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INTERESES DE LOS EMIGRANTES CUBANOS

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En semanas recientes las oficinas del Presidente Obama han recibido una copiosa lluvia de cartas y todo tipo de propuestas, tanto personales como institucionales, sobre Cuba. El correo de Santa Claus y los Reyes Magos resulta pálido en comparación. Muchas son de personas independientes, cualquiera que sea su forma de ver las cosas. Otras responden a campañas del lobby a favor y en contra de la política vigente hacia la isla. Casi todas coinciden –al igual que el autor de estas líneas- con la pertinencia de levantar de inmediato las restricciones de viajes y remesas a los cubanos residentes en Estados Unidos. En otros asuntos se bifurcan las perspectivas.

Hay sin embargo un tema que goza de un inmenso consenso interno en la isla –incluso entre muchos militantes y funcionarios- y los cubanos radicados en el exterior: la necesidad de que Cuba estandarice los procedimientos y trámites migratorios y de viaje. El tema de los derechos de los migrantes cubanos es poco conocido, menos atendido e incluso ampliamente tergiversado. Es hora de clarificarlo y ponerlo sobre la mesa.

Se llama stakeholder a aquellos que son parte interesada en un conflicto. Los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos no son las únicas partes interesadas (stakeholders) del conflicto migratorio bilateral. La tercera -y principal- es la gente afectada por sus respectivas políticas. Hay que asegurar que los intereses y derechos de ese tercer stakeholder sean tenidos en cuenta en cualquier revisión del status quo actual. Es por ello que no dirijo estas líneas a Barack Obama, ni a aquellos ciudadanos de su país legítimamente interesados en defender su derecho a viajar a Cuba, sino a mis compatriotas afectados en el suyo a viajar, migrar y regresar a su patria sin requerir para ello de autorizaciones del gobierno cubano. Sean comunistas o anticomunistas, funcionarios o ciudadanos de a pie, vivan en la isla o radiquen en otro país, la actual arbitrariedad migratoria los afecta a todos.

Siempre he creído que los movimientos monotemáticos de la sociedad civil son imprescindibles, y complementan a aquellos otros que procuran “soluciones generales” con propuestas programáticas y a menudo maximalistas. La necesidad de concertar voluntades -dentro y fuera de la isla- sobre este tema que trasciende las tradicionales divisiones ideológicas que padecemos me parece asunto tan evidente como urgente.

No se reclama un derecho propio de este o aquel sistema político. Estados Unidos, España, India, Rusia y China tienen en común el respeto a los derechos en este campo, a pesar de las probadas amenazas a su seguridad provenientes del terrorismo interno a veces apoyado desde otros países. Si a los estadounidenses corresponde clamar por su derecho constitucional de viajar a Cuba, a nosotros nos toca defender el de salir y entrar al país en que nacimos sin pedir permiso a sus autoridades y sin que los potenciales migrantes sean despojados de sus pertenencias y desterrados por vida. Desear probar fortuna en otra parte para poder ayudar a sus familias -como ocurre a cualquier otro migrante- no es ya una intención criminal y penada salvo en Cuba y Corea del Norte.

Los permisos para visitar el país que el gobierno cubano otorga o niega selectivamente a nuestros ciudadanos son tan humillantes como los salvoconductos que las autoridades coloniales –en pretendida muestra de “generosidad y tolerancia”- extendieron en su momento a Martí y Maceo. Lo son más en un mundo globalizado de masivos flujos laborales y migratorios.

El tema no es “flexibilizar gradualmente” las violaciones de derechos a los migrantes cubanos, sino respetarlos de manera inmediata, cabal e irrestricta. Los derechos son eso: derechos. No se tramitan ni agradecen.

Los intentos gubernamentales dirigidos a normalizar los flujos migratorios cubanos hacia el exterior no serán exitosos si se pretende ignorar los derechos e intereses de los emigrantes cubanos.



La Isla de los Viejos

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Cada disparatada “Reflexión” del Asesor en Jefe confirma el problema de la gerontocracia. Una solución sería reubicarla en la Isla de la Juventud. Después de todo, para que la República pudiera nacer en 1902 hubo que prescindir de la soberanía sobre ese territorio hasta la década del treinta. Renunciar de nuevo a ella por algún tiempo podría ser un precio razonable a cambio de rescatar al resto del país del medioevo. ¿Qué mejor lugar para esos viejos que una isla llamada “Juventud”?

El problema que tenemos trece millones de cubanos es que un puñado de ancianitos reaccionarios se empeñan en transformar nuestra patria en un museo socialista. Han decretado el Fin de la Historia y hecho de Cuba “la Isla de los Viejos”. Mientras un nuevo proceso civilizatorio se abre paso ellos insisten en rodearse de masas que griten consignas que no creen, periódicos que mienten y gente que los alabe aunque deseen su muerte.

Entonces, ¿por qué no transformar la Isla de la Juventud en un inmenso museo sin muros –cual zoológico sin rejas- donde celebren sus unánimes congresos y televisen sus insoportables discursos? La idea del filme Bye, bye Lenin, pero a gran escala. Piénsenlo por un instante. Una Isla de la Juventud para vejetes intransitables. ¡Claro que sí! De ese modo podrían vivir inmersos en sus fantasías y tontos útiles de toda latitud geográfica desfilarían por allí a saludarlos.

Eso sí, tendrían que ser consecuentes. Entre los aspectos museables del socialismo cubano están las normas migratorias vigentes. Si, por ejemplo, quisieran visitar amigos y familiares que hubiesen dejado atrás necesitarían de un permiso de entrada al resto del archipiélago cubano y otro de salida de su islita, que difícilmente podrían obtener además de que serían muy caros. Tampoco tendrían acceso a Internet y las tarifas telefónicas desde ese territorio serían las más altas de todo el orbe. Cualquier remesa que recibieran sufriría un desmedido sobrecargo.

No soy ajeno al problema que este proyecto acarrearía a los actuales habitantes de la Isla. Pero a ellos podríamos ofrecerles asilo –sea con pies secos o mojados- y un generoso Ajuste Cubano. A fin de cuentas, el tramo en balsa de Nueva Gerona a Batabanó es más corto y seguro que de La Habana a Miami.

¿Quién sabe? Quizás la Isla de la Juventud podría llegar a ser una “potencia geriátrica” y Cuba una sociedad dinámica.



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Autor: Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco

Juan Antonio Blanco Gil. (Cuba) Doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, profesor universitario de Filosofía, diplomático y ensayista. Reside en Canadá.
Contacto: jablanco96@gmail.com

 

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