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Diario habanero. Miércoles 22 de julio, 2009

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Aprovechamos nuestra independencia del transporte público para recoger en Santos Suárez los libros que habíamos elegido. Sin mayores incidencias que llenar el maletero hasta los bordes (¿Cómo coño nos vamos a llevar esto?), enfilamos por Lacret hacia la Vía Blanca, después de sortear en primera baches vertiginosos.

Camino a Los Nardos, a donde llevamos a Daniel, que no lo conoce, salimos por Tallapiedra a la Avenida del Puerto y subimos por Zulueta. En la esquina con Genios queda aún un puñado de personas esperando para ser atendidos en el consulado español. Quién sabe cuántas horas o días llevarán esperando por este minuto.

Tras su ratificación por el Senado español, la Ley de Memoria histórica entró en vigor el 27 de diciembre de 2008. Su disposición adicional séptima facilita la adquisición de la nacionalidad “a los nietos de quienes perdieron o tuvieron que renunciar a la nacionalidad española como consecuencia del exilio”. Desde el 22 de diciembre hasta fines de enero de 2009, al consulado español en La Habana llegaron 20.000 solicitudes. Aunque los formularios son gratuitos, en las primeras semanas algunos pícaros se hicieron con un stock que vendían en CUC a los aspirantes a la galleguización. El consulado tramita unos 300 casos diarios de lunes a viernes, 1.500 a la semana, por lo que deberán trabajar a pleno rendimiento durante dos años para atender las 150.000 solicitudes previstas. Contando a los familiares directos, que tendrían derecho a la residencia comunitaria, cerca de medio millón de cubanos podrían despegar por esta vía.

El parque de las Misiones, donde se organiza la cola, era mi pista preferida de bicicleteo y patinaje. Salvo alguna losa suelta, sus amplios espacios eran perfectos para gastar energía sobre una bicicleta Niágara, pesadas y duras de pelar como tractores, o sobre unos patines metálicos con cajas de bolas por ruedas y cuyas pezuñas acababan con el reborde de la suela. Los flamboyanes del parque tenían una utilidad adicional. Al pie de los troncos encontrábamos numerosos tesoros: ofrendas de plátanos y hasta gallinas amarrados con cintas rojas. Separando la materia orgánica, afloraban los quilos prietos que, una vez enjuagados en la fuente del Parque de los Enamorados, nos servían para comprar un matahambre y una Materva en el bar Maní, de Morro y Cárcel. La Materva (o la Salutaris, en su defecto) inflaba el matahambre en el estómago, combustible para muchos kilómetros de patinaje. Quién habría adivinado por entonces que la pista de patinaje se convertiría en pista de despegue.

El discurso oficial ha reiterado durante medio siglo que el período de 1902 a 1959 fue el de una republiqueta subsidiaria de Estados Unidos, donde los cubanos eran una población de segunda discriminada por los amos yanquis. Pero, en general, aquellos cubanos preferían mantener in situ su condición subordinada antes que emigrar. Al contrario. En el censo de 1931 aparecen 3.111.931 cubanos y 850.413 extranjeros, el 21,5% del total de la población, un extranjero por cada cuatro cubanos —muchos de ellos nacidos en Cuba pero a los que no se concedía automáticamente la ciudadanía local por nacimiento—. Doce años después, en el censo de 1943, había 4.577.406 cubanos y sólo 201.177 extranjeros (4,2% de la población), de los cuales apenas 2.488 nacidos en la Isla se habían acogido a la nacionalidad foránea de sus padres. El resto, adoptó la ciudadanía local, permitida en la Constitución de 1940. ¿Por qué ser cubano era por entonces en la Isla una ciudadanía más apetecible que otras? El 8 de noviembre de 1933 se firmó la Ley Provisional de Nacionalización del Trabajo, conocida como Ley del 50%. Según ella, en toda empresa, el 50% de los trabajadores, como mínimo, tendrían que ser cubanos. Además de que los ciudadanos cubanos disponían de derechos políticos y económicos de los que no disfrutaban los extranjeros.

Hace poco un amigo me dijo con sorna en España: Si mi abuelo mambí resucita, me mata. Él cargaba al machete contra los rayadillos y su nieto le jura fidelidad al rey Juan Carlos. Ya hay por ahí hasta un movimiento anexionista que pretende convertir a Cuba en una comunidad autónoma española. Obviamente, tiene tantos visos de prosperar como la idea de anexar Cuba a México que circuló sin entusiasmo en el siglo XIX. La anexión a Estados Unidos sí tuvo casi tantos partidarios como la independencia. El propio Ignacio Agramonte, cuando lo mataron, llevaba bordada en la camisa una bandera de la Unión. España era el atraso, la imposición, la corrupción generalizada de una administración colonial que se enriquecía a costa de una colonia más rica y avanzada que la metrópoli. Estados Unidos era el progreso y la democracia.

