sus discursos sus intenciones de reocupar Líbano, después que las tropas sirias fueran expulsadas del Líbano como consecuencia de la revolución democrática que vivió el país (2005), cuyo detonante fue el asesinato del ex primer ministro Rafik Al- Hariri, adjudicado a los servicios secretos sirios. Después de la retirada de las tropas sirias del Líbano, la imagen de Siria como potencia regional ha quedado muy deteriorada en el mundo árabe. La de Assad también.

La clave está en Teherán

La apuesta de Hezbolá se dirige entonces hacia una guerra total, pues el compromiso abierto de Siria e Irán en la guerra de Líbano llevaría a EE UU a actuar directamente en contra de Irán y de Siria a la vez. En esa perspectiva, esa es también una apuesta de Hezbolá con el tiempo. El dirigente máximo de Hezbolá, Asan Nasrallah, cuyo lema es "yo amo a la muerte", no sólo es un teólogo enloquecido; es además un redomado táctico, tanto en cuestiones de política como de guerra.

Asan Nasrallah sabe que Irán, pese a las cada vez más frecuentes alocuciones antisemitas del presidente Ajmadineyad, se encuentra en pleno proceso de negociaciones con Occidente respecto a su programa atómico Sabe igualmente que Occidente está dispuesto a hacer concesiones a Irán; pero también sabe que Occidente (en este caso EE UU y Europa) quiere recibir "algo" a cambio.

Un "algo", quizás el primero de todos los "algo", es que Irán renuncie a sus planes expansionistas más allá de su "espacio natural" y eso significa que deberá "dejar caer" a Hezbolá, abandonándolo a su suerte. Es decir, Asan Nasrallah sabe muy bien que si las negociaciones entre Irán y Occidente resultan exitosas, Hezbolá, y no Israel, como anuncia Ajmadineyad, deberá desaparecer del mapa.

En cierta medida, la iniciada por Hezbolá aparece entonces como una lucha por su propia sobrevivencia. Así se explica porque trata, por todos los medios, de forzar los acontecimientos, arrastrar a Irán —y si es posible a Siria— a una guerra total contra de Israel y Estados Unidos, y así conservar e incluso ampliar sus posiciones en Líbano.