Libertad y Desarrollo
Juan Antonio Blanco | 19/03/2009 19:27
El Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, demostró con irrefutables datos y sólida profesionalidad el vínculo indisoluble entre la libertad y el desarrollo. Con ello hizo una importante contribución conceptual al principio reconocido en la Conferencia Mundial de la ONU sobre Derechos Humanos realizada en 1993 en Viena: los derechos humanos son inalienables, indivisibles e interdependientes.
Hasta la Conferencia de Viena, los principales adversarios de la Guerra Fría habían asumido la retórica de privilegiar a un grupo de derechos en detrimento de otros. Occidente era el paladín de los derechos civiles y políticos por encima de los económicos, sociales y culturales. Los defensores del “socialismo realmente existente” decían que los derechos políticos y civiles eran libertades burguesas formales y que lo relevante era promover los derechos económicos, sociales y culturales, de los cuales supuestamente, sus estados totalitarios eran los mejores garantes.
Lo normado en Viena y avalado por Amartya Sen ha sido enturbiado por fuerzas del espectro ideológico -sea del lado diestro o siniestro- incapaces de empinarse sobre el pasado. Es este debate el que vuelve a situarse al centro de todo esfuerzo por entender lo que ocurre en América Latina hoy día.
En el pasado reciente el populismo de vocación totalitaria no hubiera encontrado espacio en nuestra región si quienes hace dos décadas atrás defendían los derechos políticos y civiles hubiesen reconocido su interdependencia de los sociales, económicos y culturales.
América Latina no necesita de nuevos demagogos de izquierda o derechas, sino de nuevos regímenes de gobernabilidad capaces de asegurar que el ejercicio de las libertades deje de ser asimétrico para los diferentes sectores sociales, que rija la equidad de oportunidades y que las instituciones de la sociedad civil gocen de autonomía real para poder ejercer la libre participación ciudadana en la vida nacional.
La oposición a la izquierda autoritaria está condenada al fracaso mientras pretenda desconocer el hartazgo popular con aquellos regímenes de gobernabilidad que se desentienden de las carencias y necesidades humanas básicas de sectores significativos de la población. El autoritarismo político debe ser resistido, sin que ello suponga resignarse a retornar al autoritarismo económico que profesan ciertas elites. Donde se haya impuesto la nueva retórica demagógica no será posible develar sus intenciones, si el discurso opositor es reacio a ejercer una crítica honesta respecto al pasado y no ofrece ninguna rectificación creíble respecto al futuro.
Con el tiempo, de manera inevitable, los electores irán descubriendo que la izquierda autoritaria no es la respuesta a sus problemas. Al suprimir la libertad, sea de forma gradual o abrupta, obstaculizará el desarrollo y terminará repartiendo la miseria. Pero para entonces ya no quedarán espacios ni instituciones libres desde las cuales reclamar derechos de ninguna clase.
Pese a su filiación populista lo cierto es que los líderes de esa izquierda autoritaria no reconocen los derechos de los ciudadanos, sean políticos y civiles, económicos, sociales o culturales. Para ellos, al final, no hay ciudadanos con libertades inalienables y derechos indivisibles, sino personas que deben estarles siempre agradecidas por cualquier beneficio que se les otorgue y deberán demostrarlo sometiéndose acrítica e incondicionalmente al poder. Incluso sus más allegados colaboradores descubrirán que tampoco gozan de ninguna libertad y a la menor diferencia son desechados, como ocurrió a Ernesto Cardenal en Nicaragua y a Carlos Lage en Cuba.
El problema es sencillo: habrá libertad para todos o no la habrá para nadie. Y sin libertad no hay desarrollo, sino miseria.
Eso es lo que conecta la posición de los disidentes y presos políticos cubanos con el reclamo de cambios que millones de personas -en miles de asambleas- formularon a un poder que por medio siglo se ha mostrado tan soberbio como inepto. Si un comisario de la Unión Europea y algún gobierno extranjero prefieren ignorar esa realidad lo harán a expensas de su propia credibilidad.
El futuro de la isla no descansa en una gerontocracia agotada ni en aquellos que opten por hacerle la oposición desde posturas esclerotizadas, sino en nuevas generaciones capaces de casar la libertad con la justicia social.
Publicado en: Cambio de época | Actualizado 19/03/2009 21:18