Hoy tiene lugar una guerra hispano-cubano-norteamericana a la inversa. En 1898, España y Estados Unidos entraron en guerra por Cuba. En 2009, los cubanos se anexan, indistintamente, a Miami o a Madrid. Para viajar al Norte hay que tener suerte o parientes. Para viajar a Este hay que demostrar “pureza de sangre”, ser “castellanos viejos”, aunque sea en una cuarta parte de los cromosomas. Un abuelo de Pontevedra está más cotizado que los otros tres, sean de Cacocún o de Nigeria.

En Los Nardos, la experiencia es tan satisfactoria como la anterior. El restaurante es propiedad de la Sociedad Juventud Asturiana, una de las 35 sociedades asturianas de la Isla. Sólo contando las gallegas, otras 25, suman 60 asociaciones españolas. En total, no creo que bajen de 100. Cientos de miles de cubanos han desempolvado el abuelo español porque en esas sociedades suele haber cafeterías o restaurantes para los socios, zonas de juegos, acceso a Internet, y reciben ayudas de las comunidades españolas a las que corresponden, con lo que algo siempre se pega. La población blanca de la Isla reivindica hoy, más que nunca antes, al abuelo peninsular. Proliferan las escuelas de bailes españoles, se desentierran los árboles genealógicos, cunde una hispanofilia a la que no es ajeno el gobierno. Ya durante la visita del rey Juan Carlos a Cuba, en 1999, Eusebio Leal le reparó un trono que ningún rey llegó a ocupar, y Fidel Castro lo invitó a sentarse, a lo que Juan Carlos, con muy buen tino, se negó. Poco después, Raúl Castro develó en el Morro de Santiago de Cuba un busto al Almirante Cervera. Si ya tenemos estatua a Antonio Gades, sólo nos falta un monumento a Valeriano Weyler.

En contraste con tanto “cristiano viejo” de nuevo ingreso en la Siempre Fi(d)el Isla de Cuba, tanta castañuela y tanta nostalgia colonial en La Leal Habana, la percepción racial que se tiene en la calle es dominicana, haitiana en ciertos barrios. El censo de 2002, que incluye datos raciales, mostró que de 11.177.743 habitantes, 7.271.926 (65%) eran blancos; 1.126.894 (10,5%) eran negros, y 2.778.923 (24,9%), mulatos y mestizos. De acuerdo con un muestreo del Instituto de Estudios Cubanos, un 62% de la población son negros o mestizos. Y habría razones para que así fuera: emigración mayoritariamente blanca, familias negras con menor nivel educacional y más prolíficas, y atención médica universal y gratuita, idéntica para todos, de modo que no hay diferencias sustanciales en cuanto a la esperanza de vida.

La Revolución de 1959 anuló por decreto la discriminación racial, pero las diferencias socioeconómicas y políticas heredadas han persistido. En el buró político del Partido Comunista hay 3 negros, dos mulatos y 18 blancos. Y en el secretariado, un negro contra 10 blancos. Aunque no hay estadísticas confiables, los observadores coinciden en que la presencia de los negros es minoritaria en las universidades y abrumadora en las cárceles y los barrios marginales. Una mañana, mientras esperaba en la calle 86, estuve un rato contando los carros nuevos que pasaban (Peugeot, Fiat, VW). De los 50 que tuve la paciencia de contar, 45 eran conducidos por blancos. Estadística de bodega, desde luego. Pero no sería raro que acertara. Es infrecuente ver negros dirigiendo empresas o en altos cargos de los ministerios, son incluso minoritarios entre la alta jerarquía castrense, estamentos a los que se asignan esos vehículos.

El color de la piel ha devenido también una categoría económica. Los turistas suecos, españoles, italianos y alemanes, prefieren jineteras y pingueros negros, por el contrario que los mexicanos; los empresarios extranjeros de las cadenas hoteleras ya han sido acusados de racismo al no aceptar negros entre el personal de servicio y, lo que es más importante, al ser la emigración cubana abrumadoramente blanca, ese 40% de la población de la Isla que sobrevive gracias a las remesas es, abrumadoramente, blanco. La música y el deporte son, en muchos casos, las salidas económicas más airosas que tienen los negros. O el mercado ídem, pero a riesgo de engrosar las estadísticas penitenciarias.

