De nuevo la Rosa Blanca
Juan Antonio Blanco | 27/01/2009 1:32
La historia nos dice que un grupo social no oye razones cuando detenta el monopolio del poder y lo emplea para su beneficio a expensas de las necesidades de otros. Nadie ha renunciado al poder por iluminismo intelectual. Entonces, ¿por qué perder el tiempo apelando a la conciencia de una camarilla cuando está condicionada por su posición de fuerza? ¿Somos estoicos, idiotas o canallas los que insistimos en extender la mano a riesgo de que nos la rechacen de nuevo? Esas son interrogantes legítimas que nos formulan quienes observan perplejos esta terquedad en cultivar rosas blancas.
Los promotores de la Declaración de Concordia no somos seguidores de Zenón, fanáticos de José Martí (aunque nos consideremos martianos), nos falta vocación por el martirologio inútil y no carecemos de pasiones ni de cerebro. La respuesta yace en otra parte.
En las sociedades totalitarias la elite que monopoliza el poder no sólo cuenta con aparatos coercitivos abarcadores y brutales, sino también con el comprometimiento, primero espontáneo y luego inducido, de una masa crítica de la población.
Los ciudadanos pierden su autonomía y dejan de ser tales. Se transforman en una masa disciplinada por organizaciones de mando centralizado y se resignan a su suerte, en no escasa medida, por temor al enemigo implacable y rencoroso construido por la propaganda oficial. "El futuro puede ser peor que el presente", es el mensaje que se repite de mil maneras.
Comenzaron, llevados por la ilusión, cooperando con el poder revolucionario. Ahora, descubren que lo sucedido en realidad es que se ha constituido un poder contrarrevolucionario que aplastó sus ilusiones después de manipularlas en propio beneficio. Si siguen cooperando con el poder no es ya por convicción ni exclusivamente por la represión, sino por inercia, resignación y temor al "enemigo revanchista".
Los firmantes de esta propuesta no nos creemos omnisapientes. El contenido es, en realidad, un apretado compendio de propuestas ya publicadas con las que han coincidido funcionarios, académicos, opositores y exiliados. Tampoco somos ilusos. No nos suponemos capaces de cambiar con la pluma la mentalidad de una gerontocracia atrincherada en sus privilegios. Pero creemos en la honestidad y limpieza de intenciones que llevó a la inmensa mayoría de la población a apoyar el proceso revolucionario.
Estamos convencidos de que entre los más encumbrados y los más humildes, comunistas y no comunistas, funcionarios y ciudadanos de a pie, hay personas sinceras que desean lo mejor para sus hijos y no saben cómo rectificar el rumbo del país sin que nuevos farsantes y aprovechados sean los ganadores. Es –en primerísimo lugar- por ellos y para ellos que escribimos.
Los invito a seguir este enlace y leer la Propuesta para una Sociedad Participativa.
Enlace permanente | Publicado en: Cambio de época | Actualizado 27/01/2009 2:13