Si el abuelo blanco de Guillén sirve para emigrar o, aunque sea, para ir arañando en la Sociedad Biznietos de Ortigueira, el abuelo negro sirve para montar una consulta y ofrecer limpiezas con rompe saragüey, si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero; tres amarres por el precio de dos, y hacer santos a los japoneses a precio de oferta. Yemayá en rebajas. Como dijera Julio Antonio Mella, “hasta después de muertos somos útiles”.

Cuando mi hermana tenía 16 o 17 años, se hizo novia de un mulato. Mi padre, fidelista-marxista-leninista (en ese orden) se enteró, y puso cara de velorio. Meses más tarde me confesó: “Y no puedo decirle nada, porque se empecina y hasta se casa con él. Me veo sacando mulaticos a pasear al parque”. Ese es el racismo light, que se resume en la frase: “Negro, tú eres mi hermano, pero no se te ocurra ser mi cuñado”. Hoy los Hermanos de Causa cantan el rap “Lágrimas negras”, con texto de Soandry del Río:

Blancos y mulatos en revista Sol y Son para el turismo

mientras en televisión, casi lo mismo

en una Cuba donde hay negros a montón

mira tú qué contradicción

la pura cepa casi no aparece en la programación

ocasión, cuando salen, si no es en deporte

en papeles secundarios, haciendo de resorte

haciendo el clásico papel de esclavo fiel, sumiso

(…)

El agente policíaco con silbato o sin silbato

sofocando a cada rato

los más prietos son el plato preferido

los otros aquí son unos santos

(…)

más fácil es culpar a alguno de color oscuro

supuestamente involucrado por lo que aparenta

el éxito en la vestimenta nos hace ser el centro del pleito de compra y venta

hay galdeo con la pinta, tenlo en cuenta

el humorista usando como base nuestra raza

poniendo al negro siempre con las manos en la masa

Y hablando de mi hermana, aprovecho para hacerle una comprita, sobre todo helados, que es su pasión. Ya en su casa, le comento mi sospecha de que la policía tiene órdenes de cuidar a los turistas como cosita buena. Mi cuñado me cuenta la experiencia contraria: cómo los policías apostados en las carreteras paran los carros por nada, enarbolan libreta y lápiz y esperan ofertas (¿quién da más?). La multa y los puntos que perderás se cotizan en dependencia de la pinta del chofer (zapatillas de marca, relojón en la muñeca, gafas Ray-Ban) y del carro (llantas de aleación, pintura metalizada). No sabrán mucho del código penal o de la legislación de tráfico, pero hay policías que si pierden el empleo podrían colocarse de tasadores. Lo mismo ocurre al pasar la inspección técnica de los vehículos. (Como en los seguros de vida, la prima es directamente proporcional a la edad del paciente). Si se aplicara con rigor, el vehículo más frecuente por las calles de la ciudad serían los patines.

Mi hermana y mi cuñado son profesionales con treinta años de experiencia, pero no ganan tanto como un policía raso y decente. Para sacarse un sobresueldo, ambos dan clases en la universidad, aprovechando que ahora hay 3.150 sedes universitarias municipales, una en cada esquina. Universidades light, descafeinadas, aunque los títulos que expiden tienen, teóricamente, la misma validez. Pero lo habitual es que los alumnos municipales no rebasen la frontera municipal del tercer año. Las 68 universidades tradicionales, en cambio, parecen conservar su rigor, aunque lastrado por criterios extra académicos. Lo de menos es que mantengan el concepto de “alumno integral”, como el pan, y valoren más a un estudiante de 4 que toca la tumbadora y juega primera base, que a uno de 5 que ni canta ni come fruta, sólo estudia. Lo peor es que, en declaraciones recientes, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ministro de Educación Superior, nos retrotrae a la purga universitaria de los 60 y al Primer Congreso de Educación y Cultura al afirmar que “en la universidad, el profesor o el estudiante que no es revolucionario, no cabe en sus aulas”. “No sólo se tiene que tomar en cuenta el criterio académico, sino su posición político-ideológica”. Los elegidos levantarán puentes revolucionarios, atenderán cánceres fidelistas y sólo encontrarán petróleo si éste demuestra ser un hidrocarburo chavista. A juzgar por el estado del país, las yucas, las berenjenas y los caimitos están al servicio del imperialismo.